—Tenemos que conseguir los archivos del doctor Highley antes de que pueda destruirlos. ¿Sabe usted si los tiene todos en su despacho?
Jiro Fukhito miraba a Richard. Había ido a la fiscalía decidido a prestar declaración. Le escucharon casi con impaciencia. Luego, el doctor Carroll esbozó su increíble historia.
¿Era posible? Jiro Fukhito revivió la época en que las sospechas se formaron en su mente y cuando éstas se calmaron, gracias al genio ginecológico de Highley. Era posible.
Archivos. Le habían preguntado por los archivos.
—Edgar Highley nunca guardaría historiales médicos que indicasen un fracaso en su despacho del hospital —dijo lentamente—. Siempre hay el peligro de un embargo por mal ejercicio de la medicina. Sin embargo, suele llevarse historiales a su casa. Es algo que nunca he podido comprender.
—Que preparen ahora mismo dos órdenes de registro —le dijo Scott a Charles—. Iremos a su consulta y a su casa al mismo tiempo. Yo me ocuparé de la casa. Richard, tú vendrás conmigo. Charley y Phil, al hospital. Detendremos a Highley como testigo material. Si no está allí, quiero que rodeen la casa para cogerle en cuanto llegue.
—Lo que me preocupa es que pueda haber alguien con el que esté haciendo experimentos en este instante. Me apuesto lo que quieran a que las muestras de cabello que encontraron los empleados del laboratorio en los cadáveres de Edna y Vangie, pertenecen a Highley.
Miró su reloj de pulsera. Eran las nueve y media.
—Esta noche cerraremos este caso —predijo.
Hubiera deseado que Katie estuviera allí. Se hubiese alegrado al saber que Chris Lewis estaba a punto de ser descartado ya como sospechoso. Lo que ella había creído sobre Lewis era cierto. Pero la sospecha que él tuvo sobre Highley, también era cierta.
El doctor Fukhito se puso de pie.
—¿Me necesitarán más tiempo?
—Ahora no, doctor —dijo Scott—. Ya nos pondremos en contacto con usted. Si por casualidad habla usted con el doctor Highley antes de que le detengamos, le ruego que no le hable de esta investigación. ¿Me comprende?
Jiro Fukhito sonrió cansado.
—Edgar Highley y yo no somos amigos. No tiene ningún motivo para telefonearme a mi casa. Si me cogió, es porque sabía que podía tenerme en sus manos. ¡Cuánta razón tenía! Esta noche, analizaré mi conducta. Y determinaré cuántas veces he hecho caso omiso de sospechas que deberían haber sido estudiadas. Temo la conclusión a la que puedo llegar.
Salió del despacho. Mientras caminaba por el pasillo, vio una placa: Mrs. K. DeMaio. Katie DeMaio. ¿No tenía que ingresar esta noche en el hospital? Pero, desde luego, nunca la intervendrían, mientras Edgar Highley estuviese sujeto a una investigación.
Jiro Fukhito se fue a su casa.