Peter Lang tenía intención de asistir a la misa en memoria de Adam Cauliff, pero en el último momento había recibido una llamada de Curtis Little, uno de los directores del Overland Bank y potencial socio inversor en el proyecto de la torre Vandermeer. Little deseaba que pusieran al día a su socio John Hilmer del estado de las negociaciones. El único espacio de tiempo disponible para la reunión coincidía con la misa.
Se reunieron en la sala de sesiones de la empresa de Peter, en la calle Cuarenta y nueve esquina con la avenida de las Américas.
—Mi padre nunca dejó de quejarse desde que cambiaron el nombre de Sexta Avenida por el de avenida de las Américas —le decía Peter a Hilmer mientras se sentaban a la mesa de conferencias—. Éstas fueron sus dependencias desde el principio y hasta el día en que se retiró siguió diciendo que trabajaba en la Sexta Avenida. Era un tipo práctico y sin manías.
Hilmer sonrió levemente. Era su primera reunión con el legendario Peter Lang, y era evidente que no se le podía catalogar del tipo «sin manías». Incluso con los cortes y moratones causa dos por el accidente, Lang era un hombre atractivo que rezumaba confianza en sí mismo y vestía sus trajes caros de manera grácil y despreocupada.
El tono levemente bromista desapareció en el momento en que Lang señaló un objeto cubierto por un paño que estaba sobre la mesa.
—Curt, en unos minutos tú y John vais a ver una maqueta del complejo comercial, apartamentos y oficinas, que fue diseñado por Ian Maxwell. Como bien sabes, Maxwell acaba de ganar un premio por su rascacielos de uso mixto en el lago Michigan. Muchos la ven como la estructura más imaginativa y hermosa que se ha construido en Chicago en los últimos veinte años.
Hizo una pausa y un gesto de dolor le ensombreció el rostro. Excusándose con una sonrisa, alcanzó su frasco de píldoras y engulló una con un sorbo de agua.
—Ya sé que parece que me hayan pegado una paliza, pero el verdadero problema es la costilla fracturada —explicó.
Curtis, hombre de unos cincuenta años, de pelo cano y nerviosa energía, repuso con aspereza:
—Estoy seguro de que, habida cuenta de las circunstancias del caso, estarás contento de haber acabado con unas pocas heridas y una costilla fracturada. —Sus dedos no dejaron de dar golpecitos sobre la mesa mientras hablaba—. Lo que nos lleva al motivo de esta reunión. ¿En qué situación se encuentra la propiedad de Adam Cauliff?
—Curt, tú has estado metido en esto desde el principio —dijo Peter—; permíteme que ponga en antecedentes a John. Como sabes, las manzanas que se hallan entre las calles Veintitrés y Treinta y uno de la parte oeste serán la próxima área de explotación innovadora en Manhattan. De hecho, la renovación ha empezado ya. Yo peleé porque el ayuntamiento eximiera a la mansión Vandermeer de su condición de monumento histórico. Todos estamos de acuerdo en que resulta un escándalo que terrenos de un enorme potencial en Manhattan sean prisioneros de un apego conservador sentimental a estructuras inútiles y arruinadas que deberían haber sido derribadas hace años. Vandermeer era un ejemplo particularmente ilustrativo de enajenación burocrática; un edificio que no resultaba particularmente interesante y había acabado por ofender la vista.
Lang se reclinó en la silla, tratando de encontrar una postura más cómoda.
—A pesar de mi convicción de que la casa no merecía ese estatus histórico, confieso en que nunca pensé en lograr convencer al Comité de Valoración para que la eliminara de su lista de edificios protegidos. Ése fue el motivo por el que tampoco perseguí la adquisición de la finca Kaplan adyacente. De todos modos, seguí presionando al comité y, finalmente, tuve éxito. Lo irónico del caso, claro está, es que la casa se incendió, desgraciadamente, con una mujer dentro, pocas horas después de que el comité votara a favor de su recalificación —dijo Lang, sonriendo tristemente por un segundo.
Alcanzó de nuevo el vaso de agua y dejó que el líquido flotara brevemente sobre su labio hinchado.
—Como bien sabéis, mientras yo hacía todas esas gestiones con el ayuntamiento, Adam Cauliff compró la finca Kaplan. Le ofrecí entonces el doble de lo que había pagado, pero no era eso lo que quería. Propuso, en cambio, ser el arquitecto del complejo que teníamos planificado construir, al tiempo que pretendía involucrar a Sam Krause en el negocio.
