Joan Moore estaba sentada junto al teléfono; parecía preocupada.
—Kay, ¿a qué hora dijo que llamaría? —preguntó con la voz temblorosa, mientras se mordía un labio.
La otra joven la miró, preocupada también.
—Ya te lo he dicho, Joan. Llamó sobre las once y media de esta mañana. Me dijo que se pondría en contacto contigo esta noche y que deberías esperar su llamada. Parecía turbado.
El timbre de la puerta sonó insistentemente; ambas saltaron de sus asientos.
—No espero a nadie —dijo Kay.
Pero el instinto hizo que Joan corriese hacia la puerta y la abriese de par en par.
—Chris. ¡Oh, Dios santo, Chris!
Le arrojó los brazos al cuello. Chris estaba terriblemente pálido, tenía los ojos inyectados en sangre y se tambaleó al abrazarla.
—Chris, ¿qué sucede?
—Joan, Joan.
La voz de Chris era casi un sollozo. La atrajo vehementemente hacia sí.
—No sé lo que ocurre. Hay algo oscuro en la muerte de Vangie. Y, ahora, el único hombre que podía habernos contado algo sobre ella, está también muerto.