El Búho ya suponía que la desaparición de una mujer en Surrey Meadows, Nueva York, no sería comunicada a la prensa a tiempo para que apareciera en los periódicos del sábado por la mañana, pero le complació ver que informaban de ella en radio y televisión. Antes y después del desayuno, mientras tenía el brazo en remojo, estuvo escuchando la noticia. El dolor del brazo era por la herida que el perro le había hecho; lo consideró un castigo por su descuido. Tendría que haberse dado cuenta de que la mujer llevaba una cadena en la mano antes de detener el coche y cogerla. El pastor alemán apareció sin más y le saltó encima, gruñendo. Por suene, él pudo aferrar un gato que siempre tenía en el asiento delantero para ese tipo de salidas.
Ahora Jean estaba sentada a la mesa frente a él, y era evidente que había encontrado la rosa de la tumba. Seguro que esperaba que Laura se hubiera fijado si alguien del grupo llevaba una rosa o se había separado de los demás durante la visita al cementerio. Eso no le preocupaba. Laura no se había dado cuenta de nada. El Búho apostaría su vida. Estaba demasiado ocupada tratando de decidir a cuál de nosotros podía utilizar. Está desesperada, pensó con gesto triunfal.
El hecho de que unos años atrás se hubiera enterado por casualidad de la existencia de Lily le había hecho comprender lo fácil que resultaba tener poder sobre los otros. A veces le divertía hacer uso de ese poder. Otras veces, se limitaba a esperar. Su nota anónima al fisco hacía tres años provocó una auditoría de las finanzas de Laura. Ahora esta tenía una orden de embargo sobre su casa. Pronto eso ya no importaría, pero al Búho le satisfacía saber que, incluso antes de matarla, a Laura le preocupaba la posibilidad de perder su casa.
La idea de ponerse en contacto con Jean surgió cuando conoció casualmente a los padres adoptivos de Lily. Aunque no estaba seguro de querer matarla, deseaba hacerla sufrir, pensó sin remordimiento.
Dejar la flor junto a la lápida había sido un detalle genial. En el hotel Thayer, en la mesa, había visto la expresión inquieta de los ojos de Jean. Durante el desfile de la bandera antes del partido, se aseguró de sentarse junto a ella.
—Es un espectáculo maravilloso, ¿verdad? —le había preguntado.
—Sí, lo es.
Pero él sabía que ella estaba pensando en Reed Thornton.
Los tambores y el servicio de transmisiones de los Hellcats desfilaban en ese momento ante ellos. Mira bien, Jeannie, pensó. Tu hija es la última de la segunda fila.