Esa noche, Jean cenó con Charles y Gano Buckley en la casa de Craig Michaelson. Meredith ya había regresado a West Point.
—Después de que el médico la examinara, insistió en volver hoy mismo —explicó el general Buckley—. Estaba preocupada por el examen de física que tiene mañana por la mañana. Es una chica muy disciplinada. Será una excelente soldado. —El hombre trataba de disimular la conmoción que le produjo saber lo cerca que había estado su única hija de la muerte.
—Como la diosa Minerva, ella nació ya formada de la frente de su padre —comentó Jean—. Es exactamente lo que hubiera hecho Reed. —Y guardó silencio. Aún podía sentir la inefable felicidad del momento en que el policía había cortado las cuerdas que la sujetaban a la silla y por fin pudo abrazar a Lily. Podía sentir la punzante belleza del sonido de la voz de Lily susurrando: «Jean… mamá».
Las habían llevado a las dos al hospital para que las examinara un médico. Allí, sentadas muy juntas, empezaron a recuperar los veinte años que habían estado separadas.
—Siempre he tratado de imaginar cómo serías —le había dicho Lily—. Y creo que eres como yo te había imaginado.
—Y tú eres como yo te había imaginado a ti. Tendré que aprender a llamarte Meredith. Es un nombre muy bonito.
Cuando el doctor les dijo que podían irse, comentó:
—Después de lo que acaban de pasar ustedes, la mayoría de las mujeres estarían a base de tranquilizantes. Son ustedes muy fuertes.
Luego fueron a ver a Laura. Estaba muy deshidratada, y la tenían con suero y sedada.
Sam había vuelto al hospital para llevarlas al hotel, pero en el vestíbulo se encontraron con los Buckley.
—Mamá, papá —había exclamado Meredith, y Jean vio con pesar cómo corría a sus brazos.
—Jean, usted le dio la vida y la ha salvado —le dijo Gano Buckley con voz queda—. A partir de ahora formará parte de su vida.
Ahora, Jean miró a la pareja sentada frente a ella en la mesa. Los dos aparentaban unos sesenta años. Charles Buckley tenía el pelo de un gris metálico, mirada penetrante, rasgos marcados y un aire de autoridad que quedaba compensado por sus modales encantadores y su sonrisa cordial. Gano Buckley era una mujer de aspecto delicado, menuda, y había disfrutado de una breve carrera como concertista de piano antes de convertirse en esposa de militar.
—Meredith toca maravillosamente —explicó a Jean—. Estoy impaciente porque la oiga.
Los tres habían planeado visitar a Meredith en la academia el sábado por la tarde. Ellos son su madre y su padre, pensó Jean. Ellos son los que la han educado, los que se han preocupado por ella, la han querido y la han convertido en la mujer maravillosa que es. Pero al menos ahora tendré un lugar en su vida. El sábado iré con ella a visitar la tumba de Reed y le hablaré de él. Quiero que sepa que su padre fue un hombre extraordinario.
Para Jean, aquella fue una velada agridulce, y supo que los Buckley la comprendían cuando alegó que estaba agotada y se fue poco después de que tomaran el café.
Cuando Craig Michaelson la dejó ante la puerta del hotel a las diez en punto, se encontró con que Sam Deegan y Alice Sommers la esperaban en el vestíbulo.
—Hemos supuesto que querría tomar una última copa con nosotros —le dijo Sam—. A pesar de toda la gente que hay por lo de las bombillas, han conseguido reservarnos una mesa en el bar.
Jean los miró con los ojos llenos de lágrimas de gratitud. Saben que ha sido una noche muy dura para mí, pensó. Entonces vio a Jake Perkins, que estaba de pie cerca del mostrador de recepción. Le hizo una señal para que se acercara y el chico corrió a su lado.
—Jake —le dijo—, esta tarde estaba tan derrotada que no estoy segura de haberte dado las gracias. De no ser por ti, ni Meredith, ni Laura ni yo estaríamos vivas. —Y, dicho esto, le echó los brazos al cuello y le dio un beso en la mejilla.
Jake estaba visiblemente conmovido.
—Doctora Sheridan —repuso—, me hubiera gustado ser un poco más despierto. Cuando vi los búhos de peltre sobre el tocador, cerca del cuerpo del señor Amory, le dije al señor Deegan que había encontrado uno junto a la tumba de Alison Kendall. Si se lo hubiera dicho cuando lo encontré, quizá le habría puesto a usted un guardaespaldas inmediatamente.
