Scott convocó una reunión para el mediodía en su oficina. Asistirían a ella las cuatro personas que habían asistido también a la cita que sostuvieron un día y medio antes, para hablar de la muerte de Vangie Lewis.
Esta reunión era diferente. Katie percibió la tensa atmósfera en cuanto entró en el despacho. Scott le había dicho a Maureen que cogiese pluma y papel.
—Vamos a traer bocadillos. Tengo que volver al tribunal a la una y media y no debemos perder ni un minuto con el capitán Lewis.
«Tal como esperaba —pensó Katie—: Scott se ha centrado en Chris». Katie miró a Maureen; la chica tenía un aura de nerviosismo que casi era visible. «Este aura comenzó a manifestarse cuando le di esta mañana la labor que quiero que haga», pensó Katie.
Maureen se dio cuenta y esbozó una sonrisa. Katie asintió.
—¡Hum! Lo acostumbrado. —Luego, preguntó—: ¿Tuviste suerte con las llamadas?
Maureen miró a Scott, pero éste estaba buscando en un archivo y hacía caso omiso de ellas.
—Hasta ahora, no mucho. El doctor Fukhito no es miembro ni del Colegio de Médicos del condado de Valley ni de la Asociación de Colegios de Médicos Americanos. Pasa gran parte de su tiempo haciendo trabajo voluntario con niños perturbados en la clínica psiquiátrica de Valley Pines. Llamé a la Universidad de Massachusetts. Estudió medicina en la facultad.
—¿Quién te lo dijo? —le preguntó Katie.
Maureen dudó:
—Recuerdo haberlo oído decir no sé dónde.
Katie percibió que en aquella respuesta había algo evasivo. Pero antes de que pudiera averiguarlo, Richard, Charley y Phil entraron juntos en el despacho. Sin perder tiempo, le dijeron a Maureen lo que querían comer. Richard acercó una butaca a la de Katie, pasó una mano por encima del respaldo y le tocó la parte superior de la cabeza. Sus dedos eran cálidos y fuertes y le dieron un breve masaje en los músculos del cuello.
—Hay que ver lo tensa que estás —dijo Richard.
Scott levantó la vista, refunfuñó y empezó a hablar.
—Muy bien. Ya sabéis que el niño que Vangie Lewis iba a tener, poseía rasgos orientales, lo cual da origen a dos posibilidades: una, dado lo inminente del alumbramiento, es posible que Vangie se pusiese nerviosa y se suicidase. Debió de sentirse aterrorizada al saber que nunca haría pasar a su hijo como un retoño de su marido. La segunda posibilidad es que Christopher Lewis se enterase de que su mujer tenía una aventura y la mató. Ocupémonos de ésta. Supongamos que llegó a su casa inesperadamente, el lunes por la noche y discutieron. ¿Por qué quería irse tan rápidamente a Minneapolis? ¿Porque le tenía miedo a Chris? No olvidéis que él nunca admitió que Vangie pensaba ir allí y que ella esperaba haberse marchado ya antes de que Chris regresara de su viaje. De acuerdo con lo que Katie nos ha comunicado, el psiquiatra afirma que Vangie salió de su consulta casi histérica.
—El psiquiatra japonés —dijo Katie—. Le he dicho a Maureen que investigue sobre él.
Scott la miró.
—¿Quieres sugerir que crees que había algo entre éste y Vangie?
—Aún no sugiero nada —replicó Katie—. Sin duda alguna, el hecho de que él sea oriental, no impide que Vangie no conociera a otro hombre oriental. Pero os puedo decir lo siguiente: ayer, cuando habló conmigo, estaba nervioso. Noté que elegía con mucho cuidado cada una de las palabras que me dijo. No me cabe duda de que no me contó toda la verdad.
—Lo cual nos lleva al caso de Edna Burns —dijo Scott—. ¿Qué tienes que decirnos, Richard? ¿Se cayó o la empujaron?
Richard se encogió de hombros.
