A las cuatro de la tarde, Richard, Scott, Charley y Phil examinaron el cadáver de Vangie Lewis, que ahora aparecía vestido con las ropas que llevaba al morir. El pedacito de tela floreada que encontraron en una herramienta del garaje, se ajustaba exactamente al desgarrón que aparecía muy cerca del dobladillo. La tobillera que llevaba en el pie izquierdo, mostraba un rasguño de cinco centímetros directamente sobre aquella herida reciente.
—No hay ni huella de sangre en la tobillera —dijo Richard—, lo cual quiere decir que ya estaba muerta cuando el pie se le enganchó en la herramienta.
—¿A qué altura se halla el estante donde está la herramienta? —preguntó Scott.
Phil se encogió de hombros.
—Yo diría que a unos sesenta centímetros del suelo —respondió.
—Lo cual quiere decir que alguien cargó con Vangie Lewis desde el garaje, la colocó en el lecho e intentó que pareciera un suicidio —dijo Scott.
—Sin duda alguna —asintió Richard. Y, refunfuñando, preguntó—: ¿Es Chris Lewis muy alto?
Un poco indeciso, Scott respondió:
—Sí, es un tipo alto. Quizá mide metro noventa. ¿Por qué?
—Vamos a probar una cosa, esperad un minuto —respondió Richard.
Éste salió y volvió con un metro. Con cuidado, marcó en la pared las alturas de 60, 90 y 120 cm desde el nivel del suelo.
—Si suponemos que fue Chris Lewis quien cargó con el cadáver de Vangie, sugiero que esta herramienta no la habría arañado.
Se volvió hacia Phil:
—¿Estás seguro de que el estante está a sesenta centímetros del suelo?
Phil se encogió de hombros, pero Charley le echó una mano diciendo:
—Unos centímetros, más o menos.
—¿Cuánto mides? ¿Un metro ochenta?
Con delicadeza, Richard colocó un brazo debajo del cuello del cadáver y pasó el otro por debajo de las rodillas. Lo levantó y caminó hasta la pared.
—Comprobad a qué altura roza su zapato en la pared. No olvidemos que Vangie era pequeña. No la habría rozado ningún objeto que estuviese por debajo de noventa centímetros en el estante, si hubiese cargado con ella un hombre alto. Por otra parte…
Se acercó a Phil.
—¿Cuánto mides? ¿Un metro setenta y cinco?
—Más o menos.
—Muy bien. Chris Lewis mide quince centímetros más que tú. Coge el cadáver y comprueba dónde roza el zapato cuando cargues con él.
Phil cogió rápidamente el cuerpo y caminó junto a la pared. El pie de Vangie rozó la primera señal que Richard había marcado. Con presteza, Phil colocó a la muerta en la mesa.
Scott movió la cabeza.
—Esto no es concluyente, en absoluto. Es imposible saber cómo ocurrió. A lo mejor, él se inclinó intentando mantenerla separada de sí mismo.
Scott se dirigió a uno de sus ayudantes:
—Queremos estas ropas como prueba. Cuídalas, pues, muy bien. Y saca fotos del rasguño, del vestido y de la tobillera.
Volvió con Richard a su despacho.
—Aún piensas en el psiquiatra, ¿verdad? —le preguntó—. Mide un metro setenta y cinco.
Richard vaciló, pero decidió no decir nada antes de hablar con Jim Berkeley y la paciente que había acusado a Highley de mal ejercicio de la medicina. Cambió de tema.
—¿Qué tal van las cosas de Katie?
Scott meneó la cabeza.
—Es muy difícil de saber. Esos gamberros culpan ahora del acto de vandalismo de la escuela a uno de sus amigos, que murió en un accidente de motocicleta en noviembre pasado. Intentan convencernos de que asumieron la culpa en nombre de él, pues se sentían muy dolidos por los padres del otro. Pero dicen que el pastor de su iglesia les ha convencido, en nombre de sus propias familias, a que digan la verdad.
—Pero el jurado no tragará semejante patraña, ¿no? —preguntó Richard.
Scott le respondió:
—Ahora está reunido. Mira, por mucho que te esfuerces en escoger a los miembros del jurado, siempre hay un sentimental que se dejará engañar por una historia melodramática. El trabajo de Katie ha sido excelente, pero no se puede predecir el resultado. De acuerdo, te veré más tarde.
A las cuatro y media, Jim Berkeley contestó a la llamada telefónica que le había hecho Richard.
—Tengo entendido que ha intentado ponerse en contacto conmigo.
Era la voz de un hombre que parecía estar en guardia.
—Sí.
Richard imitó el tono impersonal del otro hombre.
—Es importante que hable con usted —le dijo—. ¿Podría venir a mi despacho cuando vaya camino de su casa?
—Claro que sí.
Y la voz de Jim sonó resignada.
—Además, me imagino de qué quiere que hablemos.