Dannyboy Duke corrió haciendo zigzags por la Tercera Avenida en dirección a la calle Cincuenta y cinco y por la Segunda Avenida donde tenía el coche aparcado. La mujer había echado en falta su cartera tan pronto como él subía a la escalera mecánica y la oyó gritar: «¡Ese hombre, el de pelo moreno, acaba de robarme!»
El chico se las arregló para deslizarse a través del muro de mujeres que llenaban la planta principal de Alexander's; pero aquella condenada le siguió bajando por la escalera mecánica, mientras gritaba y le señalaba al salir por la puerta. A lo mejor, el guardia de seguridad le cogía.
¡Ojalá pudiese llegar al coche! No podía tirar la cartera; estaba llena de billetes de cien dólares, él los había visto y necesitaba un pinchazo.
Había sido una buena idea entrar en el departamento de abrigos de pieles de Alexander's. Las mujeres solían llevar dinero contante y sonante a esta tienda; se perdía mucho tiempo mientras aceptaban un cheque o una tarjeta de crédito. Se había enterado de ese detalle, mientras trabajaba de ayudante, cuando aún estaba haciendo el bachillerato.
Hoy, llevaba uno de aquellos abrigos que le hacían parecer un ayudante. Nadie le prestó atención. La mujer llevaba uno de esos grandes bolsos abiertos y lo sostenía por una de las asas, mientras rebuscaba entre los abrigos. Había sido muy fácil robarle la cartera.
¿Le seguiría alguien? No se atrevió a volver la cabeza. Eso haría que la gente se fijase en él. Sería mucho mejor avanzar pegado a los edificios. Todo el mundo tenía prisa y hacía un frío espantoso. Pero él podría pagarse un pinchazo, muchos pinchazos ahora.
Dentro de un minuto, estaría en el coche. No sería ya un hombre que corre por las calles. Conduciría por el puente de la calle Cincuenta y nueve hacia su casa, que estaba en Jackson Heights. Al llegar allí, se pincharía.
Volvió la cabeza. Nadie le seguía; no había ningún policía. Anoche había sido terrible. Aquel portero estuvo a punto de cogerle cuando forzó el portamaletas del coche de un médico. ¿Y qué obtuvo por correr semejante riesgo? No había drogas en el maletín. ¡Por Dios santo, sólo una carpeta médica, un pisapapeles pegajoso y un viejo zapato!
Luego, le robó una cartera a una viejecita: diez tristes dólares. Apenas pudo comprar un poco de droga que le mantuviera vivo hasta hoy. Aquella carterita y el maletín del médico estaban en el asiento posterior del coche. Ahora, trataría de quitárselos de encima.
Ya estaba junto al coche: lo abrió y entró. Nunca, nunca por muy mal que se encontrase, se desprendería del coche. La policía nunca esperaba que uno poseyera semejante vehículo. Cuando a uno lo fichan, lo buscan en las estaciones del metro.
Encendió el motor. Pero, antes de que viera aquella luz giratoria, oyó la sirena de un coche patrulla que corría por allí en dirección inversa. Intentó salir con el auto, pero el coche patrulla le cortó el camino. Un policía salió del coche, con la mano en la culata de la pistola. La luz del coche patrulla estaba a punto de cegar a Danny.
El policía abrió de golpe la puerta, miró al interior y quitó la llave del motor mientras decía:
—Bien, Dannyboy, ¿sigues en lo mismo? ¿Cuándo aprenderás otras tretas? Sal ahora mismo de ahí, coño, y pon tus condenadas manos donde las pueda ver para ponerte las esposas. ¿Tú qué eres? ¿Un perdedor que pierde por tercera vez? Supongo que te caerán de diez a quince. Eso, si tienes suerte con el juez.