A las siete y media, Lisa se mantenía alerta, esperando la llegada de Jimmy en su coche. Estaba ilusionada por sorprenderle con su cena favorita de arroz y pollo.
Su última cita en el salón de belleza había sido cancelada y tuvo el tiempo suficiente para detenerse a comprar, además de tener a los niños ya cenados a las seis y media. Ella había decidido esperar y comer con Jimmy. Puso la mesa pequeña para los dos, mientras el vino blanco se enfriaba en la nevera. La inquietud incierta que la atenazó a lo largo del día exigía que empezara a tomar medidas. Jimmy parecía tan perdido, tan derrotado al irse de casa por la mañana, que ella no había sido capaz de liberarse de esa imagen en todo el día. Sentía la necesidad urgente de abrazarle, de demostrarle cuánto le amaba.
En ese momento, los pequeños Kyle, Kelly y Charley estaban sentados a la mesa de la cocina, haciendo sus deberes. Kyle, el mayor, tenía doce años, y normalmente no necesitaba ayuda. Era un buen estudiante. Por su parte, Kelly tenía diez años y era una soñadora…
—Kelly, no has escrito una palabra en cinco minutos —la apremió Lisa.
Charley, de siete años, estaba copiando minuciosamente las palabras de la clase de ortografía. Sabía que tenía que esmerarse, Pues había vuelto a casa con una nota de la maestra en la que se reflejaba su afán por hablar en clase.
—Ni se te ocurra pensar en la televisión durante una semana —le había advertido Lisa.
Como de costumbre, la casa se le antojaba vacía sin Jimmy. A pesar de que en aquellos días no parecía el mismo —demasiado apagado y suspicaz—, era siempre una presencia reconfortante y protectora en sus vidas y las pocas noches en que no estaba con ellos resultaban extrañas y algo incómodas.
«Quizá le haya estado atosigando demasiado —pensó Lisa—, siempre preguntándole si se siente mejor o apremiándole para que me cuente qué es lo que le preocupa o rogándole que vaya a visitar a un médico. Procuraré ser más discreta», se prometió a sí misma mientras comprobaba que la cena se mantuviera caliente en el horno.
«Se le veía tan atormentado cuando salió de casa por la mañana —volvió a pensar—. ¿Es posible que oyera bien cuando me pareció que dijo "Lo siento" en el momento de salir? ¿Qué era lo que sentía?», se preguntó.
Hacia las ocho y media empezó a preocuparse. ¿Dónde estaba? Sin duda, no podía seguir en el barco, pues el tiempo había empeorado demasiado. Los nubarrones que encapotaban el cielo habían desencadenado una tormenta y no era seguro seguir navegando en esas condiciones.
«Estará de camino a casa», se dijo. El tráfico era siempre terrible los viernes por la noche.
Una hora más tarde Lisa mandó a los dos pequeños a la ducha, y luego, a la cama. Kyle, tras terminar los deberes, se fue mirar la tele.
«Jimmy, ¿dónde estás? —La angustia la invadía cuando reloj estaba a punto de dar las diez. Algo iba mal—. Quizá, realmente, te despidieron. Si es eso, no importa, ya encontrarás algo. Quizá deberías dejar el sector de la construcción. Siempre te quejabas de la corrupción en ese negocio».
A las diez y media sonó el timbre. Presa del pánico, Lisa se apresuró a abrir la puerta. Dos hombres le mostraron sus placas de identificación policiales.
—Señora Ryan, ¿podemos entrar?
Sin pensarlo, la pregunta surgió de sus labios con la voz temblorosa y agarrotada.
Jimmy se ha suicidado, ¿verdad?