El analista del laboratorio forense del condado de Valley trabajó horas extras el viernes por la noche. El doctor Carroll le había pedido que comparase todas las muestras microscópicas tomadas en la casa de la presunta suicida, Vangie Lewis, con todas las muestras microscópicas tomadas en la casa de la presunta muerta por accidente, Edna Burns. Estudió cuidadosamente todas las cosas que había en el hogar de los Lewis y en el apartamento de Edna Burns. Y buscó con extremo cuidado cualquier sustancia que pudiese ser singular.
El analista sabía que poseía un magnífico instinto para las evidencias microscópicas, y un sexto sentido que nunca le fallaba. Siempre se interesaba en particular por los cabellos sueltos y le gustaba mucho decir:
—Somos como animales cubiertos de pelo. Es asombrosa la cantidad de pelo que se nos cae constantemente, incluyendo las personas que casi son calvas.
Entre las muestras recogidas en la casa de los Lewis, encontró muchísimos cabellos color rubio ceniciento de la víctima. También encontró cabellos castaño claro, en gran cantidad, en el dormitorio. Sin duda alguna, pertenecían al esposo, ya que también aparecían en la biblioteca y en la sala de estar.
Pero también había cierto número de cabellos entrecanos de color arenoso en el dormitorio de la víctima. Aquello era singular. Si los hubiera hallado en la cocina o en la sala de estar, hubieran podido pertenecer a un visitante o a un recadero. Pero ¿en el dormitorio? Incluso en la actualidad, eran muy pocas las personas no pertenecientes a la familia, a las que se hacía pasar al dormitorio. Aquellos cabellos tenían un significado especial. Pertenecían a la cabeza de un hombre, ya que su longitud lo sugería de modo automático. También había algunos cabellos en el abrigo que la víctima llevaba puesto.
Fue entonces cuando el analista encontró la relación que Richard Carroll buscaba: unos cuantos cabellos de color arenoso, con raíces blancas, aparecían en la bata de baño de color azul desteñido de Edna Burns.
Colocó las muestras de cabello bajo unos potentes microscopios y, con sumo cuidado, comprobó los dieciséis puntos esenciales de comparación.
No cabía la menor duda.
Una misma persona había estado muy cerca de las dos mujeres muertas; lo bastante cerca como para tener la cabeza junto al pecho de Edna Burns y haber rozado con aquélla un hombro de Vangie Lewis. El analista se levantó de la mesa de análisis y fue al teléfono para llamar al doctor Carroll.