Chris Lewis estaba junto a los padres de Vangie, a la derecha del ataúd, y recibía, atontado, los comprensivos pésames de los amigos. Cuando les llamó para decirles que Vangie había muerto, ellos decidieron que verían el cadáver en privado. El servicio fúnebre tendría lugar a la mañana siguiente y a éste seguiría el entierro, al que sólo asistiría él.
Sin embargo, al llegar a Minneapolis, esa tarde, se encontró con que sus suegros habían preparado un velatorio público para aquella noche; y después del servicio de mañana por la mañana en la capilla, todo un cortejo fúnebre acompañaría el cadáver de Vangie hasta el cementerio.
—Hay muchos amigos que quieren despedirse de nuestra hijita. Pensar que hace dos días estaba viva y ahora ya no está entre nosotros… —dijo la madre, sollozando.
¿Era hoy solamente miércoles? A Chris, le parecía que habían pasado semanas desde que había descubierto aquella escena, digna de una pesadilla, en su dormitorio, ayer por la mañana. Ayer por la mañana.
—¿No es verdad que nuestra hija tiene un aspecto hermoso? —preguntaba la madre a un visitante que se había acercado al ataúd.
Nuestra hijita. Nuestra hija. Si hubieseis permitido que creciera, pensó Chris, todo habría sido muy diferente.
Aquellos padres demostraban la hostilidad que sentían hacia él. Hostilidad que vagaba por debajo de la superficie, preparada para saltarle encima.
—Una muchacha feliz no se quita la vida —había dicho la madre de Vangie acusadoramente.
Parecían cansados, agotados; parecían destruidos por el dolor. Aquella gente sencilla y trabajadora que se lo habían negado todo para rodear a su hija, inesperadamente bella, de lujos, y le habían hecho creer que su deseo era ley.
¿Sería más llevadero para ellos cuando se revelase la verdad, saber que una persona había matado a Vangie? ¿O acaso no sería mejor que Chris no les dijese nada, evitándoles que se enteraran del horror final? La suegra de Chris ya estaba intentando hallar consuelo, creando una versión del hecho que le permitiese vivir:
—Chris estaba de viaje, nosotros vivimos lejos. Y mi hijita se sentía tan mal que tomó algo y se fue a dormir.
«¡Dios mío! —Pensó Chris—. ¡Cómo retuercen la verdad, la vida, las personas!» Deseaba hablar con Joan, que se había sentido tan perturbada al enterarse de la muerte de Vangie, que apenas fue capaz de hablar.
—¿Sabía lo nuestro?
Finalmente, tuvo que admitir que Vangie sospechaba que a él le interesaba otra persona.
Joan regresaría de Florida el viernes por la noche. Él volvería a Nueva Jersey mañana por la tarde, después del funeral. No le diría nada a la policía, hasta que no tuviese oportunidad de hablar con Joan, para prevenirla, ya que se podría ver envuelta en este asunto. La policía buscaría un motivo para echarle las culpas de haber matado a Vangie y, a sus ojos, Joan sería el motivo.
¿Haría bien obrando así? ¿Acaso tenía el derecho de implicar a Joan en aquel asunto y de descubrir algo que aún heriría más a los padres de Vangie?
¿Habría habido otra persona en la vida de Vangie? Chris echó una mirada al ataúd, y vio ahora el rostro tranquilo de Vangie, sus manos, serenamente cruzadas. Él y ella apenas habían vivido como hombre y mujer durante los últimos años. Dormían uno al lado del otro como dos extraños. Él, emocionalmente agotado por las disputas infinitas; ella, queriendo que la mimasen y la tratasen como si fuese una niña. Chris hasta sugirió que durmiesen en habitaciones distintas; pero ella se puso histérica.
Vangie quedó embarazada dos meses después de haberse mudado a Nueva Jersey. Cuando Chris estuvo de acuerdo en intentar, por última vez, salvar el matrimonio, decidió hacer un verdadero esfuerzo para que aquello funcionase, pero pasaron un verano desdichado. Hacia agosto, apenas se cruzaban palabras. Sólo una vez, hacia mediados de ese mes, hicieron el amor. Y para Chris era una ironía del destino, ya que, después de diez años de matrimonio, ella quedó embarazada precisamente cuando él acababa de conocer a otra persona.
