Se sospechaba que Highley había ocasionado la muerte de su primera esposa. El primo de Winifred Westlake creía que él era el causante de la muerte de su prima. Highley era un investigador muy brillante. Era posible que Highley hubiera experimentado con algunas de sus pacientes. Quizá Highley había inyectado a Vangie Lewis el semen de un hombre oriental. Pero ¿por qué? ¿Acaso esperaba salir bien librado de aquello? Indudablemente, él conocía la vida de Fukhito. ¿Intentaría acusarle? ¿Habría sido un accidente? ¿Habría empleado un semen equivocado? ¿O habría tenido que ver Vangie con Fukhito? ¿Habían coincidido los posibles experimentos del doctor Highley con el embarazo de Vangie?
Richard no podía encontrar la respuesta. Estaba sentado en la mesa de despacho de Katie y jugaba con su pluma estilográfica. Katie siempre la llevaba encima. Había debido de salir a toda prisa esta noche para olvidársela. Pero, por supuesto, ella estaba de mal humor. Haber perdido aquel caso la había deprimido muchísimo. Mas Katie sabía hacer frente a esta clase de situaciones. Katie, además, se tomaba muchas cosas en serio. A Richard le hubiera gustado saber dónde estaba Katie, quería hablar con ella. La forma en que le sangraba aquel dedo… Debería preguntarle a Molly, si sabía o no que Katie tenía un bajo recuento de glóbulos rojos, pues ello representaría un verdadero problema.
Un escalofrío hizo que los dedos de Richard se tensasen. Aquello podía ser señal de leucemia. ¡Oh, Dios mío! El lunes, arrastraría a Katie a que fuera a ver a un médico, aunque tuviera que llevarla atada.
Alguien llamó suavemente a la puerta y Maureen comprobó quién era. Sus ojos, de un verde esmeralda, eran grandes y ovalados. Hermosos ojos, y hermosa chica.
—Doctor Carroll…
—Maureen, siento muchísimo haberle dicho que se quedase. Pero pensé que Mrs. Horan debería de estar aquí desde hace un buen rato.
—Está bien, ha llamado por teléfono, viene hacia aquí. Algo surgió en el trabajo y la necesitaban. Pero aquí hay otras dos mujeres. Son amigas de esa Mrs. Burns que murió. Querían ver a Katie. Les dije que no estaba, pero una de ellas mencionó su nombre. Le conoció a usted la otra noche, cuando se hallaba en el apartamento de la muerta. Es una tal Mrs. Fitzgerald.
—¿Fitzgerald…? Claro, Mrs. Fitzgerald, trabaja medio día de recepcionista en el hospital Westlake.
Cuando Richard dijo Westlake, se puso de pie.
—Diles que entren. No sería mala idea que llamaras a Scott.
—Mr. Myerson me ha dicho que no le moleste por ningún motivo. Charley, Phil y él aún siguen interrogando al capitán Lewis.
—Muy bien. Yo hablaré con ellas. Y si hay algo importante, las haré esperar.
Entraron las dos mujeres. Gana estaba tan nerviosa que se le salían los ojos de la cara. Sentía haber decidido no llevar el abrigo de leopardo de Edna, pero era demasiado pronto. A pesar de todo, tenía muy bien preparada la historia que se disponía a contar.
Gertrude llevaba el mocasín en una bolsa de papel. Su liso pelo gris estaba perfectamente peinado. Llevaba anudada la bufanda al cuello. La buena cena ya había pasado al recuerdo y, ahora, ante todo, quería volver a su casa para acostarse. Pero la aliviaba poder hablar con el doctor Carroll; le contaría que la otra noche, en el apartamento de la pobre Edna habla visto al doctor Highley abrir el cajón de la mesita de noche. Y allí sólo había ese zapato. ¿Sabría el doctor Carroll el motivo por el que el doctor Highley quería apoderarse de aquel zapato?
Además, Mrs. DeMaio se había mostrado muy interesada en aquella historia del Príncipe Encantado. A lo mejor, el doctor Carroll también quería conocerla. Así, él podría contárselo a Mrs. DeMaio, cuando ella volviera, el lunes. Richard las miraba, expectante.
Gertrude se inclinó hacia adelante, abrió la bolsa y la meneó. Y sobre la mesa de trabajo de Katie cayó el mocasín medio deshecho. Remilgadamente, empezó a explicar:
—La razón de que hayamos venido es este zapato.