Bajó del ascensor en el segundo piso del hospital. E, inmediatamente, percibió la tensión en el ambiente. Las enfermeras, con cara asustada, se deslizaban por el pasillo. Un hombre y una mujer con traje de noche estaban de pie frente a la mesita de la enfermera Renge.
Sin perder un instante, se acercó a la mesita. Su voz sonó desaprobadora y crispada cuando preguntó:
—¿Pasa algo malo, enfermera Renge?
—Se trata de Mrs. DeMaio, doctor. No sabemos dónde está.
La mujer vestida con traje de noche tendría unos treinta años y su aspecto le resultaba familiar. Claro está, era la hermana de Katie DeMaio. ¿Por qué había ido al hospital?
—Soy el doctor Highley —le dijo a la mujer—. ¿Qué significa todo esto?
A Molly le costó trabajo hablar. Algo le había pasado a Katie. Lo sabía y nunca se lo perdonaría.
—Katie…
Se le quebró la voz.
El hombre que la acompañaba la interrumpió y dijo:
—Soy el doctor Kennedy. Mi esposa es la hermana de Mrs. DeMaio. Doctor, ¿cuándo la vio por última vez y cómo se encontraba?
Aquél no era un hombre fácil de engañar.
—Vi a Mrs. DeMaio hará poco más de una hora. Su estado no era satisfactorio. Como es probable que usted sepa, esta semana le hemos hecho dos transfusiones de sangre. El laboratorio está analizando ahora su sangre. Espero que el recuento de glóbulos rojos sea bajo. Como podrá decirle la enfermera Renge, yo esperaba hacerle una intervención D y C esta noche, en vez de esperar a mañana. Creo que Mrs. DeMaio ha ocultado a todo el mundo hasta qué punto eran graves sus hemorragias.
—¡Oh, Dios mío! Entonces, ¿dónde está?
Él la miró. Le sería más fácil convencer a la mujer.
—Su hermana tiene un miedo casi patológico a los hospitales. ¿Cree posible que, sencillamente, se hubiera marchado?
—Su ropa está en el armario empotrado, doctor —dijo la enfermera Renge.
—Puede que haya alguna ropa en el armario —le corrigió el doctor Highley—. ¿Deshizo usted el equipaje de mano de Mrs. DeMaio?
—No.
—Entonces, ignora qué otros artículos de vestir tenía ella consigo, ¿no?
—Sí, es posible —dijo Bill lentamente.
Se volvió hacia Molly y añadió:
—Cariño, tú sabes que es posible.
—Nosotros hubiéramos tenido que estar aquí —dijo Molly—. ¿Está muy grave, doctor?
—Debemos encontrarla y hacerla volver. ¿Cree probable que fuera a su casa o a la de ustedes?
—Doctor…
La tímida voz de la enfermera Renge temblaba.
—El somnífero hubiera debido hacerla dormir. Le recetó usted el más fuerte.
Él la fulminó con la mirada.
—Se lo receté porque comprendía la ansiedad de Mrs. DeMaio. Le dije a usted que comprobase que se lo tragaba. ¿Vio usted cómo se lo tomaba?
—Vi cómo se lo ponía en la boca.
—¿Observó si se lo tragó?
—No… De eso no tengo la certeza.
Dio la espalda a la enfermera con un gesto de desprecio y se dirigió a Molly y Bill con voz que dejaba traslucir la emoción.
—Apenas puedo creer que Mrs. DeMaio esté vagando por el hospital. ¿Están ustedes de acuerdo en que es posible que se haya marchado por su propia iniciativa? Con toda sencillez, podía haberse dirigido al ascensor, llegar al vestíbulo y salir con los visitantes que entran y salen durante toda la noche. ¿Están de acuerdo en que eso es posible?
—Sí, sí, lo estoy.
Molly rogó que ojalá las cosas fueran así.
—Entonces, esperemos lo mejor. Es posible que Mrs. DeMaio llegue pronto a casa.
—Quiero ver si su coche está aún en el aparcamiento —dijo Bill.
El coche. Él no había pensado en el coche. Si ahora empezaban a buscar a Katie en el hospital…
Bill refunfuñó:
—¡Oh, diablos! ¡Aún tiene ese coche en arrendamiento! Molly, ¿de qué marca es? Me parece que yo ni lo he visto.
—Yo… yo no sé —dijo Molly.
Edgar Highley suspiró.
—Creo que aunque pudiesen identificar su coche, perderían el tiempo buscando en el aparcamiento. Me permito sugerirle que llamen por teléfono a su casa. Y, si no está allí, que vayan y la esperen por si Mrs. DeMaio llega. Apenas hace una hora que se ha marchado. Cuando la encuentren, les ruego que insistan para que vuelva al hospital. Si quiere, puede quedarse con ella, Mrs. Kennedy. Si usted cree que Mrs. DeMaio se sentirá más tranquila, doctor Kennedy, me encantará que me acompañe en el quirófano. No podemos permitir que esa hemorragia continúe. Mrs. DeMaio está muy enferma.
Molly se mordió un labio.
—Ya veo. Gracias, doctor, es usted muy amable. Vamos a casa de Katie, Bill. Quizá esté allí y no quiera contestar al teléfono.
Le dieron la espalda al doctor Highley. Creían en él y no sugerirían que se inspeccionara el hospital hasta, por lo menos, pasadas unas horas. Era todo cuanto él necesitaba.
Se volvió hacia la enfermera. Gracias a su conducta torpe y estúpida, ella había sido un peón que había jugado a su favor. Desde luego, Katie no se había tomado el somnífero. Y, desde luego, él se había visto obligado a recetárselo.
—Estoy seguro de que pronto tendremos noticias de Mrs. DeMaio —dijo—. Llámeme inmediatamente cuando esto ocurra. Estaré en casa. —Sonrió—. Tengo que acabar de escribir algunos historiales médicos.