—Perdone que llegue tarde —se excusó Lisa Ryan ante Nell al entrar en su apartamento—. Debería haber sabido que no encontraría aparcamiento. Al final, he dejado el coche en un garaje.
Esperaba no aparentar nerviosismo y turbación como, en efecto, sentía. El tráfico de Manhattan siempre la enervaba y estacionar el coche en un garaje, con una tarifa mínima de veinticinco dólares, la irritaba. Veinticinco dólares era una gran cantidad de dinero para Lisa, similar al que recibiría en propinas por una media de entre cinco y ocho manicuras. Todo ese dinero malgastado por no poder dejar en la calle un coche viejo. De no ser por la urgencia de encontrarse con Nell MacDermott, quizá habría dado la vuelta y regresado a Queens.
Al salir del garaje y encaminarse al edificio de apartamentos, notó sus ojos anegados de lágrimas por la frustración, y se sirvió de un pañuelo para enjugarlas. No quería hacer una escena en mitad de Manhattan.
Lisa gustaba de la elegancia de su traje pantalón azul marino; pero al mirar a la mujer que estaba ante ella, supo que sus ropas debían parecer un saldo de última hora, comparadas con los pantalones color canela de esmerado corte y la blusa color crema que vestía Nell MacDermott.
«Las fotos no le hacen justicia —pensó—. Es tan hermosa. Además, hoy se la ve mucho mejor que el día de la misa en memoria de su marido».
Nell la saludó amable y cálidamente. Enseguida, la apremió a que la llamara Nell y Lisa sintió de inmediato que podía confiar en ella, algo que resultaba sumamente importante en las actuales circunstancias.
También había algo en ella que la reconfortaba. Nell MacDermott desprendía un aire de tranquila seguridad en sí misma. Mientras la observaba, Lisa pudo apreciar que Nell tenía por costumbre vivir en sitios como aquél.
Mientras la seguía hacia el salón, volvió a pensar en Jimmy y en el modo en que solía tomarle el pelo por su manía de enfrascarse en la lectura de revistas de interiorismo y decoración. Lisa recordó la cantidad de horas invertidas en amueblar mentalmente la casa de sus sueños. A veces, la concebía con una decoración clásica, una casa que integrara antigüedades y alfombras persas. En otras ocasiones, dominaba el estilo campestre inglés o incluso a la manera art déco o decididamente moderna, aunque sabía que debía descartar tales estilos porque no eran del agrado de Jimmy. Entonces le asomó un triste recuerdo; las veces en que le había dicho que, cuando los chicos crecieran, regresaría a la academia para estudiar diseño de interiores. Pero eso ahora ya no sería posible.
—Tienes una casa preciosa —le dijo pausadamente, contemplando la ecléctica estancia y la perfecta conjunción del mobiliario.
—Gracias. A mí también me encanta —dijo Nell con cierta añoranza—. Mis padres viajaban mucho. Eran antropólogos y solían traer a casa algunas piezas realmente curiosas procedentes de todas las partes del mundo. Y si añades un par de cómodos sofás y sillones, la cosa funciona seguro. La verdad es que este lugar ha sido para mí como un paraíso en estos últimos días.
Al tiempo que hablaba, Nell MacDermott examinaba a su visitante. El maquillaje no podía ocultar los ojos hinchados de Lisa Ryan y el rostro aún evidenciaba el dolor sufrido y las lágrimas derramadas. Nell tenía la impresión de que no tardaría mucho en volver a abrir las escotillas del llanto desconsolado.
—Acabo de hacer café —dijo—. ¿Te apetece?
Unos minutos después, estaban sentadas una frente a la otra a la mesa de la cocina. Lisa sabía que era ella quien debía romper el hielo. «Soy yo quien ha propuesto el encuentro —pensó—, de modo que quizá debería empezar. Pero ¿por dónde?», se preguntó.
Respirando profundamente, empezó a hablar.
—Nell, mi marido estuvo sin empleo fijo durante casi dos años. Solicitó un trabajo en el despacho de tu esposo y, entonces, fue repentinamente contratado por su colega financiero, Sam Krause.
