—Buenas noches, doctor Fukhito. Me siento mucho mejor, gracias.
El rostro juvenil se las arregló para sonreír.
—Me gusta oírle decir esto. Duerma bien esta noche, Tom.
Jiro Fukhito se puso de pie lentamente. Este joven saldría adelante. Hacía semanas que tenía una depresión profunda que casi le había llevado al suicidio. Había corrido a 130 km por hora en un coche que chocó y su hermano más joven murió en el accidente. Remordimiento. Culpabilidad. Todo, avasallador, y mucho más de lo que el chico podía soportar.
Jiro Fukhito sabía que le había ayudado a pasar lo peor de todo. Su trabajo podía proporcionarle muchas satisfacciones. Reflexionó mientras caminaba por uno de los pasillos del hospital de Valley Pines. El trabajo que hacía aquí, este trabajo voluntario, era lo que, en realidad, quería hacer.
¡Oh! Es cierto que había hecho mucho por innumerables pacientes del hospital Westlake; pero había otros a los que no pudo ayudar, a los que no le permitieron ayudar.
—Buenas noches, doctor.
Algunos pacientes del pabellón psiquiátrico le saludaron cuando se encaminó hacia el ascensor. Los directivos de este hospital le habían pedido que trabajase con plena dedicación aquí; y él quería aceptar aquella oferta.
Pero, ¿daría origen aquello a una investigación que le destruiría inevitablemente?
Edgar Highley no dudaría en revelar el escándalo de Massachusetts, si sospechaba que su socio había hablado de la paciente con la policía.
Pero Mrs. DeMaio ya sospechaba algo. Había notado su nerviosismo hacía unos días, cuando le había interrogado.
Entró en su coche y se sentó irresoluto. Vangie Lewis no se había suicidado. Era imposible que se hubiese suicidado ingiriendo cianuro. Habían hablado del culto de Jones, durante una de sus sesiones, cuando ella empezó a hablar de religión.
Aún podía verla sentada en su despacho, dándole aquella ansiosa, aunque superficial, explicación de cuáles eran sus creencias religiosas.
—Yo no sirvo para ir a la iglesia, doctor. Quiero decir que yo creo en Dios, pero a mi manera. A veces, pienso en Dios. Y creo que eso es mucho mejor que asistir a una ceremonia a la que uno no presta atención. ¿No lo cree así? ¡Ah! En lo referente a todos estos cultos, creo que la gente está loca. No comprendo cómo pueden interesarse en ellos. ¿Se acuerda de toda esa gente que se mató porque Jones les dijo que tenían que hacerlo? ¿Escuchó las cintas en las que se les oye gritar después de ingerir el veneno? Aquello me causó pesadillas. Además, ¡tenía un aspecto tan feo!
Dolor, fealdad. ¿Vangie Lewis? ¡Nunca!
Jiro Fukhito suspiró. Sabía lo que tenía que hacer. Su vida profesional volvería a pagar de nuevo por aquel terrible error que había cometido diez años antes.
Pero tenía que decir a la policía lo que sabía. Vangie salió corriendo de su despacho y se dirigió al aparcamiento. Pero cuando, al cabo de unos quince minutos él se marchó, el Lincoln Continental de Vangie seguía estando allí.
A Jiro Fukhito ya no le cabía ninguna duda de que Vangie había entrado en la consulta de Edgar Highley.
Salió del aparcamiento del hospital y giró hacia el despacho del fiscal del condado de Valley.