Bonnie Wilson le había dicho a Gert que la llamara, en cualquier momento, en caso de que Nell MacDermott decidiera acudir a su consulta. Era plenamente consciente de que, aunque Nell pudiera estar ansiosa por verla, la decisión no era fácil. Su trabajo como articulista del Journal, la posibilidad de que llegara a saberse que consultaba a una médium, podría procurarle más publicidad de la deseada. Además, planeaba su eventual candidatura al Congreso. Ya que la prensa andaba siempre a la caza de pretextos para desacreditar a los candidatos, si les ponía sobre la pista de sus visitas a una médium no tardarían en usarlo en contra suya.
Los medios se cebaron en Hillary Clinton cuando utilizó los servicios de una médium con el fin de comunicarse con Eleanor Roosevelt y nunca dejaron de criticar a Nancy Reagan por su afición a consultar a una astróloga.
Pero el domingo por la mañana, a las diez en punto, Bonnie recibió la llamada de Gert MacDermott que había estado esperando.
—A Nell le gustaría verte —dijo Gert, con voz apocada.
—¿Pasa algo malo, Gert? No hace falta ser médium para percibir el estrés en tu voz.
—Creo que mi hermano está terriblemente enojado conmigo Hoy nos invitó a Nell y a mí a cenar y dejé ir que tú y yo hablábamos a menudo. Además, le conté algo de lo que tú me habías dicho. Entonces se enfureció y le prohibió a Nell que se viera contigo.
—Lo que, sin duda, significa que va a venir a verme.
—Seguramente, lo habría hecho en cualquier caso —dijo Gert—, aunque pienso que se siente insegura. Pero ahora considera que debe consultarte sin falta y quiere hacerlo tan pronto como sea posible.
—Estupendo, Gert. Dile que venga mañana a las tres.