Cuando Sam Deegan se fue, Jean Sheridan y Mark Fleischman siguieron sentados en la cafetería casi una hora más. Él estiró el brazo y puso la mano sobre la de ella mientras la mujer le hablaba de su entrevista con Michaelson, de lo convencida que estaba de que el abogado había llevado la adopción de Lily y de su reacción violenta porque aquel hombre no parecía entender que Lily estaba en peligro.
—Le llamé para disculparme —explicó— y le comenté que tal vez Lily recordara dónde había perdido el cepillo, y que eso podría indicarnos quién se lo llevó, a menos que sean sus padres adoptivos quienes están detrás de todo esto.
—Es una posibilidad —concedió Mark—. ¿Piensas hacer lo que te dijo Michaelson, pedir una orden judicial para abrir los archivos?
—Desde luego. Mañana por la mañana me reuniré con Sam Deegan en su oficina.
—Creo que es lo mejor. ¿Y qué opinas de lo de Laura, Jean? Tú no crees que sea un montaje, ¿verdad?
—No, en absoluto. —Jean titubeó. Eran casi las cuatro y media, y el sol de media tarde proyectaba sombras oblicuas en la cafetería casi vacía. Miró a Mark, que vestía una camisa abierta y un jersey verde oscuro. Es uno de esos hombres que siempre tienen un aire juvenil, pensó, salvo por los ojos—. ¿Cuál era el profesor que decía que tenías alma de viejo? —preguntó.
—El señor Hastings. ¿Por qué lo preguntas?
—Decía que tenías más sentido común que los chicos de tu edad.
—No estoy seguro de que lo dijera como un cumplido. Pero ¿lo dices por algo?
—Sí. Por alma de viejo yo entiendo una persona con una gran perspicacia. Cuando subí a mi coche después de salir del despacho de Craig Michaelson, estaba enfadada, ya te lo he dicho. Entonces oí la voz de Laura, y te aseguro que si hubiera estado a mi lado no la habría oído con mayor claridad. Oí su voz, que me decía: «Jean, ayúdame, por favor, ayúdame». —Jean escrutó el rostro de Mark—. No me crees, o crees que estoy loca —dijo a la defensiva.
—No, no es verdad. Si hay alguien que crea en la capacidad de la mente para comunicarse, ese soy yo. Pero, si de veras Laura tiene problemas, ¿cómo encaja Robby Brent en todo esto?
—No tengo ni idea. —Jean alzó una mano en un gesto de impotencia, y volvió a bajarla mirando alrededor—. Será mejor que nos vayamos. Están preparando las mesas para la cena.
Mark hizo una señal para que le trajeran la cuenta.
—Me gustaría pedirte que cenaras conmigo, pero esta noche tengo el privilegio de compartir mesa con mi padre.
Jean lo observó con detenimiento, sin saber muy bien qué decirle. La expresión de Mark era inescrutable.
—Sé que os habéis distanciado mucho —dijo ella por fin—. ¿Te ha llamado él?
—Hoy he pasado delante de la casa. Su coche estaba allí, e impulsivamente, muy impulsivamente, llamé al timbre. Tuvimos una larga charla… no lo bastante larga para arreglar nada, pero me pidió que fuera a cenar con él. Le dije que sí, pero con la condición de que conteste algunas preguntas.
—¿Y accedió?
—Sí. Veremos si cumple su palabra.
—Espero que puedas solucionar lo que sea que tenéis pendiente.
—Yo también, Jeannie, pero no estoy muy seguro.
Subieron juntos en el ascensor. Mark apretó los botones del cuarto y el sexto.
—Espero que tengas mejores vistas que yo —comentó Jean—. Mi habitación da al aparcamiento.
—Pues entonces la mía es mejor —concedió él—. La mía da al frente. Si estoy en la habitación, puedo ver la puesta de sol.
—Pues yo, si estoy despierta, puedo ver quién llega al amanecer —dijo Jean cuando el ascensor se detuvo en la cuarta planta—. Nos vemos, Mark.
La lucecita de los mensajes parpadeaba en el contestador de su habitación. La llamada era de Peggy Kimball, y era de hacía apenas unos minutos. «Jean, estoy en mi hora de descanso en el hospital, así que iré deprisa. Cuando la dejé, recordé que Jack Emerson había trabajado con los equipos de limpieza del edificio por aquella época. Como le dije, el doctor Connors siempre llevaba la llave de los archivos en el bolsillo, pero seguro que tenía una copia en algún sitio, porque recuerdo que un día se olvidó las llaves y pudo abrir los archivos de todos modos. Así que quizá Emerson u otra persona echara un vistazo a esos archivos. He pensado que debía saberlo. Buena suerte».
Jack Emerson, pensó Jean cuando colgó el auricular y se dejó caer en la cama. ¿Es posible que sea él quien me está haciendo esto? Siempre ha vivido aquí. Si las personas que adoptaron a Lily residen en la zona, es posible que las conozca.
Oyó un ruido y se volvió a tiempo de ver cómo un sobre se deslizaba por debajo de la puerta. Se levantó en el acto y abrió la puerta de golpe.
El botones se enderezó con gesto de disculpa.
—Doctora Sheridan, llegó un fax para usted cuando acabábamos de recibir un montón de material para otro de los huéspedes. Su fax se mezcló con esos papeles. El hombre acaba de encontrarlo y nos lo ha bajado a recepción.
—No te preocupes —murmuró ella, con la garganta casi ocluida por el miedo. Cerró la puerta y recogió el sobre. Lo abrió, con mano temblorosa. Será sobre Lily, pensó.
