La noche anterior —¿o había sido esa mañana?— él le había echado una manta encima.
—Tienes frío. Laura —le dijo—, y no hay necesidad. He sido muy desconsiderado.
Es amable, pensó Laura algo aturdida. Hasta le llevó mermelada con el panecillo y recordó que le gustaba el café con la leche desnatada. Estaba tan tranquilo que Laura casi se relajó.
Eso era lo que quería recordar, no lo que le dijo cuando la sentó para que se bebiera el café, con las piernas atadas aún, pero con las manos libres.
—Laura, me gustaría que entendieras lo que siento cuando voy con el coche por las calles tranquilas buscando una presa. Es un arte. No hay que conducir demasiado despacio. Un coche patrulla que acecha a los vehículos que van demasiado rápido seguramente también pararía a uno que fuera demasiado despacio. A veces, cuando una persona sabe que ha bebido en exceso, conduce a paso de tortuga, una clara señal para la policía de que no confía en sus reflejos.
»Ayer por la noche busqué una presa. Laura. En homenaje a Jean, decidí ir a Highland Falls. Allí es donde se veía con su cadete. ¿Lo sabías, Laura?
Laura negó con la cabeza. Él se puso furioso.
—¡Laura, habla! ¿Sabías que Jean tenía una aventura con un cadete?
—Los vi juntos una vez que fui a un concierto en West Point, pero no le di importancia —respondió entonces Laura—. Jeannie nunca nos dijo nada —explicó—. Todos sabíamos que iba a menudo a West Point porque ya entonces quería escribir un libro.
El Búho asintió, satisfecho por la respuesta.
—Yo sabía que muchas veces Jeannie iba allí los domingos con su cuaderno de notas y se sentaba en uno de los bancos que miran al río. Un día, fui allí y la vi reunirse con él. Los seguí cuando se fueron a dar un paseo. Cuando creían que estaban solos, él la besó. Después de aquello los estuve vigilando. Oh, se tomaban grandes molestias para que nadie los viera como pareja. Jeannie ni siquiera iba con él a los bailes. Aquella primavera, la estuve observando. Me gustaría que hubieras visto su cara cuando estaban juntos, lejos de los demás. ¡Estaba radiante! Jean, la callada y atenta Jean, a quien yo veía como una compañera de sufrimientos por su tumultuosa vida familiar, un alma gemela… me excluía de su vida.
Y yo que pensaba que estaba colado por mí, se dijo Laura, y que me odiaba por haberme reído de él. Pero en realidad estaba enamorado de Jeannie. Su mente aún no había asimilado el horror de lo que acababa de escuchar.
—La muerte de Reed Thornton no fue un accidente. Laura. Aquel domingo de mayo, hace veinte años, yo iba con mi coche por los terrenos de West Point, por si los veía. Reed, tan guapo, con sus cabellos dorados, caminaba solo en dirección a la zona de picnic. Quizá había quedado allí. ¿Tenía intención de matarle? Por supuesto que sí. Él tenía todo lo que a mí me faltaba: un físico atractivo, un entorno favorable y un futuro prometedor. Y tenía el amor de Jeannie. No era justo. Dame la razón. Laura. ¡No era justo!
Ella contestó farfullando, dispuesta a darle la razón en lo que fuera para evitar su ira. Entonces él le habló con pelos y señales de la mujer que había matado la noche anterior. Le dijo que se había disculpado con ella, pero que cuando les llegara el momento de morir a ella y a Jeannie no habría disculpas.
También dijo que Meredith sería su última presa. Que ella acabaría de saciar su necesidad… o al menos eso esperaba.
¿Quién será Meredith?, se preguntó Laura somnolienta. Cayó en un sueño lleno de visiones de búhos que se abalanzaban sobre ella desde las ramas de los árboles, a toda velocidad, ululando de forma horripilante, agitando las alas con suavidad, mientras ella trataba de huir, aunque las piernas no le respondían y no podía moverse.