A Katie, la noche del miércoles le pareció inacabable. Se metió en la cama tan pronto regresó del apartamento de Edna. Pero, primero, se acordó de tomar una de aquellas píldoras que el doctor Highley le había recetado.
Tuvo un sueño inquieto. Su subconsciente se vio turbado por imágenes del rostro de Vangie que flotaban a través del sueño. Antes de despertarse, aquel sueño se disolvió en otro nuevo: la cara de Edna con el aspecto que tenía de muerta; el doctor Highley y Richard que se inclinaban sobre ella.
Se despertó. Unas vagas y turbadoras preguntas sin respuesta se mezclaban con las imágenes. El viejo y estropeado sombrero negro de su abuela. ¿Por qué pensaba en aquel sombrero? Claro está, debido al casi destrozado y viejo zapato que Edna, sin duda alguna, apreciaba mucho y guardaba con sus joyas. Ésa era la razón. Pero, ¿por qué un solo zapato?
Haciendo una mueca mientras se levantaba de la cama, pensó que el dolor que le atravesaba el cuerpo había aumentado durante la noche. Sus rodillas, que chocaron contra el cuadro de mandos del coche, le molestaban aún más ahora que después del accidente. Con ironía, pensó que le agradaba que el maratón de Boston no se corriese hoy. No lo ganaría.
Confiando en que un baño caliente le aliviaría un poco el dolor, se metió en la bañera, se relajó y abrió los grifos. Un mareo repentino la hizo tambalearse y se agarró a los bordes de la bañera para no desplomarse. Al cabo de unos instantes, aquella sensación desapareció. Entonces, empezó a volverse lentamente, temiendo que aún pudiera desmayarse. El espejo del baño reveló la palidez mortal de su tez, las débiles gotas de sudor que había en su frente. «Es esta condenada hemorragia —pensó—. Aunque no fuera a ingresar mañana por la noche en el hospital, es probable que terminasen llevándome allí».
El baño apaciguó un poco los dolores. Una base de maquillaje de color beige redujo al mínimo la palidez. Una falda fruncida y una chaqueta haciendo juego, de tweed color brezo, y un suéter de cuello cisne completaron aquel intento de disfraz. «Por lo menos, ahora no parece que vaya a caerme de bruces, aunque la realidad es ésta».
Con el zumo de naranja, se tomó otra de las píldoras que le había dado el doctor Highley y pensó en el hecho, aún increíble, de la muerte de Edna. Después de marcharse del apartamento de ésta, ella y Richard fueron a una cafetería a tomar café. Él pidió una hamburguesa y explicó que había planeado cenar en Nueva York. Tenía una cita con otra mujer, cosa de la que Katie no dudó, pues no había razón para ello. ¿Acaso no era un hombre atractivo? Sin duda alguna, no pasaba todas las veladas sentado en su apartamento o asistiendo a reuniones familiares con Molly y Bill. A Richard le sorprendió y le gustó saber que ella había vuelto al restaurante Palissades. Luego, pareció ensimismarse y casi olvidar dónde estaba. Varias veces pareció como si estuviera a punto de hacerle una pregunta a Katie; pero, luego, parecía cambiar de idea. Y aunque ella protestó, Richard insistió en llevarla a casa. Entró en ésta y comprobó que las puertas y las ventanas estaban cerradas.
—No sé por qué me siento intranquilo sabiendo que te quedas sola en este sitio.
Katie se encogió.
—Edna vivía en un apartamento ajardinado de paredes delgadas y nadie se dio cuenta de que se había herido y necesitaba ayuda.
—No fue así —dijo Richard cortante—. Murió casi al instante. Katie, ¿conoces tú al doctor Highley?
—Le interrogué sobre Vangie esta tarde —le respondió ella.
Richard dejó de fruncir el entrecejo.
—Muy bien, de acuerdo, te veré mañana. Supongo que Scott convocará una reunión para hablar de Edna Burns.
—Seguro que lo hará.
Richard la miró con expresión turbada.
—Cierra la puerta con llave cuando me marche —dijo Richard.
No recibió ningún beso de despedida en la mejilla.
Katie puso el vaso en que había tomado el zumo de naranja en el lavaplatos. Cogió rápidamente el abrigo, el bolso y subió al coche.
Charley y Phil empezarían a inspeccionar la casa de los Lewis esta mañana. Conscientemente, Scott estaba construyendo una tela de araña alrededor de Chris Lewis, circunstancial, pero fuerte. ¡Ah, si ella pudiese probar que había otro sendero que explorar antes de que le echasen la culpa a Chris…! El problema de que a uno le detengan acusado de homicidio es que, aun en el caso de que se pruebe la inocencia, nunca se pierde la mala fama. En los años próximos, la gente seguiría diciendo: «¡Oh!, ¡El capitán Lewis, se vio envuelto en la muerte de su esposa!, ¡Un abogado listo le sacó del lío, pero es culpable como dos y dos son cuatro!»