—Yo diría que Sam Krause era más un socio que un colega de negocios —dijo Nell—. Adam trabajaba en varios proyectos a la vez, con personas distintas a las que no consideraba realmente sus socios. Cuando estaba con Walters & Arsdale, era el arquitecto al cargo de algunas remodelaciones inmobiliarias y Sam Krause era el contratista. Luego, Adam abrió su propio despacho y planeaba trabajar con Krause en el proyecto Vandermeer.
—Lo sé. Jimmy había estado reconstruyendo viejos edificios de apartamentos, pero recientemente me dijo que esperaba implicarse en un gran proyecto, un rascacielos, remarcó, del que seguramente iba a ser el capataz.
Lisa hizo una pausa y prosiguió.
—Nell… —Su voz flaqueó y, al cabo de un momento, se aceleró—. Nell, Jimmy perdió su trabajo hace un par de años porque era un hombre honesto y denunció públicamente la baja calidad de los materiales empleados por la empresa en la que trabajaba por aquel entonces. Debido a ello fue boicoteado y le fue imposible encontrar trabajo. Así que cuando recibió la llamada para trabajar con Sam Krause, se alegró de poder volver. Mirando atrás, sin embargo, me doy cuenta que desde el momento en que empezó a trabajar allí, algo extraño debió de ocurrir. Yo le quería mucho y manteníamos una relación muy estrecha, de modo que no pude dejar de notarlo. Había cambiado.
—¿Qué quieres decir por «cambiado»? —preguntó Nell.
—No podía dormir. Perdió el apetito y parecía estar siempre en otro mundo.
—¿Cuál crees que podría ser la causa de todo ello?
Lisa Ryan depositó sobre la mesa su taza de café y miró a los ojos a la mujer sentada ante ella.
—Creo que a Jimmy lo obligaron a hacer la vista gorda cuando vio que algo en el trabajo no funcionaba del modo debido. Él no se habría involucrado jamás en nada irregular, pero estaba en un punto de su vida en el que si se le planteaba la alternativa de perder de nuevo un empleo o colaborar en asuntos de dudosa legalidad, pienso que habría escogido esto último. Sin duda, tomó la decisión equivocada. Jimmy era un tipo demasiado honesto para poder vivir tranquilo después de cometer un acto contrario a sus principios. Y sé que eso es lo que debe de haber sucedido; y le estaba volviendo loco.
—¿Te habló alguna vez de ello, Lisa?
—No —repuso Lisa, vacilante. Cuando prosiguió su tono era nervioso y apresurado—. Nell, tú eres una extraña para mí, pero sé que alguien debe saberlo, y voy a confiar en ti. Encontré dinero escondido en el taller de Jimmy, en el sótano. Creo que era dinero que le fue entregado para que mantuviera la boca cerrada. Y, por el modo en que estaba empaquetado, estoy segura de que no tocó ni un céntimo. Él era así: jamás tocaría dinero sucio.
—¿Cuánto dinero había?
La voz de Lisa se atenuó.
—Cincuenta mil dólares —susurró.
«¡Cincuenta mil dólares! Jimmy Ryan estaba sin duda metido en algo gordo —pensó Nell—. ¿Sospechaba Adam al respecto? ¿Era ése el motivo por el que Jimmy fue invitado a la reunión del yate?».
—Quiero devolverlo —dijo Lisa—. Pero sin llamar la atención. Aunque Jimmy se arriesgara a perder el trabajo, no debería haberlo aceptado y él lo sabía. Ése es el motivo por el que durante todos estos últimos meses le veía tan deprimido, a pesar de recuperar el empleo. Él ya no puede devolverlo, pero yo sí. Ese dinero tenía que proceder de alguien de la empresa de Krause. Y debo averiguar de quién. Por eso he venido a hablar contigo.
En un gesto de coraje, mayor del que suponía poseer, Lisa se inclinó hacia adelante y tomó la mano de la otra mujer.
—Nell, cuando Jimmy cumplimentó la solicitud para un trabajo en el despacho de tu marido, no se conocían de antes. Estoy segura de ello. Después, cuando tu marido usó su influencia para que Jimmy pasara a formar parte de la plantilla de Sam Krause, algo debió de suceder, algo terrible. No sé lo que fue, pero creo que era algo relacionado con lo que, tanto Jimmy como tu marido, estaban trabajando. Tienes que ayudarme a averiguar de qué se trataba y el modo de poder enderezar el entuerto.