Curtis Little se agitó en su asiento.
—Peter, no podemos asumir la financiación del edificio que Adam Cauliff propuso erigir. Es repetitivo, pedante, aburrido y un refrito de estilos.
—Estoy de acuerdo —repuso Lang con prontitud—. Adam pensó que podía canjear la venta de la propiedad en el contrato con su designación como arquitecto. Pensó que haríamos cualquier cosa para quedarnos con esa parcela. Pero se equivocaba y eso es lo que me lleva hasta el diseño de Ian Maxwell. Varios socios míos han trabajado con él en el pasado y me aconsejaron que le llamara.
Peter se inclinó hacia adelante y levantó el paño de la estructura que había en la mesa, mostrando la maqueta de un edificio posmoderno con fachada déco.
—Ian estuvo en la ciudad hace dos semanas. Le llevé hasta el enclave y le conté el problema. Ésta es una idea aproximada de su concepción del complejo que queremos construir sin echar mano de la finca Kaplan, propiedad de Adam Cauliff. La semana pasada ya informé a Adam de que estábamos desarrollando un plan alternativo.
—¿Cauliff sabía que no íbamos a seguir con su propuesta? —preguntó Little.
—Sí, lo sabía. Abrió su propio despacho con la expectativa de que no podríamos trabajar sin él, pero se equivocaba de nuevo. Visité a su esposa, a su viuda, debería decir, ayer. Le comenté que era muy importante que nos viéramos la semana próxima por asuntos de negocios. Entonces le explicaré que no queremos su parcela, llamémosla la parcela Kaplan, para entendernos, pero que le pagaremos un precio justo de mercado si ella desea venderla.
—¿Habría aceptado Adam Cauliff un precio de mercado por la parcela? —preguntó John Hilmer.
Peter Lang sonrió.
—Claro que lo habría hecho. Adam era un ególatra con una concepción absolutamente irreal de sí mismo (como arquitecto y como hombre de negocios), pero no era idiota y no se sintió particularmente feliz ante la posibilidad de verse arrebatar la parcela Kaplan de las manos por un modesto beneficio. Le advertí, en todo caso, que si no aceptaba nuestra oferta de compra, lo mejor que iba a poder hacer con aquello era donarlo a la ciudad para construir un parque de juegos infantiles. —Lang sonrió ante su propio cinismo.
Curtis Little estaba examinando la maqueta.
—Peter, puedes poner la torre en la parte posterior de la estructura si quieres, pero perderás el grueso del efecto estético y una cantidad ingente de espacio rentable. No estoy seguro de que invirtamos en ello si se mantiene así.
Peter Lang sonrió.
—Ya sé que no. Pero Adam Cauliff no lo sabía. No era más que un chaval de pueblo jugando en un campeonato que no era de su categoría. Créeme, nos habría vendido la propiedad y lo habría hecho bajo nuestras condiciones.
John Hilmer, recientemente nombrado vicepresidente de inversiones y operaciones conjuntas del Overland Bank, había trabajado duro para llegar a esa posición privilegiada. Mientras escrutaba a Peter Lang desde el otro lado de la mesa, y pensaba en cómo había gozado de todas las facilidades desde el principio, crecía en su interior una aversión por ese tipo.
Un pequeño accidente de tráfico había salvado a Lang de una muerte segura en la explosión del barco de Cauliff. Pero, durante su exposición, no se molestó ni una sola vez en expresar la más mínima muestra de pesar por el hecho de que Adam y otras tres personas hubieran perecido en aquel atentado.
«Lang sigue furioso porque Adam Cauliff fuera lo bastante astuto para arrebatarle la parcela Kaplan —pensó Hilmer—. Había encontrado el modo de hacerle creer a Cauliff que podía encontrar la financiación para su edificio sin contar con esa parcela y, ahora que el hombre está muerto, ya se relame, convencido de que conseguirá el terreno al precio que él desea. ¡Qué tipo más ruin!, incluso para un negocio tan corrupto».
Mientras Hilmer se levantaba para abandonar la reunión, un nuevo pensamiento le vino a la mente. Su hijo, que jugaba de defensa en el equipo de fútbol del colegio, a menudo llegaba a casa con un aspecto mucho peor que el que presentaba Peter Lang después de haber chocado con un camión.