Cuando Jean despertó, le sorprendió ver que ya eran las nueve. Al levantarse de la cama sintió frío. La ventana de guillotina estaba abierta unos centímetros por abajo, y una brisa fría entraba en la habitación. Jean corrió a cerrarla y luego subió las persianas. Fuera el sol se abría paso entre las nubes que cubrían el cielo, y Jean sintió que era un reflejo de su estado de ánimo. El sol empezaba a abrirse paso entre las nubes en su vida, y notaba que la invadía una sensación de euforia. Es Laura quien me ha enviado esas notas sobre Lily, pensó, y si de una cosa estoy segura es de que Laura nunca le haría daño. Solo se trata de dinero.
Aun así, espero que pronto se ponga en contacto conmigo. Debería despreciarla por haberme hecho pasar este mal trago, pero ahora me doy cuenta de lo desesperada que estaba. Había cierta desesperación en su comportamiento del sábado por la noche. Recuerdo cómo actuó cuando traté de hablar con ella antes de la cena de gala y le pregunté si había visto a alguien con una rosa en el cementerio. Evitaba mis preguntas y al final casi me echó de la habitación. ¿Era porque veía lo preocupada que estaba yo y se sentía culpable por lo que me estaba haciendo? Apuesto a que fue ella quien puso la rosa en la tumba de Reed. Debió de suponer que iría a visitarla.
El último pensamiento consciente que había tenido la noche anterior, antes de dormirse, fue que tenía que llamar a Craig Michaelson para hablarle del fax de Laura. Si al final había decidido ponerse en contacto con los padres adoptivos de Lily, no sería justo dejar que se preocuparan innecesariamente.
Jean se puso la bata, fue hasta la mesa, buscó la tarjeta de Craig Michaelson en su agenda y llamó a su oficina. El hombre atendió enseguida la llamada, y el corazón de Jean se encogió al ver la reacción que provocaron sus noticias.
—Doctora Sheridan —dijo Craig Michaelson—, ¿ha verificado si este último comunicado es realmente de Laura Wilcox?
—No, y no hay forma de comprobarlo. Pero si me pregunta si creo que lo mandó ella le diré que sí, sin duda. Confieso que me chocó descubrir que Laura sabía de la existencia de Lily o que estuve saliendo con Reed. Desde luego, nunca me dijo nada. Por otro lado, gracias al móvil que Robby Brent compró y a la hora aproximada en que yo recibí la supuesta llamada de Laura, sabemos que fue él quien lo hizo, imitando la voz de Laura. Así que nos encontramos con dos situaciones. Por un lado, Laura conoce la existencia de Lily y necesita dinero; por otro, Robby Brent ideó lo de la desaparición de Laura porque la quiere para su nueva comedia y es una forma de generar publicidad. Si conociera usted a Robby Brent, sabría que es perfectamente capaz de hacer algo así, tan mezquino y cruel.
De nuevo esperaba que Craig Michaelson la reafirmara en sus opiniones.
—Doctora Sheridan —dijo el hombre—, entiendo su alivio. Como bien dedujo usted cuando vino ayer a mi oficina, no estaba del todo seguro de que todo esto no fuera una invención suya porque necesitaba conocer a su hija. Fue su enfado lo que me convenció de que decía la verdad. Así que seré sincero.
Él gestionó la adopción, pensó Jean. Sabe quién es Lily y dónde está.
—Me pareció que el riesgo que corre su hija es lo bastante serio para ponerme en contacto con el padre. Ahora está fuera del país, pero estoy seguro de que tendré noticias suyas muy pronto. Quiero contarle todo lo que me ha dicho usted, incluso su identidad. Como bien sabe, no estoy obligado con usted por el secreto profesional, y creo que les debo a él y a su esposa la seguridad de que es usted una persona responsable y digna de crédito.
—Me parece bien —dijo Jean—, pero no quiero que pasen por el infierno que he tenido que vivir yo estos últimos días. No quiero que piensen que Lily está en peligro, porque ahora estoy convencida de que no lo está.
—Eso espero, doctora Sheridan, pero creo que, mientras Laura Wilcox no aparezca, no debemos entusiasmarnos con la idea de que ya no hay peligro. ¿Le ha enseñado ese fax al investigador del que me habló?
—¿Sam Deegan? Sí; de hecho se lo entregué.
—¿Podría darme su número de teléfono?
—Claro. —Jean había memorizado el número, pero el tono preocupado de Craig Michaelson la inquietó tanto que no estaba segura de recordarlo bien. Así que lo buscó, y se lo dio. Luego añadió—: Señor Michaelson, parece que han cambiado las tornas. ¿Por qué está tan preocupado ahora que yo estoy más tranquila?
—Es por el cepillo, doctora Sheridan. Si Lily recuerda cuándo lo perdió, dónde estaba o con quién, eso nos llevaría directamente a la persona que lo envió. Si recuerda haber estado con Laura Wilcox, entonces podremos creer que lo que dice este último fax es cierto, pero, conociendo a los padres adoptivos de Lily, y conociendo la vida que lleva la señorita Wilcox, dudo mucho que Lily haya estado con ella.
—Entiendo. —Jean se quedó helada por la lógica de aquel razonamiento. Acordaron mantenerse en contacto y Jean colgó. Marcó enseguida el número del móvil de Sam, pero no hubo respuesta.
Su siguiente llamada fue para Alice Sommers.
—Alice —dijo después de respirar hondo—, por favor, sea sincera conmigo. ¿Cree que es posible que ese fax de Laura, supuestamente de Laura, sea una estratagema para despistarnos y evitar que me ponga en contacto con los padres de Lily y averigüe lo del cepillo?
La respuesta que recibió era la que se temía, aunque instintivamente ya sabía que sería esa.
—Yo no me lo creí del todo, Jeannie —dijo la mujer a regañadientes—. No me preguntes por qué, pero no me sonaba real, y estoy segura de que Sam piensa lo mismo.