La sensación de que por fin empezaba a moverse algo tranquilizó ligeramente a Jean. Alice Sommers le había prometido llamar a Sam Deegan y tratar de concertar un encuentro para el domingo por la tarde. «De todos modos, en el aniversario de la muerte de Karen a menudo se pasa por aquí», le dijo.
No tengo por qué volver a casa mañana, pensó Jean. Puedo quedarme en la habitación del hotel al menos una semana. Se me da bien investigar. Quizá pueda encontrar a alguien que trabajara en la consulta del doctor Connors, una enfermera o una secretaria que pueda decirme dónde llevaba el registro de nacimientos de los niños que iba a dar en adopción. Quizá guardaba copias en algún otro sitio. Sam Deegan podría ayudarme a descubrir cómo conseguirlas, suponiendo que existan.
El doctor Connors se había llevado a la niña de su lado en Chicago. ¿Era posible que hubiera registrado su nacimiento allí? ¿Viajó la madre adoptiva con él a Chicago, o fue él quien la trajo personalmente a Cornwall?
A todos los ex alumnos que iban en coche particular a West Point les habían avisado que dejaran sus vehículos en el aparcamiento próximo al hotel Thayer. Jean notó un nudo en la garganta cuando atravesó la verja de acceso a los terrenos de la academia. Como le sucedía con frecuencia últimamente, pensó en la última vez que estuvo allí, durante la ceremonia de graduación de la promoción de Reed, cuando vio a su madre y su padre recoger el diploma y la espada.
La mayoría de ex alumnos de Stonecroft estaban haciendo la gira por West Point. Tenían que reunirse a las doce y media para comer en el Thayer. Antes del partido, presenciarían el desfile de la bandera.
Antes de reunirse con sus ex compañeros, Jean se dirigió al cementerio para visitar la tumba de Reed. La caminata era larga, pero dio gracias por poder tener un rato para pensar. Encontré tanta paz aquí, pensó. ¿Cómo habría sido mi vida si Reed hubiera vivido, si mi hija estuviera conmigo, en lugar de con unos desconocidos? No se había atrevido a asistir al funeral. Fue el día que ella se graduaba en Stonecroft. Su madre y su padre no habían llegado a conocerle y prácticamente no sabían nada de él. Le hubiera resultado muy difícil explicar por qué no podía asistir a su propia graduación.
Al pasar por delante de la capilla recordó los conciertos a los que había asistido allí, primero sola, luego, unas cuantas veces, con Reed. Pasó ante monumentos con nombres cuajados de historia, de camino hacia la sección veintitrés, y se plantó ante una lápida que llevaba su nombre, teniente Carroll Reed Thornton hijo. Había una rosa solitaria apoyada contra la lápida con un sobre. Jean contuvo el aliento. Su nombre estaba escrito en el sobre. Cogió la rosa y sacó la tarjeta del sobre. Las manos empezaron a temblarle mientras leía aquellas pocas palabras: «Jean, esto es para ti. Sabía que pasarías por aquí».
Cuando caminaba de vuelta al Thayer, trató de sobreponerse. Esto significa que alguien en la reunión de ex alumnos sabe lo de Lily y está jugando al gato y al ratón conmigo, pensó. ¿Quién podía saber que hoy iba a estar aquí y que visitaría la tumba de Reed?
Han venido cuarenta y dos antiguos alumnos, se dijo. Eso limita el número de personas que pueden haberme enviado las notas a cuarenta y dos. Pienso descubrir quién es y dónde está Lily. Quizá no sabe que es adoptada. No me meteré en su vida, pero necesito saber que está bien. Me gustaría verla una vez, aunque sea de lejos.
Apretó el paso. Solo tenía ese día y el siguiente para tratar de mirarlos a todos cara a cara y averiguar quién había estado en el cementerio. Hablaré con Laura, decidió. A ella no se le escapa nada. Si estaba en el grupo que ha visitado el cementerio, quizá haya visto algo.
*****
En cuanto entró en la sala reservada para la comida del grupo de Stonecroft, Mark Fleischman se acercó a ella.
—La visita ha sido muy interesante —comentó—. Es una pena que te la hayas perdido. Me avergüenza decir que cuando vivía en Cornwall las pocas veces que vine a West Point fue para hacer ejercicio. Pero tú viniste bastante por aquí el último año, ¿no? Me acuerdo de que escribiste algunos artículos para el periódico del instituto.
—Sí, venía —dijo ella con tiento. Un calidoscopio de recuerdos la asaltó. Los domingos por la tarde, en primavera, cuando paseaba por el sendero de Trophy Point y se sentaba a escribir en uno de los bancos. Bancos de granito rosa donados por la promoción de 1939. Jean recordaba las palabras que llevaban grabadas: DIGNIDAD, DISCIPLINA, CORAJE, INTEGRIDAD, LEALTAD. Incluso las palabras grabadas en aquellos bancos me hacían ser consciente de la vida tan absurda que llevaban mis padres, pensó.
Su atención volvió a Mark.
—Nuestro líder, Jack Emerson, ha decretado que hoy los homenajeados pueden sentarse donde quieran —decía en ese momento—, lo que va a suponer un problema para Laura. ¿Has visto cómo despliega sus encantos? Anoche estuvo flirteando con Gordon, nuestro director televisivo, con Carter, nuestro autor teatral, y con Robby, nuestro cómico. En el autobús se ha sentado junto a Jack Emerson y se ha deshecho en atenciones con él. Creo que se está convirtiendo en un magnate del negocio inmobiliario.
—Tú eres el experto en el comportamiento adolescente, Mark. A Laura siempre le gustaron los tíos con éxito. ¿No crees que es algo que uno traslada a la madurez? De todos modos, creo que hace bien en concentrarse en esos cuatro. Sus ex novios, como Doug Hanover, o no están aquí o han venido con sus mujeres. —Jean trató de mostrarse divertida.
Mark sonreía pero, mientras lo estudiaba, Jean notó un cambio sutil en su expresión, como si entrecerrara los ojos. ¿Tú también?, pensó, y se dio cuenta de que era decepcionante pensar que también Mark Fleischman había estado loco por Laura, y quizá todavía lo estaba. Bueno, Jean quería hablar con Laura y, si a él también le apetecía, pues perfecto.
—Vamos a sentarnos con Laura —propuso—. En el colegio siempre nos sentábamos juntas. —Por unos momentos, la imagen de la mesa del comedor en Stonecroft apareció vividamente en su memoria. Y allí estaban Catherine, Debra, Cindy, Gloria y Alison.
Y Laura y yo.
Laura y… yo.