Ella se dejaba ir por un pasillo oscuro, al final del cual había una luz. Cuando llegase allí habría calor. Habría calor y estaría segura. Pero algo le impedía avanzar. Tenía que hacer algo antes de morir. Tenía que hacer que los demás supieran quién era el doctor Highley.
La sangre manaba de su dedo. Ella podía sentirla. Se hallaba echada en el suelo. Éste estaba muy frío. Durante todos aquellos años había tenido pesadillas de que moriría en un hospital. Pero, después de todo, no era algo tan malo. Había temido mucho estar sola. Quedarse sola, sin su padre y, luego, sola sin John.
Había temido mucho tener dolor. Todos estamos solos. Todos nacemos y morimos solos. No hay nada de que temer en realidad.
¿Podría escribir el nombre del doctor Highley en el suelo, con la sangre de su dedo? Aquel hombre estaba loco, alguien tenía que detenerlo.
Lenta, dolorosamente, Katie movió el dedo. Trazó una raya hacia abajo, otra horizontal, otra de nuevo hacia abajo: «H…».