—Eso no importa —apuntó Sam—. En aquel momento tú no podías saber que el búho significaba algo. La doctora Sheridan tiene razón. Si no hubieras deducido que Laura estaba en esa casa, las tres estarían muertas. Y ahora, vamos dentro antes de que perdamos esa mesa. —Pareció reflexionar un momento y suspiró—. Tú también, Jake —añadió.
Alice estaba junto a él, y Sam se dio cuenta de que lo que Jake acababa de decir la había sobresaltado.
—Sam, la semana pasada, el aniversario de la muerte de Karen, encontré un búho de peltre en su tumba —susurró—. Lo tengo en casa, en la vitrina de curiosidades.
—Eso es —dijo Sam—. Había estado tratando de recordar qué era lo que me había llamado la atención de esa vitrina. Ahora ya lo sé.
—Debió de ser Gordon Amory quien lo puso allí —apuntó Alice con tristeza.
Sam la rodeó con el brazo y entraron en el bar. También ha sido un día espantoso para Alice, pensó. Él le había dicho lo que el Búho había confesado a Laura: que mató a Karen por error. Alice se había quedado desolada al saber que su hija había muerto solo porque esa noche dio la causalidad de que estaba en la casa. Pero al menos eso eliminaba las dudas que había tenido siempre sobre el antiguo novio de Karen, Cyrus Lindstrom, y, hasta cierto punto, por fin podía sentir que todo había acabado.
—Sacaré ese búho de la vitrina cuando la lleve a su casa esta noche —le dijo Sam—. No quiero que vuelva a verlo.
Ya habían llegado a la mesa.
—Todo ha terminado también para usted, ¿verdad, Sam? —Preguntó Alice—. Durante estos veinte años, nunca renunció a resolver la muerte de Karen.
—Sí, en ese sentido, es cierto que termina una etapa, pero confío en que no le importe que siga visitándola de vez en cuando.
—Eso espero, Sam, eso espero. Ha estado usted a mi lado durante estos veinte años. No puede dejarme ahora.
Jake estaba a punto de sentarse junto a Jean cuando notó que alguien le tocaba el hombro.
—¿Te importa? —Era Mark Fleischman, y se sentó en su silla—. He pasado por el hospital para ver a Laura —explicó a Jean—. Está mejor, aunque emocionalmente está bastante trastornada, desde luego, pero se recuperará. —Con una sonrisa, añadió—: Dice que quiere iniciar un tratamiento psicológico conmigo.
Jake se sentó al otro lado de Jean.
—Creo que, en todo caso, esta angustiosa experiencia representará un punto de inflexión en su carrera —afirmó muy serio—. Con toda esta publicidad, seguro que va a recibir un montón de ofertas. Así es el show business.
Sam lo miró. Dios, seguramente tiene razón, pensó y, al caer en la cuenta, decidió pedir un whisky doble en vez de un vaso de vino.
A través de Sam, Jean sabía que Mark había estado buscándola con el coche. Luego, cuando el investigador le llamó, corrió al hospital adonde las habían llevado. Se fue sin llegar a verla cuando le dijeron que le iban a dar el alta enseguida. Jean no le había visto ni había hablado con él en todo el día. Ahora lo miró directamente. La ternura con la que Mark la miraba hizo que sintiera vergüenza por haber desconfiado de él y la conmovió profundamente.
—Lo siento, Mark —dijo—. Lo siento muchísimo.
Él puso la mano encima de la de ella, el mismo gesto que unos días atrás la había reconfortado y hecho sentir una chispa que hacía mucho que fallaba en su vida.
—Jeannie —repuso él sonriendo—, no tienes por qué sentirlo. Te voy a dar todas las oportunidades que quieras para compensarme. Te lo prometo.
—¿Sospechaste en algún momento que era Gordon? —le preguntó ella.
—Jean, lo cierto es que, bajo la superficie, todos los homenajeados teníamos muchas cosas guardadas, por no hablar del presidente de la reunión. Jack Emerson podrá ser un avezado hombre de negocios, pero jamás me fiaría de él. Mi padre me ha dicho que aquí todo el mundo sabe que es un mujeriego y un borracho, aunque nunca se ha mostrado agresivo. Todos creen que fue él quien quemó aquel edificio hace diez años. Uno de los motivos es que, la noche del incendio, un vigilante, seguramente pagado por él, lo recorrió de arriba abajo para asegurarse de que no quedaba nadie dentro. Es algo muy sospechoso, pero también indica que Emerson no quería matar a nadie.
