Muy cansada, Gertrude Fitzgerald dejó correr el agua de la bañera hasta que salió fría y abrió la botellita que contenía el medicamento que le habían recetado. La migraña empezaba a desaparecer. Si no le empezaba a doler el otro lado de la cabeza, estaría bien por la mañana. Esta última píldora la ayudaría.
Algo la preocupaba… Algo que tenía que ver, de una u otra forma, con la muerte de Edna. Algo que tenía que ver con la llamada que le hizo Mrs. DeMaio, aunque era una real tontería preguntarle si, alguna vez, Edna había llamado con el mote de Príncipe Encantado al doctor Fukhito o al doctor Highley. Una perfecta tontería.
Pero, Príncipe Encantado…
Edna había hablado sobre él, aunque no en relación con los doctores. Pero sí había oído el mote en las dos últimas semanas. ¡Ah! ¡Si pudiera acordarse…! Si Mrs. DeMaio le hubiera preguntado si Edna lo mencionó, podría haberla ayudado a recordar de manera clara. Pero, ahora, los detalles se le escapaban. ¿O se lo estaría imaginando todo? ¡Ah! El poder de la sugestión…
Cuando desapareciese aquel dolor de cabeza, podría pensar, pensar de verdad. Y quizá recordar.
Se tomó la píldora y se acostó. Cerró sus ojos. La voz de Edna sonó en sus oídos:
—Y yo dije que el Príncipe Encantado no…
Gertrude Fitzgerald no pudo recordar el resto.