A las diez en punto Craig Michaelson recibió la llamada que esperaba.
—El general Buckley al teléfono —anunció su secretaria.
Craig contestó.
—Charles, ¿cómo estás?
—Estoy bien, Craig —repuso una voz preocupada—. Pero ¿qué es ese asunto tan urgente? ¿Qué ha pasado?
Craig Michaelson contuvo el aliento. Tendría que haberme imaginado que con Charles no podría andarme con rodeos, pensó. Por algo había llegado a general de tercer grado.
—Para empezar, es posible que no sea tan grave como pensaba —respondió—, pero me ha parecido preocupante. Como seguramente suponías, se trata de Meredith. Ayer vino a verme la doctora Sheridan. ¿Sabes algo de ella?
—¿La historiadora? Sí. Su primer libro trataba de West Point. Me gustó mucho, y creo que he leído todo lo que ha escrito después. Es una buena escritora.
—Es más que eso —dijo Michaelson directamente—. Es la madre biológica de Meredith y te he llamado por algo que me ha contado.
—¡Jean Sheridan es la madre de Meredith!
El general Charles Buckley escuchó con atención mientras Michaelson le contaba lo que sabía sobre Jean Sheridan, la reunión de ex alumnos en Stonecroft y la posible amenaza que pesaba sobre Meredith. Solo lo interrumpió alguna vez, para cerciorarse de que había entendido bien.
—Craig —dijo después—, como ya sabes, Meredith sabe que es adoptada. Desde la adolescencia ha manifestado su interés por conocer a su verdadera madre. En aquella época el doctor Connors y tú nos dijisteis que el padre había muerto en un accidente antes de su graduación en la universidad, y que la madre era una chica de dieciocho años que iría a la universidad con una beca. Meredith lo sabe.
—Le dije a Jean Sheridan que te desvelaría su identidad. Hay algo que no te conté hace veinte años; el padre de Meredith era un cadete de West Point que murió atropellado por un conductor que se dio a la fuga. Te hubiera resultado muy fácil descubrir quién era.
—¡Un cadete! No, nunca me lo dijiste.
—Era Carroll Reed Thornton hijo.
—Conozco a su padre —dijo Charles Buckley con voz queda—. Carroll nunca ha superado la muerte de su hijo. No puedo creerme que sea el abuelo de Meredith.
—Créeme, Charles, lo es. Jean Sheridan desea tan desesperadamente pensar que es Laura Wilcox quien le ha mandado esos faxes sobre Lily, que es como ella llama a Meredith, que está dispuesta a tomarse ese supuesto fax de disculpa como si fueran las Escrituras. Yo no.
—No me imagino dónde pudo conocer Meredith a esa Laura Wilcox —dijo Charles Buckley lentamente.
—Eso mismo pensé yo. Si es cierto que Laura Wilcox está detrás de esas amenazas, te aseguro que el fiscal del distrito del condado la llevará a los tribunales.
—¿Jean Sheridan sigue en Cornwall?
—Sí. Se aloja en el Glen-Ridge House y piensa quedarse hasta que tenga noticias de Laura.
—Voy a llamar a Meredith para preguntarle si conoce a Laura Wilcox y si recuerda dónde dejó ese cepillo. Hoy tengo unas reuniones en el Pentágono a las que no puedo faltar, pero mañana por la mañana Gano y yo cogeremos un avión hasta Cornwall. ¿Puedes ponerte en contacto con Jean Sheridan y decirle que los padres adoptivos de Meredith querrían cenar con ella mañana por la noche?
—Por supuesto.
—No quiero asustar a Meredith, pero puedo pedirle que me prometa no salir de West Point hasta que la veamos el viernes.
—¿Crees que cumplirá su promesa?
Por primera vez desde que habían empezado a hablar, Craig Michaelson notó que su amigo se relajaba.
—Desde luego. Aparte de su padre, soy el superior en la cadena de mando. Ahora sabemos que Meredith lleva el ejército en la sangre tanto por su familia adoptiva como por la biológica, pero recuerda que también es un cadete de West Point. Cuando da su palabra a un superior, nunca falta a ella.
Espero que tengas razón, pensó Craig Michaelson.
—Hazme saber lo que te cuenta. Charles.
—Desde luego.
*****
Una hora más tarde, el general Charles Buckley volvió a llamar.
—Craig —dijo con voz preocupada—, me temo que tenías razón al mostrarte escéptico en relación con ese fax. Meredith está totalmente segura de que no ha visto nunca a Laura Wilcox y no tiene ni idea de dónde perdió ese cepillo. La hubiera presionado más, pero tiene un examen importante por la mañana y está muy nerviosa, así que no me ha parecido el mejor momento para preocuparla. Se ha alegrado mucho al saber que su madre y yo… —vaciló al decir esto, y enseguida continuó con decisión— que su madre y yo vamos a ir a verla. El fin de semana, si todo sale bien, le hablaremos de Jean Sheridan y les daremos la oportunidad de conocerse. He pedido a Meredith que me prometa que no saldrá de la academia hasta que lleguemos, y se ha echado a reír. Dice que tiene otro examen el viernes y que tiene que estudiar tanto que no verá la luz del día hasta el sábado por la mañana. Pero de todos modos lo ha prometido.
Muy bien, pensó Craig Michaelson mientras colgaba el auricular, pero lo cierto es que Laura Wilcox no envió ese fax y que Jean Sheridan tiene que saberlo.
Craig había dejado la tarjeta de Jean a mano, debajo del teléfono de su despacho. Ahora la cogió y empezó a marcar el número. Enseguida colgó. No era a ella a quien debía llamar, decidió. Jean le había dado el número del investigador de la oficina del fiscal del distrito. ¿Dónde lo tenía? ¿Cómo se llamaba?
Después de revolver durante unos minutos los papeles que tenía sobre la mesa, encontró la anotación: Sam Deegan, seguido por un número de teléfono. Esto es lo que buscaba, pensó, y marcó el número.