—Este lugar está vacío, pero no es posible que se haya esfumado —espetó uno de los detectives de Nueva York—. Es la planta baja. Tiene que haber otra arriba. He oído algo, pero no veo nada. —Conectó la radio que llevaba en el cinturón y pidió coches de refuerzo.
El otro detective empezó a golpear las paredes con la esperanza de oír un sonido hueco.
Sin hacer caso a las órdenes de la policía, Alvirah y Willy reptaron junto a su coche destrozado y se colaron en el almacén. Habían oído el grito del detective pidiendo refuerzos por radio. Tal vez sea demasiado tarde, pensó Alvirah con desesperación. Greg tiene que saber que está atrapado. Aunque Mariah siga con vida, es probable que no lleguemos a tiempo.
Transcurrió un minuto… dos… tres. Parecieron toda una eternidad.
Desesperado, Richard corrió al interruptor de la luz y lo movió de un lado a otro. Durante un instante, la sala quedó a oscuras, pero las luces se encendieron de nuevo enseguida.
—Tiene que haber un interruptor en algún sitio que abra algo —gritó con amargura. Alvirah se apresuró a golpear la pared alrededor del interruptor. Entonces bajó la vista.
—¡Richard, Richard! —Señaló la tapa de una toma de corriente justo encima del suelo—. Mira, no está empotrada en la pared.
Richard se agachó y tiró de la tapa. Se abrió. Presionó el botón. Oyeron un sonido sordo y, al mirar hacia arriba, vieron que una porción de techo del otro extremo de la sala empezaba a descender.
—¡Es un montacargas que lleva al piso de arriba! —gritó uno de los detectives mientras corría hacia él.