Edgar Highley se apartó de la muchacha a la que había examinado en la camilla.
—Ya puede vestirse.
Ella afirmaba tener veinte años, pero él estaba seguro de que no pasaba de los dieciséis o de los diecisiete.
—Estoy…
—Sí. No cabe la menor duda de que estás embarazada. Yo diría que de unas cinco semanas. Quiero que regreses mañana por la mañana y terminaremos las pruebas.
—Tengo una duda muy grande, doctor. ¿Cree usted que debería tener el niño y que luego lo adoptasen?
—¿Les has hablado a tus padres de esto?
—¡Oh, no! ¡Se disgustarían muchísimo!
—Entonces, te sugeriría que dejases el deseo de ser madre para, por lo menos, dentro de varios años. Te espero mañana a las diez.
El doctor abandonó la sala, se dirigió a su consulta y buscó el número de teléfono de la nueva paciente que había elegido el día anterior.
—¿Mrs. Engiehart? Le habla el doctor Highley. Estoy preparado para empezar su tratamiento. Le ruego que venga al hospital mañana por la mañana, a las ocho y media. Además, traiga las cosas necesarias para pasar la noche aquí.