La primera persona a quien Carter Stewart vio cuando entró en el Glen-Ridge a las tres y media fue Jake Perkins, que, como de costumbre, estaba despatarrado en un asiento del vestíbulo. ¿Es que este crío no tiene casa?, pensó Stewart mientras se dirigía hacia el teléfono que había en un extremo del mostrador de recepción y marcaba el número de la habitación de Robby Brent.
No hubo respuesta.
—Robby, habíamos quedado a las tres y media —dijo Stewart con tono seco cuando una voz electrónica le indicó que dejara un mensaje—. Estaré en el vestíbulo unos quince minutos más.
Cuando colgó, vio a Sam Deegan, el investigador, sentado en la oficina que había detrás de recepción. Sus miradas se encontraron y Deegan se puso en pie, con la intención evidente de hablar con él. Había un aire decidido en los movimientos de Deegan que le dijo que aquello no sería una charla insustancial.
Se quedaron cada uno a un lado del mostrador.
—Señor Stewart —dijo Sam—, me alegro de verle. Le dejé un mensaje en su hotel y esperaba noticias suyas.
—He estado trabajando con mi director en el guión de mi nueva obra —repuso Stewart con brusquedad.
—Veo que ha usado la cabina. ¿Ha quedado con alguien?
La pregunta de Sam Deegan le molestó. No es asunto suyo, hubiera querido decir, pero algo en la actitud del otro le hizo que se mordiera la lengua.
—Había quedado con Robby Brent a las tres y media, y antes de que me pregunte para qué, porque evidentemente me lo iba a preguntar, deje que satisfaga su curiosidad. Brent ha accedido a intervenir en una nueva comedia de situación. Ha visto los primeros guiones y dice que son más bien malos… que en realidad no tienen ninguna gracia, y me ha pedido que les eche un vistazo y le dé mi opinión profesional de si pueden salvarse o no.
—Señor Stewart, sé que le comparan a usted a autores teatrales de la talla de Tennessee Williams o Edward Albee —dijo Sam, algo cortante—. Yo solo soy un hombre corriente, pero la mayoría de esas comedias de situación son un insulto a la inteligencia. Me sorprende que se preste a juzgar una de ellas.
—No lo he decidido yo. —El tono de Stewart era glacial—. Anoche, después de cenar, Robby Brent me pidió que echara un vistazo a los guiones. Se ofreció a traérmelos a mi hotel pero, como comprenderá, eso hubiera significado tener que echarlo de mi suite después de ojear el material. Era mejor que me pasara yo por aquí al volver de casa de mi director. Y aunque yo no escribo comedias de situación, soy bastante buen crítico de cualquier texto. ¿Sabe si Robby va a volver pronto?
—No conozco sus planes. Yo también he venido a hablar con él. No contestó cuando llamé, entonces me he dado cuenta de que nadie le ha visto en todo el día, así que hice entrar en la habitación al botones. No ha dormido en su cama. Parece que el señor Brent ha desaparecido.
Sam no estaba seguro de querer dar esa información a Carter Stewart, pero su instinto le dijo que lo hiciera y observara su reacción. Resultó ser mucho más fuerte de lo que esperaba.
—¡Desaparecido! Oh, vamos, señor Deegan. ¿No le parece que esta farsa ya ha durado demasiado? Deje que me explique. En esa serie en la que han propuesto trabajar a Robby Brent aparece una rubia sexy no muy distinta de la desaparecida Laura Wilcox. El otro día, en West Point, y más concretamente en la mesa, cuando estábamos comiendo, Brent le decía a Laura que sería perfecta para el papel. Empiezo a pensar que todo este circo que rodea la desaparición de Laura no es más que un montaje. Y ahora, si me disculpa, no pienso perder el tiempo esperando a Robby.
No me gusta este tipo, pensó Sam mientras lo veía marcharse. Carter Stewart vestía un andrajoso chándal gris oscuro y unas zapatillas de deporte sucias, un atuendo de vagabundo que seguramente le habría costado una fortuna.
