Cuando Sam Deegan se puso al teléfono después de que Amy Sachs le explicara que Jake creía saber dónde retenían a Laura, no dio al chico la oportunidad de pronunciar el discurso que había preparado.
Jake quería decirle: «Señor Deegan, a pesar de que haya negado mi colaboración públicamente y me haya convertido en objeto de mofa, soy lo bastante generoso para ayudarle en su investigación, sobre todo porque estoy muy preocupado por la doctora Sheridan».
Solo le dio tiempo a llegar hasta «… a pesar de que…», porque Sam le interrumpió.
—Mira, Jake, Jean Sheridan y Laura están en manos de un maníaco homicida. No me hagas perder el tiempo. ¿Sabes dónde está Laura o no?
En este punto, con las prisas por contar lo que sabía, a Jake se le trabó la lengua.
—Hay alguien en la antigua casa de Laura en Mountain Road, señor Deegan, aunque se supone que está deshabitada. Uno de los homenajeados de la reunión ha ido casi cada día a la cafetería que hay al pie de la calle para comprar comida. Acabo de verlo pasar. Y creo que se dirigía a la casa. —Jake apenas acababa de pronunciar el nombre del individuo cuando oyó el clic del teléfono de Sam.
Seguro que eso ha despertado su interés, pensó Jake mientras esperaba en la calle, cerca de la antigua casa de Laura. No habían pasado ni seis minutos cuando Deegan y el otro detective, Zarro, pararon en el bordillo haciendo chirriar los frenos, seguidos de dos coches patrulla. No habían utilizado las sirenas para anunciar su llegada, lo cual decepcionó un poco a Jake, aunque supuso que era para no alertar al asesino.
Jake explicó a Sam que estaba seguro de que la persona que había en la casa se hallaba en la habitación de la esquina de la parte frontal. Inmediatamente después, los policías echaron la puerta abajo y entraron. Sam le gritó que se quedara fuera.
Esta es mi oportunidad, pensó Jake. Cuando supuso que ya habían subido a la habitación, entró, con la cámara al hombro. Cuando llegó a lo alto de las escaleras, oyó un portazo. La otra habitación frontal, pensó. Hay alguien allí.
Sam Deegan salió de la habitación de la esquina, pistola en mano.
—¡Ve abajo, Jake! —le ordenó—. Hay un asesino escondido aquí.
Jake señaló la puerta del fondo del pasillo.
—Está ahí.
Sam, Zarro y un par de agentes pasaron como un rayo a su lado. Jake corrió hacia la puerta de la habitación del frente de la casa, miró dentro y, tras un instante de perplejidad por la escena que tenía delante, enfocó con la cámara y se puso a hacer fotografías.
Hizo una fotografía de Laura Wilcox. Estaba tendida en la cama, con el vestido muy arrugado y el pelo apelmazado. Un policía le sostenía la cabeza y le acercaba un vaso de agua a los labios.
Jean Sheridan estaba sentada en el suelo, con una joven ataviada con el uniforme de los cadetes de West Point en los brazos. Jean lloraba y susurraba, una y otra vez: «Lily, Lily, Lily». Al principio Jake pensó que la chica estaba muerta, pero luego vio que empezaba a moverse.
Jake enfocó la cámara y captó para la posteridad el momento en que Lily abrió los párpados y, por primera vez desde el día en que nació, miró a los ojos a su verdadera madre.