El Búho estaba casi fuera de la jaula. Se estaba separando de ella. Siempre era consciente cuando se producía la separación completa. Su yo amable y atento —la persona en la que hubiera podido convertirse en otras circunstancias— empezaba a recular. Se oía y se veía a sí mismo sonreír y bromear, aceptar los besos que algunas de las mujeres del grupo de antiguos alumnos le daban en la mejilla.
Después se escabulló. Veinte minutos más tarde, cuando se sentó en el coche a esperar a Laura, percibía el tacto aterciopelado de su plumaje. La vio salir a escondidas por la puerta trasera del hotel, después de asegurarse de que no había nadie. Hasta había sido lo bastante lista para ponerse un chubasquero con capucha sobre el traje.
Un momento después, ya la tenía ante la portezuela del coche, la estaba abriendo. Se instaló en el asiento del acompañante.
—Sácame de aquí, cariño —le dijo entre risas—. ¿No te parece divertido?