Dejando aparte mis sentimientos hacia él, ¿acaso no tiene razón en lo que ha dicho? En las más de tres horas que había pasado en su oficina, había tenido mucho tiempo para pensar, y en el proceso había empezado a sentirse cada vez más irritado.
Sabemos que Brent telefoneó imitando la voz de Laura. Él compró el móvil desde el que parece que se hizo la llamada que recibió Jean. El dependiente que se lo vendió dice que lo vio hacer una llamada exactamente a la hora en que Jean creía estar hablando con Laura. Empiezo a pensar que tal vez Stewart tenga razón, que todo esto no sea más que una forma de conseguir publicidad. De ser así, ¿qué hago yo perdiendo el tiempo con esto cuando hay un asesino suelto por el condado de Orange que arrastró a una mujer inocente hasta su coche y la apuñaló hasta matarla?
Al llegar al Glen-Ridge, se había encontrado a Eddie Zarro esperándolo, pero le dijo que volviera a la oficina, que no era necesario que los dos se quedaran a esperar a Brent en el vestíbulo del hotel. Sam se debatió y finalmente decidió que era hora de que Zarro lo relevara. Él se iría a casa. Necesito dormir. Estoy tan cansado que no puedo pensar con claridad.
Cuando abrió su móvil para llamar a la oficina, se dio cuenta de que Amy Sachs, la recepcionista, estaba a su lado.
—Señor Deegan —dijo la mujer en voz muy baja—, está usted aquí desde antes de mediodía y no ha comido nada. ¿Quiere que le pida un café y un sándwich?
—Es usted muy amable, pero me voy a ir enseguida. —Mientras lo decía, se preguntó si la mujer no estaría por allí cuando había hablado con Stewart. Caminaba sin hacer ruido y cuando abría la boca apenas se la oía. ¿Por qué tengo la sensación de que tiene un oído muy fino?, se preguntó con ironía mientras la veía cruzar una mirada con Jake Perkins. ¿Y por qué me da la impresión de que en cuanto yo salga de aquí va a ir a contarle a Jake Perkins que Brent ha desaparecido y que Stewart cree que todo es un montaje publicitario?
Sam volvió a entrar en el despacho. Desde allí tenía una panorámica perfecta de la entrada al hotel. Unos minutos más tarde, vio entrar a Gordon Amory y corrió a abordarlo antes de que subiera al ascensor.
Era evidente que el hombre no estaba de humor para hablar de Robby Brent.
—No he hablado con él desde su vulgar exhibición de anoche —le dijo—. De hecho, ya que la presenció usted, señor Deegan, y también oyó cómo Robby atacaba a Jack Emerson, creo que debe saber que desde las diez de esta mañana he estado viendo terrenos con Emerson. Tiene en exclusiva la venta de algunos realmente buenos. También me ha enseñado los terrenos que ofreció a Robby. Debo decir que tienen un precio muy razonable y, en mi opinión, a largo plazo serían una inversión excelente… lo que quiere decir que en cualquier cosa que Robby Brent insinúe, diga o haga debe buscarse siempre una motivación. Y ahora, si me disculpa, tengo que hacer algunas llamadas.
La puerta del ascensor se abrió en aquel momento. Antes de que Amory pudiera entrar, Sam le dijo:
—Un momento, por favor, señor Amory.
Con una sonrisa de resignación que casi fue un desprecio, Amory se volvió hacia él.
—Señor Amory, anoche Robby Brent no durmió en su habitación. Creemos que fue él quien llamó a Jean Sheridan haciéndose pasar por Laura. Su colega, Carter Stewart, cree que Brent y Wilcox podrían haber preparado un montaje para dar publicidad a la nueva serie del señor Brent. ¿Usted qué opina?
Gordon Amory arqueó una ceja. Por un momento no supo qué responder. Luego su cara adoptó una expresión divertida.
