A las tres de la tarde, Sam Deegan se sorprendió al recibir una llamada de Alice Sommers.
—Sam, ¿está libre esta noche para ir a una cena de etiqueta conmigo? —le preguntó.
Sam vaciló un momento por pura sorpresa.
—Me doy cuenta de que es un poco precipitado —añadió la mujer con tono de disculpa.
—No, no; no pasa nada. La respuesta es sí, estoy libre, y tengo un esmoquin colgado en mi armario, limpio y planchado.
—Esta noche hay una cena de gala en honor de algunos de los graduados de la reunión de ex alumnos de Stonecroft, y han pedido que la gente de la ciudad reserve asientos. En realidad el motivo de todo esto es recaudar fondos para el nuevo anexo que quieren construir. No pensaba ir, pero conozco a una de las homenajeadas y quiero presentársela. Se llama Jean Sheridan. Durante una época fuimos vecinas, y la aprecio mucho. Tiene un problema grave y necesita que la orienten. Al principio pensé en pedirle que se pasara por casa mañana para hablar, pero creo que sería bonito estar allí cuando le den la medalla y…
Sam comprendió que la invitación de Alice Sommers era un gesto impulsivo. La mujer no solo empezaba a hablar con tono de disculpa, sino que hasta se arrepentía de haberle llamado.
—Alice, me gustaría mucho ir —dijo con tono amable. No le dijo que había estado trabajando desde las cuatro y media de la madrugada, por el caso de Helen Whelan, que acababa de volver a casa y que su idea era acostarse pronto. Un par de horas de siesta bastarían, pensó—. De todos modos, había pensado pasarme mañana.
Alice Sommers lo entendió.
—No sé por qué, pero lo imaginaba. Si puede estar en mi casa hacia las siete, tomaremos algo y luego saldremos para el hotel.
—Hecho. Hasta luego, Alice. —Sam colgó y, algo avergonzado, se dio cuenta de que se sentía muy satisfecho; luego se preguntó cuál sería el motivo de la invitación. ¿Qué clase de problema tendría la amiga de Alice? Fuera lo que fuese, seguro que no era tan grave como lo que le había pasado a Helen Whelan aquella madrugada cuando estaba paseando a su perro.