El cuerpo de Yvonne Tepper fue descubierto a las seis de la mañana por Bessie Koch, una viuda de setenta años que complementaba su cheque de la seguridad social repartiendo el New York Times en la zona de Highland Falls, en el condado de Orange.
La mujer estaba a punto de entrar con el coche en el camino de acceso a la casa de la señora Tepper, porque uno de sus eslóganes hacía alusión a su política de «nada de pies descalzos». «La gente no tiene que bajar a la calle a recoger el periódico —explicaba en sus panfletos—. El periódico estará ahí cuando usted abra la puerta». Su campaña era un homenaje a su difunto esposo, que siempre salía descalzo a recoger el periódico de la mañana, aunque normalmente el repartidor lo arrojaba más cerca de la calle que de los escalones de la entrada.
Al principio, Bessie no quería creer lo que veían sus ojos. Aquella noche había helado, e Yvonne Tepper estaba tendida entre dos arbustos, sobre una hierba que aún destellaba por los fragmentos de escarcha. Tenía las piernas dobladas, las manos metidas en los bolsillos de su parca azul marino. Su aspecto era tan pulcro y correcto que lo primero que Bessie pensó era que se había caído.
Cuando por fin comprendió lo que pasaba, Bessie detuvo el coche pisando con fuerza el freno. Abrió la portezuela y corrió los pocos metros que la separaban del cuerpo. Por unos momentos se quedó parada, aturdida por la impresión de ver los ojos abiertos de la mujer, la boca nacida, y la cuerda que llevaba alrededor del cuello.
Bessie trató de gritar pidiendo ayuda, pero fue incapaz de proferir ningún sonido. Así que dio media vuelta y corrió a trompicones hasta el coche. Se sentó ante el volante y se inclinó sobre el claxon. En las casas cercanas, empezaron a encenderse luces, y los vecinos se asomaron irritados a las ventanas. Varios hombres salieron para averiguar la causa de tanto alboroto… irónicamente, todos iban descalzos.
El marido de la vecina a la que Yvonne Tepper acababa de visitar cuando el Búho la atacó saltó al asiento del pasajero del coche de Bessie y le apartó las manos del claxon.
En ese momento, Bessie consiguió por fin gritar.