—¡Un montaje publicitario! Claro, tiene sentido. De hecho, si mira la página seis del New York Post, verá que es eso precisamente lo que insinúan sobre la desaparición de Laura. Ahora desaparece Robby, y dice usted que fue él quien llamó a Jean anoche. Y nosotros preocupados.
—Entonces ¿cree usted que es posible que estemos perdiendo el tiempo al preocuparnos por Laura?
—Au contraire, no ha sido una pérdida de tiempo, señor Deegan. Lo único bueno de la supuesta desaparición de Laura es que me ha demostrado que sigo teniendo una pizca de bondad en mi corazón. Estaba tan preocupado por ella que estaba dispuesto a ofrecerle un papel en mi nueva serie. Seguro que tiene usted razón. Nuestra querida amiga tiene cosas importantes de las que ocuparse y lo está haciendo divinamente. Y ahora debo irme.
—Deduzco que se irá usted de aquí pronto.
—No, aún tengo que ver más terrenos, pero no creo que nos veamos más, porque supongo que ahora podrá volver a ocuparse de crímenes de verdad. Adiós.
Sam observó a Amory cuando entró en el ascensor. Otro que se cree que es superior a un simple investigador, pensó. Bueno, habrá que esperar y ver qué pasa. Sam volvió a cruzar el vestíbulo y sintió que tenía los nervios desquiciados. Tanto si la desaparición de Laura es un montaje como si no, lo cierto es que cinco de las mujeres que compartían mesa en el comedor han muerto.
Esperaba que Jean volviera antes de que él se fuera, y le complació ver que estaba ante el mostrador de recepción. Se dirigió hacia allí, interesado por saber cómo le había ido con el abogado. Jean estaba preguntando si había algún mensaje para ella. Tiene miedo de recibir otro fax, pensó Sam. Es lógico. Sam le tocó el brazo. Cuando ella se volvió, a Sam le dio la impresión de que había estado llorando.
—¿Quiere tomar un café? —propuso.
—Mejor un té, gracias.
—Señora Sachs, cuando llegue el señor Zarro, dígale que se reúna con nosotros en la cafetería —indicó Sam a la recepcionista.
En la cafetería, Sam esperó a que les sirvieran su café y el té de Jean antes de hablar. Le pareció que ella aún estaba tratando de recuperar la compostura. Finalmente dijo:
—Deduzco que no ha ido bien con el abogado.
—Ha ido bien y no ha ido bien —dijo Jean muy despacio—. Sam, apostaría mi vida a que fue Michaelson quien llevó la adopción de mi hija y que sabe dónde está. Me he mostrado muy desagradable con él. Hasta le he amenazado. Cuando venía hacia aquí, paré el coche en el arcén y lo llamé para disculparme. También le he recordado que es posible que Lily recuerde dónde perdió el cepillo y que eso podría ser una pista para descubrir quién la amenaza.
—¿Y qué dijo Michaelson?
—Fue muy raro. Dijo que ya se le había ocurrido. Sam, ese hombre sabe dónde está Lily, o sabe cómo encontrarla. Me dijo, y utilizó las palabras «debe usted hacerlo sin falta», que debía pedirle a usted o al fiscal del distrito que consigan una orden del juez para abrir enseguida los registros y avisar a los padres de lo que sucede.
—Entonces yo diría que es evidente que se ha tomado muy en serio lo que le ha dicho.
Jean asintió.
—No me lo pareció cuando estuve en su despacho, pero quizá el arrebato que me dio… estuve a punto de arrojarle algo… le haya convencido. Su actitud había dado un giro de ciento ochenta grados cuando hablé con él unos minutos más tarde por teléfono. —Levantó la vista—. Oh, mire, es Mark.
Mark Fleischman se dirigía hacia la mesa.
—Le he contado lo de Lily —informó al policía a toda prisa—, puede hablar delante de él.
—¿Se lo ha contado, Jean? ¿Por qué? —Sam estaba desolado.
—Es psiquiatra. Pensé que podía ayudarme a decidir si esos faxes eran una amenaza real.
