A Robby Brent no se le escapó que muchos de sus antiguos compañeros de clase lo evitaban después de las palabras que había pronunciado en la cena. Unos cuantos le habían felicitado con el mordaz comentario de que era un mimo excepcional, aunque hubiera sido un poco duro con sus antiguos profesores y el director. También recordó que Jean Sheridan había dicho que el humor no debía ser tan cruel.
Todo lo cual le resultaba enormemente satisfactorio a Robby Brent. Al parecer, después de la cena habían visto a la señorita Ella Bender, la profesora de matemáticas, llorar en el aseo de señoras. Parece olvidar usted, señorita Bender, las muchas veces que me recordaba que no tenía ni una décima parte de la capacidad para la alta matemática de mis hermanos y hermanas. Yo era su chivo expiatorio, señorita Bender. El último y menos importante de los Brent. Y ahora tiene el descaro de sentirse ofendida cuando muestro sus modales remilgados y su lamentable hábito de pasarse con frecuencia la lengua por los labios. Muy mal.
Había insinuado a Jack Emerson que quizá le interesaría invertir en propiedades inmobiliarias, y él se le había enganchado después de la comida. Emerson podía ser un fanfarrón en muchos sentidos, pensó Robby cuando entró con el coche en el camino de acceso al Glen-Ridge, pero cuando estuvieron hablando de propiedades inmobiliarias y de lo aconsejable de invertir en aquella zona tenía toda la razón.
«Tierras —le había explicado—. Por aquí su valor no hace más que aumentar. Los impuestos son bajos porque están sin urbanizar. Las conservas durante veinte años y habrás hecho una fortuna. Lánzate antes de que pase la ocasión, Robby. Tengo algunas parcelas fabulosas, todas con vistas al río, y algunas en la misma orilla. Ya verás como te gustan. Las compraría yo mismo, pero ya tengo demasiadas. No quiero que mi hijo sea demasiado rico cuando se haga mayor. Quédate y mañana te las enseño».
«Es la tierra, Escarlata, la tierra». Robby sonrió al recordar la expresión desconcertada de Emerson cuando citó esta frase de Lo que el viento se llevó. Pero el hombre enseguida se quedó con la idea cuando le explicó que lo que el padre de Escarlata quería decir con aquello era que la tierra es la base para la seguridad y la riqueza.
«Pues recuérdalo, Robby —había afirmado Emerson—. Es una gran verdad. La tierra es un dinero real, un valor real. La tierra no se evapora».
La próxima vez trataré de citar a Platón, pensó Robby cuando detuvo el coche ante la entrada del hotel. Creo que hoy dejaré que aparque el mozo, decidió. No voy a ninguna parte hasta mañana, y eso será en el coche de Emerson.
Jack Emerson debería saber que ya poseo muchas tierras, pensó. W. C. Fields solía dejar dinero en los bancos de todo el país, en cada localidad donde actuaba. Yo compro tierras sin urbanizar por todo el país, y entonces hago colocar carteles que dicen PROHIBIDO EL PASO.
Durante mi infancia y adolescencia viví siempre en una casa alquilada, pensó. Incluso entonces, esos dos grandes intelectuales que eran mi padre y mi madre no fueron capaces de arañar el dinero suficiente para dar la entrada de una casa de verdad. En cambio yo, además de mi casa en Las Vegas, si quisiera podría construirme una casa en mis propiedades en Santa Barbara, Mineápolis, Atlanta, Boston, los Hamptons, Nueva Orleans, Palm Beach o Aspen, por no hablar de las hectáreas de terrenos que poseo en Washington. La tierra es mi secreto, pensó con orgullo cuando entraba en el vestíbulo del hotel.
Y la tierra guarda mis secretos.