Jake Perkins estaba sentado en el vestíbulo del Glen-Ridge, observando, mientras los últimos ex alumnos abandonaban el hotel para volver a sus vidas. La pancarta de bienvenida había desaparecido y el bar estaba vacío. Nada de despedidas, pensó. A estas alturas seguramente ya estaban hartos los unos de los otros.
Lo primero que había hecho al llegar al hotel fue preguntar en recepción para asegurarse de que la señorita Wilcox no había vuelto aún a recoger sus cosas, y de que no había llamado para cancelar el servicio de coche que había pedido para ir al aeropuerto a las dos y cuarto.
Justo a esa hora, vio al chófer uniformado entrar en el vestíbulo y encaminarse hacia el mostrador de recepción. Jake se acercó rápidamente para oír por sí mismo que aquel hombre venía a recoger a Laura Wilcox.
A las dos y media el chófer se fue, visiblemente contrariado. Jake le oyó comentar que estaba muy mal que nadie le hubiera avisado de que la mujer no se iba, porque hubiera podido aceptar otro trabajo, y que no se molestara en llamarlo la próxima vez que necesitara un chófer.
A las cuatro, Jake seguía en el vestíbulo. A esa hora la doctora Sheridan regresó con el hombre mayor con el que había estado hablando después de la cena de homenaje. Fueron directamente al mostrador de recepción. Está preguntando por Laura Wilcox, pensó Jake. Su intuición había resultado acertada: Laura Wilcox había desaparecido.
Decidió que no había nada malo en tratar de conseguir una declaración de la doctora Sheridan. Cuando se acercó a ellos, el hombre que la acompañaba decía:
—Jean, estoy de acuerdo. Esto no me gusta, pero Laura es una persona adulta y tiene derecho a cambiar de opinión sobre el hotel o el avión que quiere coger.
—Disculpe, señor. Soy Jake Perkins. Reportero del periódico de Stonecroft —los interrumpió Jake.
—Sam Deegan.
Jake notó que su presencia no era bien recibida ni por la doctora Sheridan ni por Sam Deegan. Ve directo al grano, se dijo.
—Doctora Sheridan, sé que está preocupada porque la señorita Wilcox no se ha presentado a la comida y ahora ha perdido el coche que debía llevarla al aeropuerto. ¿Cree que puede haberle sucedido algo? Es decir… teniendo en cuenta lo sucedido con las mujeres que se sentaban juntas en el comedor en Stonecroft…
Captó la mirada asustada que Jean dedicó a Sam Deegan. No le ha hablado del grupo de la mesa del comedor, pensó. Jake no tenía ni idea de quién era aquel tipo, pero consideró interesante comprobar su reacción ante lo que ahora creía que sería una historia sensacional. Sacó del bolsillo la fotografía de las chicas sentadas a la mesa.
—Mire, señor, este era el grupo de chicas que compartían mesa con la doctora Sheridan a la hora de comer en su último curso en Stonecroft. En los veinte años transcurridos desde que se graduaron, cinco han muerto. Dos murieron en accidentes, una se suicidó y otra desapareció, al parecer a causa de un alud en Snowbird. Y el mes pasado, la quinta, Alison Kendall, murió en su piscina. Por lo que he leído, existe la posibilidad de que no fuera una muerte accidental. Y ahora parece que Laura Wilcox ha desaparecido. ¿No cree que es una coincidencia un tanto extraña?
Sam cogió la fotografía y, mientras la estudiaba, su semblante se ensombreció.
—Yo no creo en esta clase de coincidencias —dijo con tono desabrido—. Y ahora, si nos disculpa, señor Perkins.
—Oh, no se preocupen por mí. Voy a esperar por si aparece la señorita Wilcox. Me gustaría hacerle una entrevista.
Sin hacerle caso, Sam sacó su placa y se la enseñó al recepcionista.
—Quiero una lista de los empleados que estuvieron de servicio anoche —dijo con voz autoritaria.