De madrugada, Ken y Regina Tucker se vieron sorprendidos por los gritos de terror que procedían del dormitorio de su hijo Ben. Era la segunda vez, desde su malogrado viaje a Nueva York, que Ben experimentaba espantosas pesadillas.
Ambos saltaron de la cama y corrieron por el pasillo, abrieron de un empujón la puerta del dormitorio de su hijo, encendieron la luz y se abalanzaron sobre él. Ken agarró a su hijo y lo abrazó estrechamente.
—Está bien, chico, no pasa nada —le dijo suavemente.
—Que se vaya la serpiente —sollozó Ben—. Que se vaya.
—Ben, no era más que una pesadilla —dijo Regina, al tiempo que le acariciaba la frente—. Estamos aquí contigo. Estás a salvo.
—Cuéntanoslo —le dijo su padre.
—Estábamos navegando en el río y yo miraba por encima de la barandilla. Y entonces el otro barco… —Los ojos de Ben seguían cerrados mientras balbuceaba y arrastraba la voz.
Sus padres se miraron.
—Está temblando —susurró Regina.
Les llevó casi media hora asegurarse de que Ben había vuelto a dormirse. Al regresar a su dormitorio, Ken dijo en tono pausado:
—Creo que será mejor que le llevemos a un psicólogo. No soy ningún experto, pero por lo que he leído y visto en televisión, parece un caso de lo que suelen llamar síndrome de estrés postraumático.
Se sentó al borde de la cama.
—¡Qué horror de vacaciones! Tratas de que tu hijo tenga un día memorable en Nueva York y mientras va mirando un barco que le llama la atención, explota con cuatro personas dentro. No sabes cuánto desearía que nos hubiéramos quedado en casa.
—¿Crees de verdad que vio a esa gente saltar en pedazos?
—Con lo observador que es, bien podría el pobre. Pero es joven y resistente. Con algo de ayuda estará bien. Ya sé que casi es hora de levantarse, pero vamos a tratar de dormir unos minutos más. Me espera un día muy ajetreado y no quiero pasarlo adormilándome por las esquinas.
Regina Tucker apagó la luz y se tendió en la cama, estrechándose contra su marido para sentir alivio.
«¿Por qué estaría Ben soñando con serpientes? —se preguntó—. Quizá porque sabe que siempre me han dado miedo. Quizá he hablado demasiado del tema. Pero eso sigue sin explicar por qué ha introducido mi temor por las serpientes dentro de la pesadilla del barco».
Sintiéndose abatida y culpable, cerró los ojos y se forzó a dormir, a pesar de que mantenía todos los sentidos alerta ante la eventualidad de otro grito de terror por parte de Ben.