El descubrimiento del cuerpo de Helen Whelan se convirtió en un reclamo para los medios de comunicación. Ya se había informado ampliamente de la desaparición de la popular maestra de cuarenta y ocho años, pero la confirmación de que había sido asesinada tuvo una gran repercusión, porque había suscitado la alarma en las pequeñas poblaciones del valle del Hudson.
El hecho de que el perro hubiera sido atacado salvajemente y que la víctima aún llevara su correa alrededor de la muñeca cuando encontraron el cuerpo añadía truculencia a la posibilidad de que hubiera un asesino en serie en aquella zona empapada de historia y tradición.
El Búho había pasado la noche del domingo dormitando de forma intermitente. Después de su primera visita a Laura a las diez y media, consiguió descansar unas horas. Luego, la visita del amanecer le produjo la satisfacción de ver cómo se deshacía en súplicas temblorosas, pero, como él mismo le recordó, ella nunca tuvo piedad de él en la escuela. Después de esta segunda visita, pasó un buen rato bajo la ducha, con la esperanza de que el agua caliente aliviara el terrible dolor que sentía en el brazo. La herida que le había hecho el perro supuraba. Había entrado en la antigua farmacia donde solía ir de pequeño, pero salió enseguida. Quería comprar agua oxigenada, algún antibiótico y vendas, pero entonces se le ocurrió que los policías no tenían por qué ser idiotas. Quizá habían alertado a las farmacias locales por si alguien compraba ese tipo de producto.
Así que fue a un gran supermercado y compró artículos para afeitar, pasta de dientes, vitaminas, galletitas saladas, galletas y refrescos; luego, en un momento de inspiración, añadió también cosméticos, crema hidratante, loción corporal y desodorante. Y fue después cuando finalmente cogió lo que necesitaba: el agua oxigenada, las vendas y la pomada.
Ojalá no le diera fiebre. Se notaba el cuerpo caliente, y sabía que tenía el rostro encendido. Había cogido tantas cosas para despistar que al final se había olvidado de las aspirinas, pero eso era algo que podía comprar sin levantar sospechas en cualquier sitio. La mayor parte del tiempo, una buena parte del mundo está con dolor de cabeza, pensó, y sonrió ante la imagen que aquel razonamiento le evocó.
Subió el volumen del televisor. Estaban mostrando el escenario del crimen. Observó que el lugar parecía un cenagal. No lo recordaba así. Eso significaba que seguramente los neumáticos de su coche alquilado estaban cubiertos de barro. Lo más seguro sería dejarlo en el garaje de la casa donde hasta el momento había permitido a Laura seguir con vida. Alquilaría otro sedán negro, de precio moderado, tamaño medio, poco llamativo. Así, si por alguna razón alguien empezaba a curiosear y comprobaba los coches de los que habían asistido a la reunión, no sospecharía nada.
Cuando el Búho estaba escogiendo una chaqueta del armario, apareció en pantalla una noticia de última hora: «Joven reportero de la Academia Stonecroft de Cornwall-on-Hudson revela que la desaparición de la actriz Laura Wilcox podría estar relacionada con un criminal que él llama “el asesino de la mesa del comedor”».