—Supongo que esto es un adiós, Jean. Me ha encantado volver a verte. —Mark Fleischman tenía su tarjeta de visita en la mano—. Te daré la mía si tú me das la tuya —añadió sonriendo.
—Por supuesto. —Jean rebuscó en su bolso y sacó una tarjeta del monedero—. Me alegro de que al final hayas podido quedarte a la comida.
—Yo también. ¿Cuándo te vas?
—Me quedaré unos días en el hotel. Un pequeño proyecto de investigación. —Jean trató de mostrarse despreocupada.
—Mañana yo tengo que grabar algunos programas en Boston. Si no, me quedaría y te pediría que cenaras conmigo esta noche. —Vaciló, luego se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. Bueno, como dice todo el mundo, me alegro de haberte visto.
—Adiós, Mark. —Jean se contuvo cuando estaba a punto de añadir: «Llámame si algún día te pasas por Washington». Por un momento, sus manos permanecieron unidas, luego Mark se fue.
Carter Stewart y Gordon Amory estaban juntos, despidiéndose de sus antiguos compañeros de clase, que empezaban a dispersarse. Jean se acercó a ellos. Antes de que pudiera decir nada, Gordon preguntó:
—¿Sabes algo de Laura?
—Todavía no.
—No se puede confiar en ella. Esa es otra de las razones por las que su carrera se ha estancado. Siempre deja a la gente colgada. Alison removió cielo y tierra para conseguirle un trabajo. Lástima que Laura no haya sido capaz de recordarlo hoy.
—Bueno… —Jean prefirió no darle ni quitarle la razón. Se volvió hacia Carter Stewart—. ¿Vuelves a Nueva York, Carter?
—No. Dejo este hotel, pero me voy al Hudson Valley, al otro lado del pueblo. Pierce Ellison dirige mi nueva obra. Vive a unos diez minutos de aquí, en Highland Falls. Tenemos que revisar juntos el texto y me propuso que me pasara por su casa para que podamos trabajar tranquilos si me quedaba por aquí. Pero no pienso seguir en este hotel, no se han gastado ni un penique en hacer ninguna mejora en cincuenta años.
—Doy fe de ello —coincidió Amory—. Me acuerdo muy bien de cuando trabajé aquí de ayudante de camarero y después de botones. Yo me voy al club de campo. Algunos miembros de mi equipo van a venir. Estamos buscando una sede para la empresa en esta zona.
—Habla con Jack Emerson —le aconsejó Stewart con tono sarcástico.
—Con quien sea menos con él. Los del equipo me han señalado algunos sitios para que les eche un vistazo.
—Entonces esto no es una despedida —dijo Jean—. Es posible que nos veamos por el pueblo. En todo caso, me alegro de haberos visto.
No vio a Robby Brent ni a Jack Emerson, pero no quería esperar más. Había quedado en reunirse con Sam Deegan en casa de Alice Sommers a las dos, y casi era la hora.
Con una última sonrisa, se dirigió apresuradamente hacia la salida y saludó con un escueto adiós a los compañeros con los que se cruzó de camino al aparcamiento. Cuando subió al coche, miró más allá de la parcela donde estaba el instituto, hacia el cementerio. La muerte de Alison seguía pareciendo tan irreal… Le resultaba extraño dejarla allí en aquel día frío y húmedo… Siempre le decía a Alison que debía haber nacido en California, pensó al girar la llave en el contacto. Alison odiaba el frío. Para ella el paraíso era levantarse por la mañana, abrir la puerta y salir a nadar.
Eso fue lo que hizo la mañana que murió.
Fue el pensamiento que la acompañó mientras conducía hasta la casa de Alice Sommers.