El encargado del salón en el que trabajaba Lisa Ryan le dijo que se tomara la semana libre: «Necesitas algo de tiempo para estar sola, querida, y para empezar el proceso de cicatrización».
«"El proceso de cicatrización" —pensó desdeñosamente Lisa, mientras contemplaba las pilas de ropa sobre la cama—. Deben ser las palabras más idiotas jamás pronunciadas». Recordaba la actitud despectiva de Jimmy cuando escuchaba esta frase pronunciada por algún periodista encargado de informar acerca de un accidente de avión o de un terremoto.
«Los parientes han sido informados, los cuerpos no han sido todavía encontrados y ese atontado del micro se pone a hablar del inicio del proceso de cicatrización», solía decirle a su esposa, sacudiendo la cabeza irritado.
Alguien le había dicho que resultaría terapéutico si se mantenía activa y ocupada. Una de las actividades sugeridas era la de limpiar el armario y cajones de Jimmy. Y ahí estaba ella, clasificando su ropa y poniéndola en cajas para donarla a la beneficencia. «Mejor que ayuden a algún pobre en lugar de pudrirse en el armario, como sucedió con las cosas del abuelo», pensó.
Su abuela había guardado prácticamente todo lo que pertenecía a su abuelo, casi erigiendo una especie de altar en su memoria. Recordaba que, de niña, había visto sus chaquetas y abrigos ordenadamente colgados junto a los vestidos de quien había sido su esposa.
«Yo no necesito la ropa de Jimmy para recordarle —pensó, al tiempo que doblaba las camisas de deporte que los niños le habían regalado para las últimas Navidades—, no pasa un solo instante en que no esté pensando en él».
—Cambia tu rutina —le había sugerido el sacerdote que ofició el funeral—. No te sientes en el mismo lugar que solías ocupar a la mesa. Modifica el orden del mobiliario. Te sorprendería ver hasta qué punto las pequeñas cosas pueden ayudar a superar el primer año, después de una pérdida de ese calibre:» Cuando terminó de vaciar el armario de Jimmy, se dispuso a trasladarlo al cuarto de los niños. Ya había llevado la maqueta de la casa de sus sueños al salón, pues no podía soportar mirarla cuando yacía sola en la misma cama que había compartido con su esposo.
«Mañana cambiaré la cama de sitio y la situaré entre las ventanas», pensó, aunque dudaba que todos esos cambios la ayudaran a olvidar. No podía imaginar que llegara a pasar un solo día sin pensar en Jimmy.
Miró el reloj y la descorazonó comprobar que ya eran las tres menos cuarto, lo que significaba que los niños estarían en casa en veinte minutos. No quería que la vieran clasificando las cosas de su padre.
El dinero, recordó de repente.
Había conseguido no pensar en él en todo el día. Al ver a los dos polis saliendo de la iglesia el día antes, después de la misa por Adam Cauliff, creyó que venían a hablar con ella. «Imagina que averiguan lo del dinero —pensó—. O que sospechan algo y consiguen una orden de registro de la casa. E incluso llegar a creer que yo sé dónde lo obtuvo y me arrestan. ¿Qué haría entonces?».
Ya no conseguía expulsar ese pensamiento de su cabeza. «No sé qué hacer —pensó—. Oh Dios santo, ¡no sé qué hacer!».
El sonido repentino del timbre quebró la quietud de la casa. Con un jadeo de sorpresa, Lisa dejó caer la camisa que sostenía y se apresuró en bajar. «Será Brenda —se reconfortó—. Ya dijo esta mañana que se pasaría más tarde».
Pero incluso antes de abrir la puerta, supo con certeza absoluta que, en lugar de Brenda, iba a encontrarse con uno de los inspectores.
Jack Sclafani sintió una punzada de honda compasión al observar los ojos hinchados y enrojecidos de la viuda de Jimmy Ryan. «Parece como si hubiera estado llorando todo el día —pensó—. Debe de haber sido un impacto terrible. Y a los treinta y tres años es demasiado joven para quedarse sola con tres criaturas por educar».
La recordaba de cuando vino con Brennan para informarle de que el cuerpo de su marido había sido identificado. «Más bien, pedazos del cuerpo de su marido», corrigiéndose mentalmente. Además, Sclafani sabía que ella le había reconocido a la salida de la iglesia, después de la misa en recuerdo de Adam Cauliff.
—Inspector Jack Sclafani, señora Ryan. ¿Se acuerda de mí? Me gustaría hablar con usted unos minutos, si no le importa. Mientras la observaba, vio cómo su expresión de intenso dolor era sustituida por otra de temor. «No va a resultar muy difícil. Sea lo que sea aquello que la trae de cabeza, lo va a soltar enseguida».
—¿Puedo entrar? —preguntó educadamente.
Lisa parecía inmovilizada, incapaz de hablar o moverse. Finalmente, susurró:
—Sí, naturalmente. Pase.
«Bendíceme, Padre, porque he pecado», pensó Jack al seguirla dentro de la casa.
Se sentaron, rígidos, uno frente al otro en el pequeño y agradable salón. Jack se detuvo a examinar el gran retrato fotográfico familiar que colgaba sobre el sofá.
—Parece pertenecer a mejores tiempos —señaló—. Jimmy tiene el aspecto de conocer el secreto de la felicidad, un padre y esposo lleno de orgullo.
Las palabras lograron el efecto deseado. Al tiempo que los ojos de Lisa Ryan empezaban a inundarse de lágrimas, se relajó un poco la tensión acumulada en su rostro.
