A Jean le decepcionó ver que Laura no se había molestado en asistir al servicio en memoria de Alison, aunque en realidad no le sorprendía. Laura nunca hacía nada por nadie, y era absurdo pensar que iba a empezar a hacerlo a aquellas alturas. Conociendo a Laura, era impensable que se expusiera al frío y la lluvia… iría directamente a la comida.
Hacia la mitad de la comida, cuando vio que Laura seguía sin aparecer, Jean empezó a sentir una profunda inquietud. Confió sus temores a Gordon Amory.
—Gordon, sé que ayer hablaste bastante rato con Laura. ¿Te dijo que no iba a venir hoy?
—Ayer hablamos durante la comida y durante el partido —la corrigió él—. Trataba de convencerme de que la convirtiera en la protagonista de nuestra nueva comedia. Yo le dije que nunca me entrometo en el trabajo de las personas que contrato para elegir el reparto de mis programas. Y, como ella seguía insistiendo, le recalqué de forma bastante brusca que nunca hago excepciones, y menos con compañeras de estudios sin talento. En este punto, ella utilizó una expresión bastante poco femenina y dedicó sus encantos al insufrible presidente de nuestra reunión, Jack Emerson. Como tal vez sabrás, no ha dejado de alardear de sus considerables bienes financieros. Además, anoche anunció alegremente que su mujer acababa de dejarle, así que imagino que a Laura le pareció una pieza suculenta.
Durante la cena. Laura parecía de muy buen humor, pensó Jean. Y cuando traté de hablar con ella en su habitación antes de la cena, estaba bien. ¿Le habría ocurrido algo después de dejarla ella? ¿O simplemente había decidido quedarse hasta tarde en la cama?
Al menos eso puedo comprobarlo, se dijo. Estaba sentada junto a Gordon y Carter Stewart en la mesa.
—Vuelvo en un minuto —musitó, y caminó entre las hileras de mesas procurando no mirar a nadie. La comida se celebraba en el auditorio. Jean salió al pasillo que llevaba a la tutoría de los alumnos de primero y marcó el número del hotel.
Laura no contestaba al teléfono. Jean vaciló y entonces pidió que la pusieran con recepción. Dio su nombre y preguntó si por casualidad Laura Wilcox se había ido ya del hotel.
—Estoy un poco preocupada —explicó—. La señorita Wilcox tenía que reunirse con algunos de nosotros hoy y no se ha presentado.
—Bueno, no ha dejado el hotel —repuso el recepcionista con amabilidad—. Si le parece, puedo mandar a alguien para que compruebe si se ha quedado dormida, doctora Sheridan. Pero si se enfada, usted se hace responsable.
Es el hombre del pelo a juego con el mostrador de recepción, pensó Jean reconociendo la voz y el tono.
—Me hago responsable —le aseguró.
Mientras esperaba, Jean echó un vistazo por el pasillo. Dios, me siento como si nunca me hubiera ido de aquí, pensó. La señorita Clemens fue nuestra tutora en el primer curso, y mi pupitre era el segundo de la cuarta fila. Oyó que la puerta del auditorio se abría y al volverse vio a Jake Perkins, el reportero del periódico del instituto.
—Doctora Sheridan. —La voz del recepcionista había perdido el tono jocoso.
—Sí. —Jean notó que cogía el auricular con fuerza. Algo va mal, pensó. Algo va mal.
—La doncella ha entrado en la habitación de la señorita Wilcox. No ha dormido en su cama. Su ropa está aún en el armario, pero la doncella se ha fijado en que algunas de las cosas que tenía en el tocador ya no están. ¿Cree que puede haber ocurrido algo?
—Oh, si se ha llevado algunas cosas yo diría que no. Gracias.
Justo lo que Laura querría, pensó, que vaya preguntando por ahí si se fue con alguien anoche. Apretó el botón de finalizar llamada del móvil y bajó la tapa. Pero ¿con quién pudo estar? Si Gordon dice la verdad, él la rechazó y luego la vio flirtear con Jack Emerson, pero lo que está claro es que Laura tampoco se olvidó de Mark, de Robby ni de Carter. Durante la cena estuvo bromeando con Mark sobre el éxito de su programa, diciendo que quizá tendría que hacer terapia con él. También la oí decirle a Carter que le encantaría participar en algún espectáculo de Broadway y, más tarde, la vi tomar una última copa con Robby en el bar.
—Doctora Sheridan, ¿podría hablar un momento con usted?
Jean se volvió, sobresaltada. Se había olvidado de Jake Perkins.
—Siento molestarla —añadió él, aunque su tono no era de disculpa—, pero me preguntaba si podía decirme usted si la señorita Wilcox piensa venir a la comida.
—No conozco sus planes —dijo ella con una sonrisa desdeñosa—. Ahora debo volver a mi mesa.
Seguramente Laura intimó con alguno de los hombres que asistieron a la cena y se fue a su casa con él. Si no ha dejado el hotel, seguro que aparece más tarde.
*****
Jake Perkins estudió la expresión de Jean cuando pasó a su lado. Está preocupada, observó. ¿Será porque Laura Wilcox no se ha presentado? Dios, ¿es posible que haya desaparecido? Sacó su teléfono móvil, marcó el número de Glen-Ridge House y pidió que le pasaran con recepción.
—Tengo que entregar un ramo para la señorita Wilcox —dijo—, pero me han pedido que me asegure de que no ha dejado ya el hotel.
—No, no ha dejado el hotel —aseguró el recepcionista—, pero no ha pasado aquí la noche, así que no puedo decirle a qué hora vendrá a recoger sus cosas.
—¿Tenía pensado quedarse todo el fin de semana? —preguntó Jake tratando de parecer indiferente.
—En principio tenía que irse a las dos. Había encargado un taxi para que la llevara al aeropuerto para las dos y cuarto, así que no sé qué decirle sobre las flores.
—Creo que lo consultaré con mi cliente. Gracias.
Jake apagó el teléfono y volvió a guardárselo en el bolsillo. Sé perfectamente dónde voy a estar a las dos, pensó… Estaré en el vestíbulo del Glen-Ridge, esperando para ver si Laura Wilcox vuelve para recoger sus cosas y marcharse.
Caminó por el pasillo de vuelta al auditorio. Supongamos que no se presenta, se dijo. Supongamos que desaparece. Si es así… Notó que un escalofrío de expectación le recorría el cuerpo. Y él sabía qué era… era su olfato de reportero, que le decía que aquella historia podía ser buena. Es demasiado importante para la Gaceta de Stonecroft, pensó, pero al New York Post le encantaría. Haré ampliar la fotografía de la mesa del comedor y la tendré lista para enviarla con el artículo. Ya se imaginaba el titular: «Nueva víctima en la clase de la mala suerte». Bastante bueno.
O quizá «Y entonces solo queda una». ¡Mucho mejor!
Tomaré un par de buenas fotografías de Jean Sheridan, pensó. También las tendré listas para mandarlas al Post.
Cuando abrió la puerta del auditorio, los invitados estaban entonando las primeras notas del himno del instituto. «Te saludamos, querido Stonecroft; el lugar de nuestros sueños…».
La reunión del vigésimo aniversario de aquella promoción había terminado.