Después de su primera clase, la alumna de segundo curso de West Point Meredith Buckley volvió enseguida a su habitación para dar un último repaso a sus apuntes de álgebra lineal, la asignatura que le estaba resultando más difícil en su segundo año en West Point.
Durante veinte minutos, estuvo totalmente concentrada en los apuntes. Cuando los estaba volviendo a guardar en la carpeta, el teléfono sonó. Estuvo tentada de no contestar, pero pensó que tal vez sería su padre, que llamaba para desearle suerte en el examen. Así que descolgó el auricular y sonrió. Antes de que pudiera hablar, una voz alegre le dijo:
—¿Me concede el honor de invitar a la cadete Buckley, hija del distinguido general Buckley, a compartir otro fin de semana con sus padres y un servidor en mi casa de Palm Beach?
—Mmm, no se imagina lo bien que suena eso —respondió Meredith con entusiasmo mientras pensaba en el glamouroso fin de semana de que había disfrutado con el amigo de sus padres—. Iré cuando usted quiera, a menos, claro está, que West Point tenga otros planes para mí, que es casi siempre. No quiero parecer maleducada, pero tengo que ir a hacer un examen.
—Necesito cinco, no, solo tres minutos de tu tiempo. Meredith, he venido para una reunión de antiguos alumnos de Stonecroft, en Cornwall. Creo que te lo había mencionado.
—Sí, me lo dijo. Lo siento, pero de verdad que tengo que irme.
—Seré rápido. Meredith, una compañera de clase que asistió a la reunión es amiga íntima de Jean, tu verdadera madre, y te ha escrito una nota. Le prometí que te la entregaría personalmente. Dime cuándo te va bien que nos veamos en el aparcamiento del museo y te estaré esperando con la nota.
—¿Mi verdadera madre? ¿Alguien que ha estado en la reunión la conoce? —Meredith notó que el corazón se le aceleraba mientras agarraba con fuerza el auricular. Miró el reloj. Tenía que ir enseguida a la clase—. Terminaré el examen a las once cuarenta —añadió a toda prisa—. Puedo estar en el aparcamiento a las doce.
—Perfecto. Suerte con el examen, general.
La cadete Meredith Buckley tuvo que poner toda su voluntad para obligarse a apartar de su mente la idea de que en poco más de una hora sabría algo tangible de la chica que la tuvo a los dieciocho años. Hasta el momento, lo único que sabía era que su madre estaba a punto de graduarse en el instituto cuando supo que estaba embarazada, y que su padre estaba en último curso de la universidad y murió atropellado antes de que ella naciera.
Sus padres le habían hablado de su verdadera madre. Le habían prometido que, cuando se graduara en West Point, tratarían de averiguar su identidad y concertar un encuentro. «No tenemos ni idea de quién es, Meri —le había dicho su padre—. Lo que sí sabemos, porque el médico que la asistió en el parto y que tramitó la adopción nos lo dijo, es que tu madre te quería mucho y que darte en adopción seguramente fue la decisión menos egoísta y más difícil que tendría que tomar en su vida».
Todos estos pensamientos pasaban por la cabeza de Meredith mientras trataba de concentrarse en el examen de álgebra. No podía dejar de pensar que cada tictac del reloj la acercaba un segundo más al momento en que sabría algo más de su madre, Jean.
Entregó el examen y salió corriendo hacia Thayer Gate y el museo militar. Entonces se dio cuenta de que acababa de encontrar la respuesta a la pregunta que le había hecho su padre el día anterior por teléfono. Era Palm Beach. Ahí es donde perdí mi cepillo, recordó de pronto.