Él observó cómo los ojos de Katie se cerraban y cómo su respiración se volvía uniforme. Se quedó dormida otra vez. Aquella pregunta sobre Vangie surgió de alguna zona del subconsciente de Katie, disparada quizá, por una repetición de su estado mental del lunes por la noche. Quizá ni se acordaría de haber hecho semejante pregunta. Pero no podía correr el riesgo. ¿Qué pasaría si volvía a hacerla frente a la enfermera Renge o a los otros doctores en el quirófano, antes de que la anestesiaran? Su mente se agitó en busca de una solución. La presencia de Katie en la ventana, el lunes por la noche… Aún podía descubrirle.
Tenía que matarla antes de que la enfermera Renge hiciera su ronda, dentro de una hora, aproximadamente. La inyección de heparina impediría la coagulación inmediatamente; pero, así y todo, aún le llevaría varias horas al medicamento completar todo el proceso. Esto era lo que había planeado. Pero ahora no podía esperar. Tenía que darle otra inyección sin pérdida de tiempo.
Tenía heparina en la consulta. No se atrevió a acercarse al dispensario del hospital. Tendría que bajar por la escalera de incendios hasta llegar al aparcamiento, entrar por la puerta privada a su consulta, llenar la jeringuilla hipodérmica y regresar. Todo ello le llevaría, por lo menos, cinco minutos.
La camarera empezaría a preguntarse por qué se había ausentado del restaurante. Pero, con respecto a eso, no podía hacer nada.
Satisfecho al ver que Katie dormía, salió rápidamente de la habitación.