Llegó al despacho un minuto antes de las siete y media. No le sorprendió encontrar que Maureen Crowley ya estaba allí; aquélla era la secretaria más responsable que había tenido. Aparte de eso, poseía una mente muy aguda y era capaz de trabajar sin pedir constantemente que la dirigiesen. Katie se detuvo ante su mesa de trabajo.
—Tengo que hacer una cosa, Maureen. ¿Podrías venir a verme cuando dispongas de un minuto?
La muchacha se puso de pie con agilidad. Tenía un cuerpo joven, grácil y una cintura estrecha. El suéter verde que llevaba acentuaba el vivido color verde de sus ojos.
—¿Cómo se encuentra, Katie? ¿Quiere un café?
—Estupendo —replicó Katie. Y luego añadió—: Pero sin ningún bocadillo de jamón con pan de centeno. Aún no, por lo menos.
Maureen pareció turbada.
—Perdone que dijese eso ayer. Es usted la persona menos rutinaria de todo el mundo.
—No estoy tan segura de eso.
Katie entró en su despacho, colgó el abrigo y se sentó frente al bloc de notas que había utilizado en el hospital Westlake.
Maureen trajo el café, acercó una silla y esperó callada con el bloc de taquigrafía sobre sus rodillas.
—Ese es el problema —dijo Katie lentamente—. No nos satisface pensar que la muerte de Vangie Lewis haya sido un suicidio. Ayer, hablé con sus médicos, los doctores Highley y Fukhito, en el hospital Westlake.
En aquel momento, oyó un gran suspiro y levantó rápidamente la cabeza. El rostro de la muchacha estaba tan pálido como una hoja de papel. Mientras Katie la miraba, dos puntos brillantes se oscurecieron en sus mejillas.
—¿Te pasa algo, Maureen?
—No, no. Lo siento.
—¿He dicho algo que te haya molestado?
—No, de verdad que no.
—Muy bien.
Poco convencida, Katie volvió a mirar el bloc.
—Según nuestros conocimientos, el doctor Fukhito, o sea el psiquiatra del hospital Westlake, fue la última persona que vio viva a Vangie Lewis. Quiero averiguar todo cuanto pueda sobre este hombre y con la mayor rapidez posible. Ponte en contacto con el Colegio Médico del condado de Valley y con el Colegio Oficial de Médicos Americanos. Me han dicho que trabaja voluntariamente en el hospital Valley Pines. Quizá podamos enterarnos de algo allí. Por favor, haz hincapié en que todos los informes son confidenciales. Pero averigua de dónde proviene, dónde estudió, otros hospitales con los que haya estado relacionado… En fin, su historia personal, todo cuanto puedas averiguar.
—¿No querrá que hable con alguien del hospital Westlake? ¿O sí?
—¡Cielos santos, no! ¡No quiero que allí nadie se entere de que estamos investigando sobre el doctor Fukhito!
Por alguna razón, Maureen pareció aliviada.
—Ahora mismo me pondré a ello, Katie.
—A decir verdad, no creo que sea muy honrado hacerte venir temprano para que hagas otro trabajo y que venga yo y te dé otra labor. Nuestro viejo condado de Valley no puede permitirse el lujo de pagar horas extras. Ambas lo sabemos.
La joven se encogió de hombros.
—Eso no importa. Cuanto más trabajo en esta oficina, más me gusta. Y, ¿quién sabe?, a lo mejor me pongo a estudiar Derecho aunque ello querría decir estudiar cuatro años de bachiller superior y tres en la facultad.
—Serías una buena abogada —dijo Katie, sintiendo de verdad lo que decía—. Me sorprende que no hayas hecho el bachiller superior.
—Fui lo bastante loca para comprometerme con un chico el verano en que acababa el bachillerato elemental. Mis padres me persuadieron a que siguiese un curso de secretariado. Por lo menos, así estaría algo preparada. ¡Y cuánta razón tenían! El compromiso no duró ni siquiera lo que el curso.
—¿Y por qué no empezaste el bachillerato superior en septiembre pasado, en vez de ponerte a trabajar?
El rostro de la chica se volvió torvo y Katie pensó que parecía muy desgraciada; pensó que Maureen debió de haberse sentido muy herida por la ruptura con su novio.
Sin mirar a Katie, Maureen dijo:
—Me sentía muy nerviosa y no quería ser eternamente una colegiala. Fue una buena decisión.
Salió del despacho y sonó el teléfono. Era Richard y su voz parecía recelosa:
—Katie, acabo de hablar con Dave Broad, el jefe del departamento de investigación prenatal del hospital Monte Sinaí. Debido a una sospecha que tuve, le envié el feto que llevaba en sus entrañas Vangie Lewis a Dave. Mi sospecha era cierta: Vangie no estaba embarazada del hijo de Chris Lewis. ¡El niño que extraje de su útero tenía rasgos claramente orientales!