—Conocíamos el secreto de la felicidad —repuso ella más tranquila—. Bueno, ya sabe lo que quiero decir. Vivíamos al día como la mayoría de la gente que está en una situación como la nuestra, pero eso no era problema. Nos divertíamos y teníamos un montón de planes y de sueños.
Entonces, señaló la mesa.
—Ésa es una maqueta de la casa que Jimmy iba a construir algún día para nosotros.
Jack se levantó y se acercó para examinarla atentamente.
—Muy bonita. ¿Puedo llamarla Lisa?
—Sí, claro.
—Lisa, su primera reacción cuando conoció la muerte de su marido fue la de preguntar si se había suicidado. Eso significaba que algo no iba del todo bien en su vida, ¿no? Y tengo la impresión de que no se trataba de un problema entre ustedes dos.
—No. No lo era.
—¿Estaba preocupado por su salud?
—Jimmy nunca estuvo enfermo. De hecho, solíamos bromear acerca del despilfarro que suponía pagar un seguro médico para un hombre como él.
—Cuando no se trata de un problema marital ni de salud, entonces acostumbra ser una cuestión de dinero —sugirió Jack. «Touché», pensó en el momento en que vio cómo Lisa se retorcía las manos.
—Es fácil que las facturas se acumulen cuando tienes que mantener a una familia. Lo vas cargando todo en la tarjeta de crédito. Siempre estás seguro de poder devolverlo en un par de meses, pero de pronto resulta que necesitas neumáticos nuevos para el coche o arreglar el tejado de la casa o que uno de los niños tiene que ir al dentista —suspiró—. Estoy casado y soy padre. Todo eso sucede.
—Nunca se nos acumularon las facturas —dijo Lisa a la defensiva—. Al menos eso no ocurrió hasta que Jimmy perdió su trabajo. ¿Y sabe por qué? —le espetó—. Era un trabajador honesto y decente y le escandalizaba que el contratista para el que trabajaba utilizara cemento de mala calidad en la obra. Sí, ya se sabe que algunos contratistas recortan gastos y flecos. Así funciona el negocio de la construcción, pero Jimmy decía que aquel tipo estaba poniendo en peligro la vida de mucha gente. —Lisa hizo una pausa—. Pero no sólo le despidieron por su celo sino que además pasó a formar parte de la lista negra en el oficio —dijo—. No pudo encontrar trabajo en ningún sitio y fue entonces cuando los problemas financieros empezaron a acuciarnos.
«Ten cuidado —se dijo Lisa a sí misma—. Estás hablando demasiado». Pero la comprensión que desprendían los ojos de Jack Sclafani actuaban de bálsamo. «Sólo ha pasado una semana y ya necesito hablar de ello con un hombre adulto», pensó.
—¿Cuánto tiempo estuvo Jimmy sin trabajo, Lisa?
—Casi dos años. Bueno, siempre conseguía cuatro chapuzas sin contrato aquí y allá, pero ningún trabajo a largo plazo que aportara dinero continuado a la familia. Corrió el rumor de que era un bocazas y trataron de destruirle por ello.
—Debió de sentirse bastante aliviado cuando recibió una oferta del despacho de Adam Cauliff. ¿De qué modo contactó con él? Cauliff acababa de abrir su despacho.
—Jimmy daba voces a todo el mundo —dijo Lisa—. Adam Cauliff vio su currículum e hizo que su asistente se lo pasara a Sam Krause, y Krause le contrató.
De repente, a Lisa se le ocurrió una posibilidad. «Claro, por eso le contrató. Jimmy me dijo una vez que Krause era muy conocido en el mundillo por amañar los presupuestos. Así que, al trabajar para él, quizá le forzaron a aceptar esas irregularidades bajo amenaza de rescindirle el contrato».
—Parece que algo preocupaba terriblemente a Jimmy, a pesar de que había conseguido un empleo —sugirió Sclafani—. No hay duda de que no podía ser de otro modo, si usted misma llegó a pensar en la opción del suicidio. Creo que usted sabe algo al respecto, Lisa. ¿Por qué no me lo cuenta? Quizá había algo que él deseaba que supiéramos, aunque ahora ya no esté aquí para explicárnoslo en persona.
«Eso es lo que sucedió —pensó Lisa, ajena a las palabras del inspector—. Estoy convencida. Jimmy averiguó que algo olía a podrido en una de las obras de Krause y le ofrecieron dos opciones: el despido o una paga extra para que hiciera la vista gorda. No tenía elección, a pesar de saber que cuando aceptara ese dinero bajo mano, le iban a tener bien pillado».
—Jimmy era un hombre bueno y honesto —afirmó.
Sclafani asintió ante el retrato de familia.
—A mí también me lo parece.
«Ya está —pensó—. Se va a poner a hablar».
—El otro día, después del funeral… —procedió Lisa, pero cortó en seco en el momento en que oyó abrirse la puerta de la cocina y el ruido de los pasos de los niños que penetraban en la casa.
—Mamá, estamos en casa —exclamó Kelly.
—Estoy aquí —dijo Lisa, levantándose, casi horrorizada por haber estado a punto de contarle a un miembro de la policía que en el sótano había un par de cajas repletas de dinero sucio.
«Tengo que librarme de ese dinero —pensó—. Ayer debí hablar con Nell MacDermott. Creo que puedo fiarme de ella y quizá me ayude a devolverle ese dinero a quien pertenezca de la empresa de Krause. Además, fue su marido quien puso a Jimmy en contacto con Krause».
Los niños se le acercaron para darle un beso. Lisa miró a Jack Sclafani.
—Jimmy estaba muy orgulloso de los tres —dijo con voz pausada—; y ellos de él. Como ya le dije, Jimmy Ryan era un hombre bueno y decente.