Una sospecha, que Chris advirtió había permanecido agazapada en alguna región de su subconsciente, surgió llena de vida. ¿Sería posible que Vangie hubiese tenido que ver con otro hombre, un hombre que no quería aceptar ninguna responsabilidad sobre ella y el niño? ¿Se habría enfrentado su mujer a tal persona? Vangie le había amenazado con que si se enteraba de a quién veía Chris, desearía morir.
Y suponiendo que ella tuviera una aventura con un hombre casado, ¿qué hubiera pasado si a él le hubiese hecho semejantes amenazas histéricas?
Chris se dio cuenta de que había estrechado manos, dado las gracias y mirado rostros conocidos sin verlos en realidad: vecinos del edificio donde él y Vangie habían vivido antes de mudarse a Nueva Jersey, compañeros de trabajo, amigos de los padres de Vangie… Los padres de Chris vivían en Carolina del Norte. No estaban muy bien, pero les aconsejó que fuesen a Minneapolis, a pesar del tiempo terriblemente frío que hacía.
—Lo siento mucho.
El hombre que le daba la mano tendría unos sesenta años. Era esbelto y extraordinariamente atractivo; tenía el pelo canoso y espesas cejas sobre unos ojos vivarachos y penetrantes.
—Soy el doctor Salem. Emmet Salem. Traje al mundo a Vangie y fui su primer ginecólogo. Fue uno de los seres más hermosos que he traído al mundo y nunca cambió. Lo único que siento es no haber estado en mi consulta cuando me llamó el lunes.
Chris le clavó los ojos.
—¿Que Vangie le llamó el lunes?
—Sí. La enfermera me dijo que parecía muy irritada. Quería verme inmediatamente. Yo estaba dando un seminario en Detroit, pero la enfermera concertó una cita para hoy. Y, según tengo entendido, pensaba venir en avión ayer. A lo mejor, podría haberle servido de ayuda.
¿Por qué habría llamado Vangie a aquel hombre? ¿Por qué? A Chris le parecía imposible de imaginar. ¿Qué le habría hecho volver a un médico al que no había visto desde hacía años? Vangie no se encontraba bien; pero si quería que la examinasen, ¿por qué acudir a un médico que vivía a dos mil kilómetros de distancia?
—¿Estaba enferma Vangie? —preguntó el doctor Salem.
Miraba con curiosidad a Chris esperando la respuesta.
—No, no estaba enferma —dijo Chris—. Como es probable que usted sepa, esperaba un niño y, desde el principio, fue un embarazo difícil.
—¿Que Vangie qué?
La voz del doctor se elevó y se quedó mirando a Chris, asombrado.
—Ya sé que le coge de sorpresa, pues ella había abandonado toda esperanza. Pero en Nueva Jersey empezó a someterse al concepto que de la maternidad tienen en el hospital Westlake. A lo mejor, ha oído hablar de él o del doctor Highley. El doctor Edgar Highley.
—Capitán Lewis, ¿podría hablar un minuto con usted?
El director de la funeraria le cogió por el brazo y le llevó rápidamente hacia su despacho privado, que quedaba en el vestíbulo, frente al lugar donde se celebraban los velatorios.
—Perdón —le dijo Chris al doctor.
Sin saber cómo debía interpretar la agitación del director, se dejó llevar al despacho de éste.
El director de la funeraria cerró la puerta y miró a Chris.
—Acabo de recibir una llamada de la fiscalía del condado de Valley, Nueva Jersey —dijo—. Y ya está camino de aquí la confirmación por escrito que nos prohíbe enterrar el cadáver de su esposa. El cadáver regresará por avión al despacho del médico forense del condado de Valley, mañana, cuando se haya celebrado el servicio.
Sabían que no se trataba de un suicidio, pensó Chris. Ya lo sabían, de nada valía que lo siguiese ocultando. El viernes por la noche, tan pronto tuviese la oportunidad de hablar con Joan le contaría al fiscal todo lo que sabía o sospechaba.
Sin responder al director de la funeraria, se volvió y salió del despacho. Quería hablar con el doctor Salem y averiguar lo que Vangie le había dicho por teléfono a la enfermera.
Pero, cuando entró en el otro salón, el doctor Salem ya se había marchado. Se quedó solo, y no les habló a los padres de Vangie. La madre se secaba los ojos hinchados con un húmedo y arrugado pañuelo. Entonces, le preguntó a Chris:
—¿Qué le has dicho al doctor Salem para que se marchara así? ¿Por qué le has turbado tanto?