Jake Perkins se arrepintió enseguida de no haberle hecho a Sam alguna señal cuando sus ojos se encontraron. Una cosa era no dar información a aquel detective, y otra muy distinta cortar todo contacto con él. Ningún buen reportero haría nunca algo así, por muy ofendido que se hubiera sentido.
Le hubiera gustado pedir a Sam Deegan una declaración sobre el asesinato de Robby Brent, pero sabía que no debía hacerlo. Ya sabía cuál iba a ser la postura oficial: Brent había sido víctima de un homicidio cometido por uno o varios desconocidos. No habían revelado la causa de la muerte, pero estaba claro que no era suicidio. Nadie se sube al maletero de un coche cuando se está cayendo al río.
Quizá Deegan sepa dónde está la doctora Sheridan, pensó. Había tratado de localizarla, pero nadie contestaba en su habitación. Quería que le confirmara que de joven Laura Wilcox dormía en la habitación de la casa de Mountain Road donde asesinaron a aquella otra chica.
Cargando con dificultad la pesada cámara, Jake se abrió paso entre la multitud de fotógrafos y reporteros y alcanzó a Sam junto a su coche.
—Señor Deegan, he estado tratando de localizar a la doctora Sheridan. ¿Por casualidad sabe dónde podría encontrarla? No contesta en su habitación.
—¿A qué hora trataste de hablar con ella? —preguntó el investigador bruscamente.
—Hacia las nueve y media.
La misma hora en que él lo había intentado.
—No sé dónde está —respondió secamente, y subió al coche. Cerró con un golpe y encendió la sirena.
Algo pasa, pensó Jake. Está preocupado por la doctora Sheridan, pero no ha girado para dirigirse hacia el hotel. Va demasiado rápido para que le alcance. Mejor será que vuelva al instituto y limpie el cuarto oscuro. Luego iré al hotel para ver qué está pasando.