—¿Está seguro de que este zapato pertenecía a su esposa? —le preguntó, exigente, Scott.
Cansado, Chris asintió:
—Estoy completamente seguro. Precisamente era el que le quedaba muy flojo… El izquierdo.
—Cuando Edna Burns le llamó por teléfono, ¿le dijo que tenía este zapato?
—No. Me dijo que tenía algo que contarle a la policía y que quería hablar conmigo.
—¿Le dio la impresión de que se trataba de un chantaje…, de una amenaza?
—No. Hablaba como una borracha. Yo sabía que Edna trabajaba en el hospital Westlake. Pero, entonces, no caí en la cuenta de que se trataba de la recepcionista de quien Vangie hablaba. Ella decía que Edna siempre se burlaba de sus zapatillas de cristal.
—Muy bien. Ahora mismo pasarán a máquina su declaración. Léala con cuidado y fírmela, si la encuentra exacta. Luego, podrá marcharse a su casa. Mañana, volveremos a hablar con usted.
Por vez primera, Chris creyó que el fiscal empezaba a tomar en serio sus palabras. Se puso de pie para marcharse.
—¿Dónde está Joan?
—Ha completado ya su declaración, se puede marchar con usted. Ah, una pregunta: ¿qué impresión le produce a usted el doctor Highley?
—Nunca he tenido la oportunidad de conocerle.
—¿Leyó el artículo sobre él?
Scott le enseñó la revista Newsmaker,
Chris miró el artículo y la foto del doctor Highley.
—Ayer lo vi en el avión, camino de Nueva York.
De pronto, su memoria empezó a funcionar.
—¡Eso es! Eso es lo que yo no podía situar —dijo Chris.
—¿De qué está usted hablando? —le preguntó Scott.
—Este es el hombre que salió ayer del ascensor en el Essex House cuando yo intentaba ponerme en comunicación con el doctor Salem.