Era sobre Lily. El fax decía:
Jean, estoy muy avergonzada. Siempre he sabido lo de Lily y conozco a las personas que la adoptaron. Es una chica estupenda. Es inteligente, estudia segundo en la universidad y es muy feliz. No era mi intención que pensaras que la estaba amenazando. Necesito dinero desesperadamente y pensé que así podría conseguirlo. No te preocupes por Lily, por favor. Está bien. Me pondré en contacto contigo muy pronto. Perdóname, por favor, y diles a todos que estoy bien. Todo este montaje ha sido idea de Robby Brent. Intentará solucionarlo. Quiere hablar con los productores antes de hacer una declaración a la prensa.
LAURA
Jean notó que las rodillas le flaqueaban y se dejó caer sobre la cama. Luego, llorando por el alivio, marcó el número de Sam.
*****
La llamada de Jean sobresaltó a Sam, que estaba dormitando mientras Alice Sommers trajinaba en la cocina.
—¿Otro fax, Jean? Tranquila. Léamelo. —Y escuchó—. Dios —dijo después—. No me puedo creer que esa mujer sea capaz de hacerle eso.
—Está hablando con Jean, ¿verdad? ¿Se encuentra bien? —Alice estaba en el umbral de la puerta.
—Sí. Era Laura Wilcox quien le enviaba los faxes sobre Lily. Se ha disculpado, dice que nunca ha pretendido hacerle daño.
Alice le arrebató el auricular.
—Jean, ¿estás demasiado alterada para conducir? —Escuchó—. Entonces ven a casa…
Cuando Jean llegó, Alice la miró y vio en su rostro la luminosidad que ella misma habría tenido si años atrás su hija se hubiera salvado. La abrazó.
—Oh, Jean, no he dejado de rezar y rezar.
Jean la estrechó con fuerza.
—Lo sé. No me puedo creer que Laura me haya hecho esto, pero estoy segura de que nunca le haría daño a Lily. Ahora sé que solo se trataba de dinero, Sam. Señor, si Laura estaba tan desesperada, ¿por qué no me pidió directamente que la ayudara? Hace media hora estaba por decirle que seguramente Jack Emerson era la persona que se había enterado de lo de Lily.
—Jean, pasa, siéntate y tranquilízate. Tómate un vasito de jerez y explícame lo que quieres decir con eso. ¿Qué tiene que ver Jack Emerson?
—He descubierto algo que me ha hecho pensar que era él quien estaba detrás de todo. —Obedientemente, Jean se quitó la chaqueta, entró, se sentó en la silla más cercana al fuego y, tratando de controlar la voz, les habló de la llamada de Peggy Kimball—. Jack trabajaba en la consulta en la época en que yo fui paciente del doctor. Él planificó la reunión para tenernos a todos aquí. Tenía en casa esa fotografía de Laura de la que habló Robby Brent. Todo parecía encajar… hasta que recibí el fax. Ah, no lo había dicho, el fax llegó hacia las doce, pero se mezcló con los papeles de otro huésped del hotel.
—¿Tenía que haberlo recibido a mediodía? —preguntó Sam enseguida.
—Sí, y de haberlo hecho, no habría ido a ver a Craig Michaelson. En cuanto lo leí, traté de localizarle por si había decidido ponerse en contacto con los padres adoptivos de Lily, para decirle que esperara hasta que supiéramos algo más de Laura. Ahora ya no hay necesidad de asustarlos, ni a ella.
—¿Ha hablado a alguien del fax de Laura? —preguntó Sam.
—No, me lo entregaron cuando acababa de subir a mi habitación. Mark y yo estuvimos sentados casi una hora en el café después de que se fuera usted, Sam. Oh, tendría que llamarle antes de que se vaya a cenar. Se pondrá muy contento. Él comprende igual que ustedes lo desesperada que estaba.
Apuesto a que Jean le ha contado a Fleischman que existe la posibilidad de averiguar dónde perdió Lily el cepillo, o con quién estaba cuando lo perdió, pensó Sam con ánimo sombrío mientras veía a Jean coger su móvil.
Su mirada se cruzó con la de Alice y vio que compartían la misma preocupación. ¿Aquel fax era realmente de Laura o se trataba de otro estrambótico giro en una pesadilla que aún no se había terminado?
Y hay otra posibilidad, pensó. Si Jean tiene razón y Craig Michaelson se ocupó de la adopción de Lily, es posible que ya se haya puesto en contacto con los padres adoptivos y hayan hablado del cepillo desaparecido.
A menos que el fax de Laura fuera auténtico, Lily se había convertido en un peligro para la persona que mandaba los faxes. Y fuera quien fuese, debía de haber pensado que podían llegar a ella a través del cepillo.
No estoy dispuesto a creer que los faxes sean de Laura. Al menos no todavía. Jack Emerson trabajaba en la consulta del doctor Connors, siempre ha vivido en la zona y podría fácilmente ser amigo de la pareja de Cornwall que adoptó a Lily.
Por otro lado, Mark Fleischman puede haberse granjeado la confianza de Jean, pero no la mía. Ese tipo trama algo que no tiene nada que ver con la televisión ni con ayudar a familias con problemas, decidió.
Jean dejó un mensaje a Fleischman.
—No está —dijo, aspiró por la nariz y se volvió hacia Alice, con una sonrisa en el rostro—. Algo huele de maravilla. Si no me invita a cenar, creo que me invitaré yo misma. Oh, señor, soy tan feliz. ¡Tan feliz!