Jake Perkins se quedó en el vestíbulo del Glen-Ridge y observó cómo, uno tras otro, todos los empleados que estaban de servicio el sábado por la noche entraban en la pequeña oficina que había detrás de recepción y hablaban con Sam Deegan. Conforme salían, los azuzaba para sonsacarles, y le dijeron que tenían la impresión de que Deegan también llamaría a todos los que libraban ese día pero habían estado en el hotel la noche anterior.
De lo que oyó, Jake dedujo que nadie había visto a Laura Wilcox salir del hotel. El portero y los mozos encargados de aparcar los coches estaban totalmente seguros de que no había salido por la puerta principal.
No se equivocó al suponer que la joven con uniforme de doncella debía de ser la mujer que limpiaba la habitación de Laura. Cuando salió de hablar con Deegan, Jake la siguió por el vestíbulo, entró detrás de ella en el ascensor y bajó en la cuarta planta como ella.
—Soy reportero del periódico de Stonecroft —le explicó entregándole su tarjeta— y colaboro con el New York Post. —Se acercaba mucho a la verdad. Muy pronto, sería verdad.
No le resultó difícil hacerla hablar. Se llamaba Myrna Robinson. Era alumna del centro de estudios de la comunidad y trabajaba a media jornada en el hotel. Es un alma cándida, pensó Jake con suficiencia al ver la expresión entusiasmada de la chica porque la había interrogado un policía.
Jake abrió su cuaderno de notas.
—¿Qué te ha preguntado exactamente el detective Deegan, Myrna?
—Quería saber si estaba segura de que faltaban algunos de los objetos de tocador de la señorita Wilcox, y yo le he dicho que sí —explicó ella sin aliento—. Le he dicho: «Señor Deegan, no tiene idea de cuántas cosas puso encima del tocador del cuarto de baño, que es pequeñísimo, y la mitad habían desaparecido. Cosas como el desmaquillador, la crema hidratante, el cepillo de dientes y la bolsa de maquillaje».
—El tipo de artículos que una mujer se lleva cuando va a pasar fuera la noche —apuntó Jake—. ¿Y la ropa?
—No he hablado de la ropa con el señor Deegan. —La chica vaciló y se toqueteó con nerviosismo el último botón de su uniforme negro—. Quiero decir que… bueno, le he dicho que estoy segura de que falta una maleta, pero no quería que pensara que soy una fisgona ni nada de eso, así que no he mencionado que la chaqueta y los pantalones azules de cachemira y los botines no estaban en el armario.
Myrna tenía más o menos la misma talla que Laura. Apuesto a que se estuvo probando su ropa, pensó Jake. Faltaban un traje y unos pantalones… seguramente la ropa que Laura pensaba llevar a la ceremonia en memoria de Alison y la comida.
—¿Le has hablado al señor Deegan de la maleta que falta?
—Ajá. La señora trajo muchísimo equipaje. La verdad, casi parecía que pensaba dar la vuelta al mundo. El caso es que la maleta pequeña no estaba esta mañana. Era distinta de las otras. Es una Louis Vuitton, por eso me he dado cuenta de que no estaba. Me encanta el diseño, ¿a ti no? Es muy elegante. Las dos maletas grandes son de cuero color crema.
Jake se enorgullecía de tener buen oído para el francés, así que se estremeció al oír cómo Myrna pronunciaba «Vuitton».
—Myrna, ¿podría echar un vistazo a la habitación de Laura? —preguntó—. Te prometo que no tocaré nada.
Se había excedido. Vio que una expresión de alarma borraba el entusiasmo de la cara de la chica. Myrna miró más allá, al pasillo, y Jake supo lo que estaba pensando. Si la jefa de personal la descubría alguna vez metiendo a alguien en la habitación de algún cliente, la despediría. Jake se desdijo enseguida.
—No tendría que habértelo pedido. Olvídalo. Mira, tienes mi tarjeta. Si te enteras de alguna cosa sobre Laura y me llamas, eso bien valdría veinte dólares. ¿Qué me dices? ¿Te gustaría hacer de reportera?
Myrna se mordió el labio mientras consideraba la posibilidad.
—No es por el dinero —empezó a decir.
—Por supuesto —concedió él.
—Si publicas la historia en el Post, tendrás que citarme como fuente confidencial.
Es más lista de lo que parece, pensó Jake asintiendo con entusiasmo. Se dieron la mano para cerrar el trato.
Casi eran las seis. Cuando Jake volvió al vestíbulo, estaba prácticamente vacío. Se acercó al mostrador de recepción y preguntó si el señor Deegan había abandonado el hotel.
El recepcionista parecía cansado e inquieto.
—Mira, amigo, se ha ido, y a menos que quieras una habitación, te aconsejo que tú también te vayas.
—Estoy seguro de que le pidió que le avisara si la señorita Wilcox vuelve o si tiene noticias de ella —dijo Jake—. ¿Puedo dejarle mi tarjeta? Me he hecho muy amigo de la señorita Wilcox durante el fin de semana y también estoy preocupado.
El recepcionista cogió la tarjeta y la examinó.
—Reportero de la Gaceta de Stonecroft, escritor y periodista, ¿eh? —La partió en dos—. Esto te va grande, amigo. Así que hazme un favor y piérdete.