»Por un tiempo, llegué a creer que era Robby Brent quien había matado a las chicas de la mesa del comedor. ¿Recuerdas lo agrio que era de pequeño? Y en la cena de gala se mostró tan desagradable que pensé que sería capaz de agredir a otra persona. Estuve buscando información sobre él en internet. Encontré una entrevista donde hablaba de su miedo a la pobreza y decía que tenía dinero enterrado por todo el país en propiedades que había ido adquiriendo con nombres falsos. En otra de sus supuestas declaraciones afirmaba que era el tonto en una familia de listos y que en la escuela siempre lo consideraron un memo. Decía que había aprendido el arte de ridiculizar a los demás porque siempre era el centro de las burlas. Y que acabó odiando prácticamente a todo el mundo en este pueblo. —Mark se encogió de hombros—. Y entonces, cuando estaba convencido de que él era el Búho, desapareció.
—Creemos que sospechaba de Gordon y que lo siguió hasta la casa —explicó Sam—. Había manchas de sangre en la escalera.
—Carter lleva tanta rabia en su interior que me pareció que sería capaz de asesinar —dijo Jean.
Mark negó con la cabeza.
—Pues, por alguna razón, a mí no. Carter desfoga su ira continuamente con su actitud y a través de sus obras. Las he leído todas. Algún día tendrías que hacerlo. Reconocerías a algunos de los personajes enseguida. Esa es su forma de vengarse de los que él consideraba sus torturadores. No necesita llegar más lejos.
Jean se dio cuenta de que Sam, Alice y Jake escuchaban a Mark atentamente.
—Así pues, solo quedabais Gordon Amory y tú —dijo.
Mark sonrió.
—A pesar de tus dudas, Jeannie, yo sabía que yo no era el culpable. Cuanto más estudiaba a Gordon, más sospechaba de él. Una cosa es operarse una nariz rota o eliminar las bolsas que tienes bajo los ojos, pero modificar completamente tu aspecto externo es algo que siempre me ha parecido muy raro. No le creí cuando dijo que le daría a Laura un papel en su nueva serie de televisión. Era evidente que le molestó que estuviera tanto por él en la reunión, porque sabía perfectamente que solo quería utilizarlo. Sin embargo, esta mañana, cuando lo vi en el hotel después de que tú desaparecieras, pensé que me había equivocado con él. La verdad, cuando salí a buscarte con el coche, estaba histérico. Estaba convencido de que te había pasado algo terrible.
Jean se volvió hacia Sam.
—Sé que habló usted con Laura en el hospital. ¿Le dijo si Gordon le había contado cómo consiguió que las muertes de las otras cuatro chicas parecieran accidentes y, en el caso de Gloria, un suicidio?
—Gordon alardeó sobre eso delante de Laura. Le dijo que las vigilaba antes de matarlas. El coche de Catherine Kane se precipitó al Potomac porque él había manipulado los frenos. Cindy Lang no se vio sorprendida por un alud… él se acercó en una pendiente y arrojó su cuerpo a una grieta. Aquella tarde hubo una avalancha, y todos dieron por sentado que Cindy había quedado atrapada. Nunca recuperaron el cuerpo. —Sam bebió un lento trago de whisky—. Llamó a Gloria Martin y le preguntó si podía pasarse a tomar una copa con ella. Gloria ya sabía que él era famoso y que se había puesto muy guapo, así que accedió. Sin embargo, no pudo resistirse a burlarse de él y corrió a comprar el búho de peltre. Gordon la emborrachó y, cuando se quedó dormida, la asfixió con una bolsa de plástico y le dejó el búho en la mano.
Alice soltó una exclamación.
—Señor, qué persona tan perversa.
—Sí, lo era —concedió Sam—. Debra Parker estaba tomando lecciones de vuelo en un campo de aviación. Las medidas de seguridad eran mínimas. Gordon había conseguido también la licencia de piloto, así que sabía perfectamente cómo manipular el aparato para que se estrellara en el primer vuelo en solitario de Debra. Y la muerte de Alison fue sencilla… se limitó a mantenerla sumergida en la piscina. —Sam miró a Jean con expresión pesarosa—. Y, Jean, sé que os dijo a usted y Meredith que fue él quien atropelló a Reed.
Mark no había apartado los ojos de Jean ni un momento.
—Cuando vi a Laura en el hospital hace un rato, me dijo que Gordon tenía tres bolsas de plástico con vuestros nombres y que pensaba utilizarlas para asfixiaros. Dios, Jeannie, cuando lo pienso me pongo como loco. No podría soportar que te pasara algo malo.
Y, muy despacio, tomó su rostro entre las manos y la besó; un beso largo y tierno con el que expresaba todo lo que aún no le había dicho con palabras.
De repente destelló un flash y los dos se volvieron, desconcertados. Jake estaba de pie, enfocándolos aún con la cámara.
—Solo es una cámara digital —explicó sonriente—, pero sé reconocer una buena fotografía en cuanto la veo.