A las dos en punto, Jean renunció a intentar dormirse, encendió la luz y abrió un libro. Después de leer durante una hora y ver que no se había enterado de una palabra, dejó el libro algo inquieta y volvió a apagar la luz. Notaba cada músculo de su cuerpo muy tenso y empezaba a dolerle la cabeza. Sabía que el esfuerzo de relacionarse con los otros durante toda la velada, a pesar de la preocupación corrosiva por saber que Lily podía estar en peligro, la había agotado. Se dio cuenta de que estaba contando las horas que faltaban para las diez. A esa hora había quedado con Alice Sommers y podría hablarle de Lily.
Los mismos pensamientos pasaban una y otra vez por su cabeza. En todos estos años nunca le he hablado a nadie de ella. Fue una adopción privada. El doctor Connors está muerto, y sus archivos se quemaron. ¿Quién puede haber descubierto que existe? ¿Es posible que sus padres adoptivos conozcan mi nombre y me hayan seguido la pista? Quizá se lo han contado a alguien y esa persona es la que me escribe. Pero ¿por qué?
La ventana, que daba a la parte posterior del hotel, estaba abierta y en la habitación empezaba a refrescar. Después de debatirse unos momentos, Jean suspiró y apartó las sábanas. Si quiero tener alguna posibilidad de dormir, será mejor que la cierre, pensó. Se levantó de la cama y caminó por la habitación. Cuando estaba cerrando la ventana, temblando, por casualidad miró abajo. Un coche con las luces apagadas entraba en ese momento en el aparcamiento del hotel. Es curioso, pensó, mientras observaba la figura de un hombre que bajaba del vehículo y caminaba rápidamente hacia la entrada.
Llevaba el cuello de la chaqueta levantado, pero, cuando abrió la puerta del vestíbulo, la luz del interior le iluminó la cara. Jean dio la espalda a la ventana, preguntándose qué podía estar haciendo a esas horas de la noche uno de sus distinguidos compañeros de mesa.