Cuando Mark se acercó, Sam vio que la sonrisa de Jean reflejaba verdadera alegría. Tenga cuidado, Jean, hubiera querido decirle. Ese hombre no es trigo limpio. Hay una especie de tensión hirviendo bajo la superficie y eso es algo que solo un policía como yo puede notar.
A Sam tampoco se le escapó el hecho de que Mark puso su mano sobre la de Jean por un momento cuando ella le invitó a acompañarlos.
—No molesto, ¿verdad? —preguntó Mark mirando a Sam.
—En realidad, me alegra que haya venido —dijo Sam—. Estaba a punto de preguntarle a Jean si había sabido algo de Robby Brent. Ahora podré preguntarles a los dos.
Jean negó con la cabeza.
—Yo no.
—Yo tampoco, gracias a Dios —apunto Fleischman—. ¿Por qué iba a tener noticias suyas?
—Estaba a punto de decírselo, Jean. Robby Brent debió de abandonar el hotel después de la cena de anoche. De momento no ha vuelto. Hemos descubierto que la llamada que usted pensó que era de Laura se hizo desde un móvil que Brent acababa de comprar, y también estamos bastante seguros de que la voz que oyó era la de él. Como bien sabe, es un imitador soberbio.
Jean miró a Sam, con expresión asombrada e inquieta.
—Pero ¿por qué?
—En la comida que se ofreció en West Point, ¿le oyó hablarle a Laura sobre la, posibilidad de que apareciera en su nueva serie?
—Yo sí lo oí —intervino Mark Fleischman—, pero no sé si estaba bromeando.
—Dijo que había un papel que a Laura podría interesarle —confirmó Jean.
—Carter Stewart y Gordon Amory creen que todo esto es un montaje de Laura y Brent. ¿Usted qué opina? —Miró a Mark Fleischman con los ojos entrecerrados.
Detrás de las gafas, la mirada de Mark pareció reflexiva. Luego miró a Sam.
—Creo que es bastante probable —dijo lentamente.
—Pues yo no —apuntó Jean con vehemencia—. En absoluto. Laura tiene problemas. Lo siento; lo sé. —Vaciló un momento y finalmente decidió no contarles que había sentido que Laura la llamaba pidiendo ayuda—. Por favor, Sam, no crea eso, no deje de buscar a Laura —le suplicó—. No sé qué pretende Robby Brent, pero quizá estaba tratando de despistarnos al llamar haciéndose pasar por ella y decir que estaba bien. Laura no está bien; sé que no está bien.
—Tranquilízate, Jeannie —le dijo Mark con suavidad.
Sam se puso en pie.
—Jean, hablaremos de nuevo a primera hora de la mañana. Quiero que venga a mi despacho para comentar el otro asunto que tenemos pendiente.
Diez minutos después, mientras Eddie Zarro se quedaba en el hotel por si Robby Brent aparecía, Sam subió fatigado a su coche. Arrancó el motor, vaciló, pensó un momento y luego marcó el número de Alice Sommers. Cuando la mujer contestó, a Sam le sorprendió una vez más el sonido argentino de su voz.
—¿Cree que podría ofrecerle un vaso de jerez a un policía agotado? —preguntó él.
Media hora después, estaba sentado en un sillón de cuero, con los pies sobre la otomana, de cara a la chimenea, en la casa de Alice Sommers. Después de dar un último sorbito al jerez, dejó el vaso sobre la mesita que tenía al lado. Alice no tuvo que insistir mucho para convencerlo de que echara una cabezadita mientras ella preparaba algo de cenar.
—Tiene que comer —señaló la mujer—. Luego se va derecho a casa y a dormir.
Mientras sus ojos empezaban a cerrarse, Sam lanzó una mirada somnolienta a la vitrina de pequeños objetos que había junto a la chimenea. Antes de que ninguno de los objetos que había allí pudiera despertar una respuesta en su inconsciente, ya se había dormido.