«Dormir, tal vez soñar», pensó Jean, inquieta, mientras se ponía de lado, y luego sobre la espalda. Finalmente encendió la luz y se levantó. La habitación parecía demasiado caldeada. Se acercó a la ventana y la abrió un poco. A ver si ahora puedo dormir, se dijo.
La fotografía de Lily de recién nacida estaba sobre la mesita de noche. Jean se sentó en el borde de la cama y la cogió. ¿Cómo pude separarme de ella?, pensó. ¿Por qué la dejé ir? Se sentía como si estuviera en una montaña rusa de emociones. Esta noche voy a conocer al hombre y la mujer a quienes entregaron a Lily después de nacer. ¿Qué voy a decirles? ¿Que les estoy agradecida? Lo estoy, pero me avergüenza reconocer que les envidio. Me gustaría haber vivido las cosas que ellos han vivido con Lily. ¿Y si cambian de opinión y deciden que no debo conocerla todavía?
Necesito conocerla, y luego me iré a casa. Quiero alejarme de toda la gente de Stonecroft. Esta noche, el ambiente en la casa del director del instituto era espantoso, pensó al apagar la luz y volver a meterse en la cama. Todos parecían tensos, pero lo mostraban de formas diferentes. Mark… ¿qué le pasará por la cabeza?, se preguntó. Estuvo tan callado… y procuró no cruzarse conmigo. Carter Stewart, que estaba de un humor de perros, explicó a voz en grito que había perdido un día entero de trabajo buscando los guiones de Robby. Jack Emerson estaba alterado y no dejó de beber whiskies dobles. Gordon parecía que estaba bien, hasta que el director se empeñó en enseñarle los planos del nuevo edificio. Y entonces estalló. Señaló que en la cena de gala había hecho entrega de un cheque de cien mil dólares para la construcción del nuevo edificio. ¡Cómo levantaba la voz! Y a continuación preguntó si nadie se había dado cuenta de que cuanto más das más trata de sacarte la gente.
Carter se mostró igual de desagradable. Dijo que, como él nunca hace ningún donativo, no tiene ese problema. Entonces Jack Emerson se unió al grupo y alardeó de que iba a donar medio millón de dólares a Stonecroft para el nuevo centro de comunicaciones.
Los únicos que no dijimos nada fuimos Mark y yo, pensó Jean. Yo voy a hacer una donación, pensó, pero será para becas, no para edificios.
No quería pensar más en Mark.
Miró el reloj. Las cinco menos cuarto. ¿Qué voy a ponerme esta noche? No he traído mucha ropa. Y no sé qué clase de personas son los padres adoptivos de Lily. ¿Vestirán ropa informal o más bien clásicas? Creo que con la chaqueta y los pantalones de tweed marrón que me puse para la excursión por West Point iré bien. No son ni muy serios ni muy informales.
Sé que las fotografías que nos han hecho en la casa del director van a salir espantosas. No creo que ninguno de los hombres sonriera ni una vez, y tenía la sensación de que se notaba, que mi sonrisa era de lo más falsa. Y cuando ese crío tan lanzado, Jake Perkins, se presentó y preguntó si podía hacernos una fotografía para la Gaceta, pensé que al director le iba a dar un ataque. Pero el pobre chico me dio pena, Downes lo echó de mala manera.
Espero que Jake no haya incluido Georgetown en la lista de universidades a las que quiere ir, aunque desde luego su presencia hace la vida más interesante.
Pensar en Jake la hizo sonreír y alivió por un momento la tensión que había ido en aumento desde que supo que iba a entrevistarse con los padres adoptivos de Lily.
Pero su sonrisa desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido. ¿Dónde está Laura? Ya hace cinco días que desapareció. No puedo quedarme aquí indefinidamente. La semana que viene tengo clases. ¿Por qué me empeño en creer que tendré noticias suyas?
No podré dormirme, decidió finalmente. Es demasiado temprano para levantarme, pero al menos puedo leer. Ayer ni siquiera abrí el periódico y no sé lo que pasa en el mundo.
Fue hacia la mesa de escritorio de la habitación, cogió el periódico y volvió con él a la cama. Apoyó la almohada contra el cabezal y se puso a leer, pero los ojos se le cerraban. Por fin, se sumió en un sueño profundo, y no se dio cuenta de que el periódico se le escurría de las manos.
A las siete menos cuarto, el teléfono sonó. Cuando Jean vio la hora en el reloj que había junto al teléfono, sintió un nudo en la garganta. Tienen que ser malas noticias, pensó. Algo le ha pasado a Laura… ¡o a Lily! Aferró el auricular.
—Hola —dijo nerviosa.
—Jeannie… soy yo.
—¡Laura! —Exclamó Jean—. ¿Dónde estás? ¿Cómo estás?
Laura sollozaba de tal modo que era difícil entender lo que decía.
—Jean… ayúdame. Tengo mucho miedo. He hecho una cosa tan… absurda… lo siento. Faxes… Lily… sobre Lily.
Jean se puso rígida.
—No conoces a Lily. Lo sé.
—Robby… él… él… cogió su… su cepillo. Fue… idea… suya…
—¿Dónde está Robby?
—De… camino… California. Va… va a… echarme la culpa. Jeannie, reúnete conmigo… por favor. Tú sola, tú sola.
—Laura, ¿dónde estás?
—En… motel. Alguien… reconocerme. Tengo… que irme.
—Laura, ¿dónde puedo reunirme contigo?
—Jeannie… el mirador.
—¿El mirador de Storm King?
—Sí… sí.
Los sollozos de Laura arreciaron.
—Matar… matarme.
—Laura, escúchame —dijo Jean desesperada—, estaré ahí en veinte minutos. Todo irá bien. Te prometo que todo irá bien.
*****
Al otro extremo de la línea, el Búho desconectó rápidamente el teléfono.
—Muy bien, Laura —dijo con tono aprobador—. Después de todo, va a resultar que eres una buena actriz. Tu interpretación es digna de un Oscar de la Academia.
Laura se había desplomado sobre la almohada, con la cabeza vuelta hacia el otro lado, y sus sollozos habían quedado reducidos a unos suspiros temblorosos.
—Solo lo he hecho porque me has prometido que no le harías daño a la hija de Jean.
—Sí, lo he prometido —concedió el Búho—. Laura, debes de tener hambre. No has comido nada desde ayer por la mañana. No sé si podré traerte café. El hombre de la cafetería que hay al pie de la colina ha empezado a mostrarse demasiado curioso, así que he ido a otro sitio. Pero mira lo que te he traído.
Ella no se movió.
—¡Vuelve la cabeza, Laura! ¡Mírame!
Laura obedeció con cautela. A través de sus párpados hinchados, vio que él sostenía en alto tres bolsas de plástico. El Búho se puso a reír.
—Son regalos —le explicó—. Una es para ti, otra para Jean y la tercera para Meredith. Laura, ¿no te imaginas lo que voy a hacer? ¡Contesta, Laura! ¿No te imaginas lo que voy a hacer con ellas?