Jake volvió a pedir permiso para aparcar el coche delante de la cafetería, y una vez más se lo dieron, aunque en esta ocasión Duke se mostró aún más curioso que de costumbre.
—¿A quién le estás haciendo fotografías, chico?
—Solo fotografío el vecindario. Como le dije, estoy escribiendo un artículo para la Gaceta de Stonecroft. Cuando lo termine le daré una copia. —De pronto tuvo una inspiración—. No, mejor aún, mencionaré su nombre.
—Eso estaría bien. Duke y Sue Mackenzie, con la «k» minúscula.
—Entendido.
Jake estaba a punto de salir con la cámara al hombro cuando su móvil sonó. Era Amy Sachs, que cumplía su turno en el hotel.
—Jake —susurró—, tendrías que venir. Está pasando de todo. La doctora Sheridan ha desaparecido. Han encontrado su coche en el mirador Storm King. El señor Deegan está aquí, en la oficina. Acabo de oírle gritar que no sé qué se ha perdido.
—Gracias, Amy. Voy enseguida —dijo Jake. Se volvió hacia Duke—. Creo que después de todo no voy a necesitar esa plaza de aparcamiento, pero gracias de todos modos.
—Mira, ahí va ese tipo de la reunión de ex alumnos del que te hablé —dijo Duke señalando a la calle—. Va muy deprisa. Le pondrán una multa si no se anda con cuidado.
Jake se volvió con la suficiente rapidez para ver y reconocer al conductor.
—¿Ese hombre viene aquí? —preguntó.
—Sí. Esta mañana no ha venido, pero casi todos los días pasa para llevarse café y tostadas, y a veces por la noche se lleva café y un sándwich.
¿Es posible que comprara la comida para Laura?, se preguntó. Y ahora la doctora Sheridan ha desaparecido. Tengo que llamar a Sam Deegan. Estoy seguro de que querrá registrar la antigua casa de Laura. Luego subiré hasta allí y le esperaré, decidió.
Marcó el número del hotel.
—Amy, ponme con el señor Deegan. Es importante.
Amy no tardó en volver.
—El señor Deegan me ha dicho que te pierdas.
—Amy, dile al señor Deegan que creo que sé dónde puede encontrar a Laura Wilcox.