A las nueve menos cuarto, cuando se dirigía hacia el Glen-Ridge, Sam pensó que no era demasiado temprano para llamar a Jean. Cuando vio que no contestaba al teléfono de su habitación, se sintió decepcionado, pero no preocupado. Si anoche cenó en su habitación, seguramente habrá ido a desayunar a la cafetería. Pensó en llamarla al móvil, pero al final lo descartó. Para cuando consiga hablar con ella, ya habré llegado al hotel.
Intuyó que algo podía haber ocurrido cuando no la encontró en la cafetería y, después, al ver que seguía sin contestar en su habitación. El recepcionista no estaba seguro de si había salido o no. Era el hombre con el pelo de un color tan divertido.
—Eso no significa que no haya salido —le explicó—. Por las mañanas tenemos mucho trabajo, porque es cuando los clientes se van.
Sam vio que Gordon Amory bajaba del ascensor. Vestía camisa, corbata y un traje gris oscuro que se notaba que era muy caro. Cuando vio a Sam, se acercó.
—¿Por casualidad no habrá hablado usted con Jean esta mañana? —le preguntó—. Habíamos quedado en desayunar juntos, pero no se ha presentado. Pensé que quizá se había dormido, pero en su habitación no contestan.
—No sé dónde está —dijo Sam tratando de ocultar su creciente inquietud.
—Bueno, ayer por la noche, cuando volvimos, estaba cansada, de modo que quizá se le ha olvidado —aventuró Amory—. Ya la veré después. Me dijo que estaría por aquí hasta mañana. —Y, con una sonrisa escueta y un gesto de la mano, se dirigió hacia la salida.
Sam se sacó la cartera y buscó el número del móvil de Jean, pero no lo encontró. Exasperado, supuso que se lo habría dejado en el bolsillo de la chaqueta que llevaba el día anterior. Pero había una persona que quizá lo tendría: Alice Sommers.
Cuando estaba marcando su número, de nuevo se dio cuenta de la expectación que sentía ante la perspectiva de oír la voz de Alice. Cené con ella anteanoche, pensó. Ojalá hubiéramos quedado esta noche.
Alice tenía el número de Jean y se lo dio.
—Sam, Jean me llamó ayer para decirme lo emocionada que está ante la idea de conocer a los padres adoptivos de Lily. Y dijo que tal vez el fin de semana conocería personalmente a Lily. ¿No es maravilloso?
Un encuentro con una hija a la que no ves desde hace veinte años. Alice se alegra por Jean, pero esto debe de recordarle una vez más que hace prácticamente el mismo tiempo que Karen murió, pensó Sam. Y se defraudó a sí mismo al comprobar que, como hacía siempre que se sentía conmovido, se parapetaba mostrándose brusco.
—Me alegro por ella. Alice, tengo que dejarla. Si sabe algo de Jean y le dice que no ha hablado conmigo, dígale que me llame, por favor. Es importante.
—Juraría que está preocupado por ella, Sam. ¿Por qué?
—Estoy un poco preocupado. Están pasando muchas cosas. Pero seguramente ha salido a dar un paseo, nada más.
—Dígame algo si habla con ella.
—Lo haré, Alice.
Sam cerró el móvil bruscamente y fue hasta el mostrador.
—Me gustaría saber si la doctora Sheridan ha pedido que le suban el desayuno esta mañana.
La respuesta llegó enseguida:
—No, no lo ha hecho.
En ese momento, Mark Fleischman entró en el hotel. Vio a Sam ante el mostrador de recepción y se dirigió hacia él.
—Señor Deegan, quiero hablar con usted. Estoy preocupado por la doctora Sheridan.
Sam lo miró con frialdad.
—¿Y por qué dice eso, doctor Fleischman?
—Porque, en mi opinión, quien sea que le ha estado mandando esos faxes sobre su hija es peligroso. Después de la desaparición de Laura, Jean es la única del llamado grupo de la mesa del comedor que sigue con vida y está ilesa.
—Yo también lo había pensado, doctor Fleischman.
—Jean está enfadada conmigo y no confía en mí. Malinterpretó mis intenciones cuando pregunté en recepción si había recibido algún fax. Ahora no quiere hacer caso de nada de lo que le digo.
—¿Cómo supo usted que había sido paciente del doctor Connors? —inquirió Sam sin rodeos.
—Jean también me lo preguntó, y yo le dije que se lo había oído decir a ella. Sin embargo, he estado pensando y ahora recuerdo dónde lo oí. Cuando los homenajeados (o sea, Carter, Gordon y Robby y yo) estábamos bromeando con Jack Emerson porque su padre nos metió a todos en el grupo que se ocupaba de la limpieza de la consulta, uno de ellos lo mencionó. Solo que no recuerdo quién.
¿Decía Fleischman la verdad?, se preguntó Sam. Porque, de ser así, iba yo muy descaminado.
—Pues trate de recordarlo, doctor Fleischman —lo apremió—. Es muy importante.
—Lo haré. Ayer Jeannie fue a dar un largo paseo. Sospecho que esta mañana ha vuelto a hacerlo. He pasado por su habitación y no está, y no la veo tampoco en la cafetería. Voy a darme una vuelta con el coche a ver si la encuentro.
Sam sabía que era demasiado temprano para que el agente al que se le había asignado la vigilancia de Fleischman hubiera llegado.
—¿Por qué no espera un poco para ver si aparece? —propuso—. Lo más probable es que si se dedica a ir de un lado a otro no la vea.
—No tengo intención de quedarme esperando; estoy muy preocupado. —Tendió su tarjeta a Sam—. Le estaría muy agradecido si me avisa cuando tenga noticias.
Caminó con rapidez hacia la entrada. Sam lo siguió con la mirada, con sentimientos enfrentados. Me pregunto si le darían alguna medalla a la interpretación cuando estudiaba en Stonecroft. O es sincero, o es un actor condenadamente bueno, porque por fuera parece tan preocupado por Jean Sheridan como yo.
Los ojos de Sam se entrecerraron cuando Fleischman salió por la puerta principal. Esperaré un poco más, pensó. Quizá Jean solo está dando un paseo.