Seguramente ya tiene el fax. No sabía por qué, pero lo cierto es que disfrutaba acosándola, sobre todo ahora que había decidido matarla. ¿Por qué complicar las cosas amenazando a Meredith, o Lily, como ella la llamaba? Durante veinte años, haber sabido en secreto del nacimiento de aquella hija y conocer la identidad de los padres adoptivos había sido otro de tantos pequeños detalles que parecen inservibles, como un regalo que no se puede devolver pero que nunca quitaremos del estante.
Hacía un año había conocido casualmente a los padres adoptivos en una comida y, cuando se dio cuenta de quiénes eran, decidió trabar amistad con ellos. En agosto hasta los había invitado a pasar un largo fin de semana con él y traer a Meredith, que estaba de vacaciones. Entonces se le ocurrió coger algo que permitiera demostrar su identidad genética.
La oportunidad de robarle el cepillo se la pusieron en bandeja. Estaban todos en la piscina, y el móvil de Meredith sonó cuando se estaba cepillando el pelo después de darse un chapuzón. La chica contestó y se alejó para hablar en privado. Así que él se metió el cepillo en el bolsillo y se puso a alternar con sus otros invitados. Al día siguiente mandó el cepillo a Jean, junto con el primer mensaje.
El poder de decidir sobre la vida y la muerte… hasta el momento lo había empleado con cinco de las chicas de la mesa del comedor, además de otras muchas mujeres elegidas al azar. Se preguntó cuánto tardarían en encontrar el cuerpo de Helen Whelan. ¿Había sido un error dejar el búho en su bolsillo? Hasta ahora, siempre había dejado su tarjeta de visita discretamente, de forma que no llamara la atención. Como el mes anterior, cuando puso uno de sus búhos en un cajón de la cocina de la caseta de la piscina donde esperó a Alison.
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Las luces de la casa estaban apagadas. Sacó las gafas de visión nocturna del bolsillo, se las puso, metió la llave en la cerradura, abrió la puerta trasera y entró. Cerró y echó la llave. Luego se dirigió a la escalera cruzando la cocina y subió sin hacer ruido.
Laura estaba en la habitación que fue suya antes de que su familia se mudara a Concord Avenue cuando tenía dieciséis años. Le había atado las manos y los pies, y le había puesto una mordaza en la boca. Estaba tendida sobre la cama, y su traje de noche dorado brillaba en la oscuridad.
No le había oído entrar y, cuando se inclinó sobre ella, la respiración aterrada de Laura se hizo perfectamente audible.
—He vuelto, Laura —le susurró—. ¿No estás contenta?
Ella trató de apartarse.
—So-o-oy un bú-úho y viv-vivo en en en un árbol —susurró—. Te parecía muy gracioso imitarme, ¿verdad? Y ahora, ¿te parece divertido, Laura? ¿Te lo parece?
Con sus gafas de visión nocturna podía ver la mirada de terror de sus ojos. Laura movió la cabeza a un lado y a otro, y unos gemidos brotaron de su garganta.
—No es la respuesta correcta, Laura. Sí te parece divertido. A todas os parece divertido. Demuéstrame lo divertido que te parece. Demuéstramelo.
Laura agitó la cabeza arriba y abajo. Con un rápido movimiento, él le quitó la mordaza.
—No levantes la voz. Laura —susurró—. Nadie te oirá. Y si gritas te cubriré la cara con la almohada. ¿Me has entendido?
—Por favor —musitó Laura—. Por favor…
—No, Laura, no quiero que me digas «por favor». Quiero que me imites, que pronuncies la frase que yo pronuncié en el escenario, y luego quiero que te rías.
—So-so soy un búho y y y v-vvivo en en en un á-árbol.
Él asintió con gesto aprobador.
—Así. Lo haces muy bien. Ahora haz como si estuvieras con las otras chicas en la mesa del comedor y ríe y búrlate. Quiero ver la gracia que les hacía a todas cuando me ridiculizabas.
—No puedo… lo siento.
Él levantó la almohada y la mantuvo sobre la cara de Laura.
Desesperada, ella se puso a reír; una risa entrecortada, chillona, histérica.
—Ja… ja… ja… —Las lágrimas le caían por la cara—. Por favor…
Él le tapó la boca con la mano.
—Estabas a punto de decir mi nombre. Eso está prohibido. Solo puedes llamarme el Búho. Tendrás que empezar a practicar cómo imitar a las chicas cuando se reían. Ahora voy a desatarte las manos y dejaré que comas. Te he traído sopa y un panecillo. ¿No te parece un detalle generoso por mi parte? Luego te dejaré ir al baño.
»Después, cuando vuelvas a estar tumbada en una posición segura, llamaré al hotel con mi móvil y le dirás al recepcionista que estás con unos amigos, que no sabes cuándo vas a volver y que te guarden la habitación. ¿Lo entiendes, Laura?
La respuesta de ella apenas se oyó.
—Sí.
—Si tratas de pedir ayuda de la forma que sea, morirás. ¿Lo entiendes?
—Sí.
—Muy bien.
Veinte minutos después, el sistema informatizado de recepción de llamadas del hotel Glen-Ridge House atendía a una persona que había marcado el 3, para reservar habitación.
El teléfono del mostrador de recepción sonó. La recepcionista contestó y se identificó.
—Recepción, le habla Amy. —Luego lanzó una exclamación—. ¡Señorita Wilcox, me alegro de oírla! Todos estábamos muy preocupados. Sus amigos se alegrarán cuando sepan que ha llamado. Por supuesto que le guardaremos la habitación. ¿Seguro que está usted bien?
El Búho cortó la conexión.
—Lo has hecho muy bien. Laura. Se te notaba un poco tensa pero supongo que es natural. A lo mejor resulta que tienes madera de actriz. —Le puso de nuevo la mordaza—. Volveré más tarde. Trata de dormir un poco. Te doy permiso para soñar conmigo.