¿Cuánto tiempo había pasado? Laura tenía la sensación de que entraba y salía continuamente de algo más que un simple sueño. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que el Búho estuvo allí? No estaba segura. La noche anterior, cuando intuía que él estaba a punto de regresar, ocurrió algo. Había oído ruido en las escaleras, luego una voz… una voz que conocía.
«¡No!». Y entonces un hombre gritó el nombre que a ella le habían prohibido incluso susurrar.
Era Robby Brent quien gritaba, y parecía horrorizado.
¿Le había hecho daño el Búho?
Creo que sí, decidió Laura mientras trataba de volver a sumirse en un mundo donde no tenía que recordar que el Búho podía volver y que, una de las veces que volviera, quizá le pondría una almohada contra la cara y apretaría y…
¿Qué le había pasado a Robby? Un rato después de oírle, el Búho había entrado en la habitación y le había dado algo de comer. Cuando le dijo que Robby Brent había hecho una llamada imitando su voz estaba furioso, tan furioso que la voz le temblaba. «Me pasé toda la cena preguntándome si de alguna forma habrías conseguido llegar al teléfono, pero el sentido común me decía que, evidentemente, si hubieras cogido el teléfono, habrías llamado a la policía, no a Jean, y desde luego no para decir que estabas bien. Sospechaba de Brent, Laura, pero también estaba por allí ese crío reportero y pensé que quizá me habría puesto una trampa. Robby fue tan estúpido… Me siguió hasta aquí. Dejé la puerta abierta y entró. Oh, Laura, ha sido tan estúpido…».
¿Lo habré soñado?, pensó Laura, con la mente embotada. ¿Me he inventado todo esto?
Oyó un clic. ¿La puerta? Cerró los ojos con fuerza mientras el pánico se apoderaba de todo su cuerpo.
—Despierta, Laura. Levanta la cabeza y demuéstrame que te alegras de que haya vuelto. Tengo que hablar contigo y quiero asegurarme de que oyes bien lo que te digo. —La voz del Búho se hizo apremiante, aguda—. Robby sospechaba de mí y trató de tenderme una trampa. No sé en qué momento bajé la guardia, pero ya me he ocupado de él. Ya te lo dije. Bueno, Jean se está acercando demasiado a la verdad. Laura, pero sé lo que tengo que hacer para despistarla y luego atraparla. Y tú me vas a ayudar, ¿verdad, Laura? ¿Verdad? —repitió muy alto.
—Sí —susurró Laura en un esfuerzo por hacer que su voz se oyera a través de la mordaza.
El Búho pareció aplacarse.
—Laura, sé que tienes hambre. Te he traído algo de comer. Pero primero tengo que hablarte de Lily, la hija de Jean, y explicarte por qué le has estado mandando notas amenazadoras sobre ella. Te acuerdas de esas notas, ¿verdad?
¿Jean? ¿Una hija? Laura lo miró.
El Búho había encendido la pequeña linterna y la había dejado sobre la mesita de noche, de cara a ella. El haz de luz le iluminaba el cuello y penetraba en la oscuridad que la rodeaba. Al alzar la vista, Laura advirtió que él la miraba, inmóvil. Luego el Búho levantó los brazos.
—Me acuerdo. —Laura formó las palabras con los labios, tratando de hacer que se oyeran.
Lentamente, el Búho bajó los brazos. Laura cerró los ojos, débil, aliviada. Casi había sido su fin. No había respondido lo suficientemente deprisa.
—Laura —susurró él—, todavía no lo entiendes. Soy un ave de presa. Cuando me molestan, solo hay una forma de que pueda sentirme completo. No me tientes con tu obstinación. Y ahora dime lo que vamos a hacer.
Laura tenía la garganta seca. La mordaza se le pegaba a la lengua. A pesar del entumecimiento de los pies y las manos, sentía cómo el dolor se intensificaba conforme cada músculo se ponía en tensión por el miedo. Cerró los ojos, tratando de concentrarse.
—Jean… su hija… yo mandaba notas.
Cuando abrió los ojos, él apagó la linterna. Ya no estaba inclinado sobre ella. Laura oyó el clic de la puerta. Se había ido.
Laura percibió el tenue aroma del café que el Búho había olvidado darle.