Eran las tres de la tarde cuando el coche de la funeraria dejó a Mariah, a su madre y a Rory en casa tras el almuerzo en el club de campo de Ridgewood.
Nada más entrar, Rory dijo en tono tranquilizador:
—Vamos, Kathleen, ayer por la noche no durmió bien y hoy se ha levantado muy temprano. ¿Por qué no se pone cómoda y echa una siesta o mira la televisión?
Mariah cayó en la cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Dios mío, por favor, que mamá no se empeñe en meterse en el armario del estudio de papá, pensó. Sin embargo, para su alivio, su madre acompañó voluntariamente a Rory por las escaleras para ir a su habitación.
A decir verdad, no sé si habría soportado otra escena ahora mismo, pensó Mariah. Necesito un poco de calma. Tengo que pensar. Esperó hasta estar segura de que su madre y Rory estaban en el dormitorio, con la puerta cerrada, y a continuación subió precipitadamente a su habitación. Se quitó la falda y la chaqueta y se puso una camiseta de algodón, unos pantalones de deporte y unas sandalias, y bajó de nuevo. Se dirigió a la cocina, se preparó una taza de té y la llevó a la salita del desayuno. Allí se acomodó en una de las mullidas sillas, se recostó en ella y soltó un suspiro.
Me duelen todos los huesos, pensó mientras tomaba un sorbo de té y trataba de concentrarse en los acontecimientos de la última semana. Siento que todo lo sucedido desde que llegué aquí el lunes por la noche no es más que un recuerdo borroso.
Haciendo un esfuerzo por mantener la cabeza fría, empezó a revivir aquella noche, desde el momento en que llegó la policía. Mamá estaba en tal estado que tuvimos que llamar a una ambulancia, recordó. En el hospital, pasé toda la noche a su lado. No dejaba de gemir y llorar. Yo tenía sangre en la blusa, ya que me había inclinado sobre papá y le había abrazado. La enfermera tuvo la amabilidad de prestarme una camisola de algodón de las que llevan los pacientes.
Me pregunto dónde acabó mi blusa. Por lo general, cuando sales del hospital te devuelven la ropa en una bolsa de plástico, incluso si está sucia. Estoy segura de que la policía se la quedó como prueba porque estaba manchada de sangre.
Fue una suerte que a mamá no le dieran el alta hasta el martes por la noche, porque así se ahorró presenciar la actividad de los policías en casa. La declararon escenario de un crimen y revolvieron el estudio de papá de arriba abajo. Betty me contó que empolvaron todas las superficies en busca de huellas dactilares, incluidas las ventanas y las puertas del piso de abajo. El cajón inferior del escritorio de papá, donde guardaba la pistola, estaba abierto cuando llegué a casa el lunes por la noche. Sin embargo, ese cajón siempre estaba cerrado.
Mariah meneó con disgusto la cabeza al recordar que su madre tenía una habilidad especial para encontrar llaves, por muy escondidas que estuvieran. Sin querer, pensó en el incidente del año anterior, cuando Kathleen salió a hurtadillas de casa, totalmente desnuda en plena noche. Sucedió cuando la anterior cuidadora de fin de semana se olvidó de conectar la alarma de su habitación. Al menos tenía el pequeño consuelo de que la nueva cuidadora hacía un trabajo excelente.
Sin embargo, mamá no podría haber entrado en el estudio de papá y utilizar la llave para abrir el cajón del escritorio con él sentado allí esa noche, pensó.
Era posible que la pistola llevara meses, incluso años, escondida en cualquier otro lugar. Estoy segura, o eso creo, de que papá perdió el interés por ir al campo de tiro hace mucho tiempo.
Ni siquiera la taza caliente que sostenía entre las manos impidió que un escalofrío le recorriera el cuerpo al recordar que su padre solía llevar a su madre al campo de tiro. A ella le gustaba asegurarse de que aún se le daba bien. De eso hará unos diez años. Al volver, su padre siempre comentaba que era una tiradora bastante buena.
En un intento por eludir la terrible deducción a la que la llevaba esa idea, Mariah se obligó a pensar en la conversación que había mantenido con el padre Aiden justo antes de que se marcharan del club. Hace nueve días, papá fue a ver al padre Aiden y le dijo que creía haber encontrado la carta que Jesús pudo haber escrito a José de Arimatea. Papá le aseguró que había confirmado que se trataba del pergamino que habían robado de la Biblioteca Vaticana en el siglo XV. ¿Quién sería el experto a quien se lo enseñó? Un momento. El padre Aiden dijo que papá estaba preocupado porque uno de los expertos se había interesado solo por su valor económico. Si el padre Aiden lo entendió bien, eso significa que se lo enseñó a más de una persona.
¿Dónde está ahora el pergamino? Dios mío, ¿estará aquí, entre los documentos de papá? Tengo que buscarlo, pero ¿de qué serviría? Además, no lo reconocería entre los otros pergaminos que estaba analizando. Pero, si papá realmente lo tenía y pretendía devolverlo a la Biblioteca Vaticana, ¿era posible que lo hubieran robado después de dispararle?
El sonido del teléfono hizo que Mariah se sobresaltara y corriera a atender la llamada en la cocina. Era el detective Benet. Le preguntó si podía pasar con la detective Rodriguez sobre las once de la mañana del día siguiente para hablar con ella y con su madre.
—Por supuesto —respondió con un hilo de voz.
Mariah se dio cuenta de que la razón por la que susurraba era que el nudo que tenía en la garganta apenas le permitía pronunciar palabra.