—No resulta imposible que se haya caído. La cifra de alcohol en la sangre era de cero veinticinco. Estaba borracha y era, además, una mujer corpulenta.
—¿Y qué me dices de los borrachos y los niños que se caen sin hacerse daño? —le preguntó Katie.
Richard meneó la cabeza.
—Eso puede que sea cierto en cuanto se refiere a la rotura de huesos, pero no cuando el cráneo se rompe contra un objeto de metal afilado. Yo diría que, a menos que alguien admita que ha matado a Edna, nunca seremos capaces de probarlo.
—¿Pero es posible que la hayan matado? —insistió Scott.
Richard se encogió de hombros y dijo:
—Claro que sí.
—Además, alguien oyó hablar a Edna con Chris Lewis sobre el príncipe encantado.
Katie pensó en el guapo psiquiatra y habló lentamente:
—¿Acaso alguien como Edna no hablaría de él como del príncipe encantado? ¿No había llamado a Chris tras la muerte de su esposa, para decirle que ella sospechaba que su mujer tenía una aventura? No creo en eso —añadió.
Los hombres la miraron con curiosidad.
—¿Qué es lo que no crees? —preguntó Scott.
—No creo que Edna fuera mala, sé que no lo era. No creo que nunca se hubiera atrevido a llamar a Chris Lewis, después de morir Vangie, para herirle diciéndole que sabía lo de la aventura de su mujer.
—A lo mejor sintió la suficiente lástima por Chris como para que éste no se considerase un marido burlado —dijo Richard.
—O a lo mejor estaba buscando unos pavos —sugirió Charley—. Quizá Vangie le dijo algo el lunes por la noche. A lo mejor, Edna sabía que Chris y Vangie habían discutido y conocía, además, el motivo de la discusión. Edna no tenía donde caerse muerta. Parece ser que aún seguía pagando las facturas médicas de cuando vivían sus padres y éstos hace un par de años que han muerto. Quizá pensó que no había nada de malo en aprovecharse de Lewis. Le amenazó con ir a la policía.
—Edna dijo que tenía algo que informar a la policía —objetó Katie—. Así afirma que lo dijo la mujer del conserje.
—De acuerdo —dijo Scott—. ¿Qué me decís de la casa de los Lewis? ¿Habéis encontrado algo?
Charley se encogió de hombros.
—Hasta ahora, no mucho. Hay un número de teléfono con el código territorial seiscientos doce escrito en un bloc, junto al teléfono de la cocina. Sabemos que no se trata del número de los padres de Vangie. Pensamos que deberíamos llamar desde aquí. Quizá Vangie habló con alguna de sus amigas y le contó algo de lo que planeaba hacer.
»Hay otra cosa: se desgarró el vestido que llevaba puesto en una punta que sobresalía de un estante del garaje.
—¿Qué quieres decir al referirte al vestido que llevaba puesto? —preguntó Scott.
—Al vestido con el que la encontraron muerta. No hay manera de confundirlo. Era uno de esos trajes largos con un estampado de Madrás.
—¿Dónde está la ropa que Vangie llevaba? —le preguntó Scott a Richard.
—Es probable que aún la tenga el laboratorio —respondió Richard—. La revisamos. Ya sabes que esto forma parte de la rutina.
Scott cogió el bloc de mensajes que Charley le entregó y se lo pasó a Katie.
—¿Por qué no llamas a este número ahora? Si se trata de una mujer, es probable que tú le saques más cosas que nosotros.
Katie marcó el número. Hubo una pausa y, luego, empezó a sonar el teléfono.
—Consulta del doctor Salem.
—Es la consulta de un médico —susurró Katie con la mano puesta sobre el auricular.
Luego, dijo a la persona que estaba en el otro extremo del hilo telefónico:
—Quizá usted pueda ayudarme. Le habla Kathleen DeMaio, de la fiscalía del condado de Valley, Nueva Jersey. Estamos llevando a cabo una investigación rutinaria sobre la muerte de Mrs. Vangie Lewis, que ocurrió el lunes pasado, y hemos encontrado que tenía su número de teléfono en un bloc de mensajes.
La interrumpieron de pronto.
—¡Vaya coincidencia! Acabo de hablar con el capitán Lewis. También quiere ponerse en contacto con el doctor. Y, tal como se lo expliqué, le diré que el doctor Salem está ahora camino de Nueva York. Va a asistir a la Convención de la Asociación de Colegios Médicos Americanos. Se podrá poner en contacto hoy mismo con él, aunque un poco más tarde, si le llama al hotel Essex House, en Central Park South.
—Estupendo, así lo haré.
Como si obrase al dictado del azar, Katie preguntó:
—A propósito, ¿sabe usted algo de la llamada de Mrs. Lewis? ¿Sabe si habló con el doctor?
—No, no habló con él, sino conmigo. Llamó el lunes y se sintió muy desilusionada cuando se enteró de que él no volvería a la consulta hasta el miércoles. Concerté una cita de urgencia para ella, para ese día, ya que yo sabía que el doctor iba a salir de nuevo. Mrs. Lewis me dijo que tenía que verle.
—Una última pregunta: ¿Cuál es la especialidad del doctor Salem?
La voz de la mujer sonó orgullosa:
—¡Oh! ¡Es un ginecólogo y un tocólogo muy importante!
—Ya comprendo, muchas gracias. Ha sido usted muy amable.
Katie colgó el auricular y contó la conversación a los demás.
—Y Chris Lewis sabía lo de la cita —dijo Scott— y ahora quería hablar con el médico. No puedo esperar a echarle el guante esta noche. Tenemos que hacerle muchísimas preguntas.
Alguien llamó a la puerta y Maureen entró sin esperar la respuesta: llevaba una bandeja de cartón en la que había unos vasos de café y una bolsa con bocadillos.
—Katie, me acaban de poner la conferencia que pedí con Boston para hablar del doctor Fukhito —dijo—. ¿Quiere hablar usted?
Katie asintió. Richard se levantó, cogió el auricular y se lo dio. Mientras esperaba que le pasasen la llamada, Katie empezó a percibir que tenía un persistente dolor de cabeza. El golpe que se dio contra el volante no había sido lo suficientemente fuerte como para considerarlo contusión, pero se daba cuenta de que la cabeza le había molestado durante los últimos días. Pensó que todo se debía a que no estaba perfectamente bien, había muchas cosas que le embargaban la mente. ¿Qué intentaba recordar? Algo, una impresión.
Después de explicar quién era, la pusieron rápidamente con el jefe de personal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts. La voz del hombre parecía cautelosa.
—Sí, el doctor Fukhito se graduó por la Universidad de Massachusetts y fue el tercero de su promoción. Hizo el internado en el Hospital General de Massachusetts y pasó luego a formar parte del personal de dicho centro. También tenía una consulta privada. Hace siete años, dejó el hospital.
—¿Por qué lo abandonó? Comprenda que se trata de una investigación policial y que toda la información que obtengamos tiene carácter confidencial. Pero debemos conocer cualquier detalle de la vida pasada del doctor Fukhito.
Hubo una pausa. Luego, el hombre añadió:
—Hace siete años, el director del hospital le pidió al doctor Fukhito que renunciase a su puesto y le privó del derecho a ejercer la medicina en este estado por un período de un año. Se descubrió que el doctor Fukhito era culpable de comportamiento poco ético, después de que se defendió sin éxito de una acusación de mal ejercicio de la medicina.
—¿En qué se basó la acusación? —preguntó Katie.
—Una antigua paciente del doctor Fukhito le acusó de inducirla a tener relaciones personales con él, mientras estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Hacía poco que esta mujer se había divorciado y sufría una fuerte depresión nerviosa.
Hubo un silencio. Luego, el hombre añadió:
—Como resultado de dicha relación, esta señora tuvo un hijo del doctor Fukhito.